El rey Felipe VI y el presidente chino, Xi Jinping, pasan revista a las tropas chinas. EFE
Felipe VI en China ha actuado como embajador de la razón
La llamada del rey a la concordia es la voz de la razón. Estos días en Pekín, una vez más, el monarca ha demostrado ser el mejor embajador de España, y de Europa.
La monarquía ha jugado siempre un papel destacado en las relaciones de España con China.
Los reyes Juan Carlos y Sofía viajaron por primera vez a China en junio de 1978. Fueron los primeros monarcas europeos en visitar la República Popular, sólo dos años después de la muerte de Mao Tse-Tung.
Los reyes se reunieron con Deng Xiaoping, que estaba acabando de perfilar su "política de reforma económica y apertura al exterior", proclamada en noviembre del mismo año, y que en unas décadas habría de cambiar el mundo en lo económico y lo geopolítico.
Nuestros empresarios llegaron más tarde a China, pero no la monarquía, que jugó el papel de vanguardia. Juan Carlos I haría luego otras dos visitas de Estado a China.
Como príncipe de Asturias, Felipe VI visitó China el año 2000, y de nuevo en 2006, acompañado por la princesa Letizia, para inaugurar el Instituto Cervantes en Pekín.
El de ahora es el primer viaje de Estado de los reyes.
El rey Felipe VI saluda al presidente chino, Xi Jinping, en presencia de la reina Letizia y la primera dama, Peng Liyuan. EFE
En 1989, tras los sucesos de Tiananmen, España detentaba la presidencia de la entonces llamada Comunidad Económica Europea.
Tras las condenas de rigor, el Gobierno de Felipe González siguió una política con China distinta de la del resto de la CEE. Se mantuvieron la Comisión Económica bilateral y los créditos.
Más adelante, el ministro de Asuntos Exteriores, el presidente del Gobierno y el jefe de Estado españoles fueron los primeros de la CEE en visitar China después de 1989.
La razón de aquella actitud fue entender que Deng Xiaoping y sus reformas estaban contra las cuerdas.
Los elementos chinos más conservadores, que siempre vieron con recelo las empresas privadas, los mecanismos de mercado y los miles de estudiantes en países occidentales, echaron en cara a Deng Xiaoping que los países occidentales sólo le apoyarían en sus reformas económicas si aceptaba el cambio de régimen que los estudiantes pedían en la plaza.
Es decir, si aceptaba pagar un precio político inaceptable como contrapartida de la ayuda económica.
El presidente de Estados Unidos, el primer Bush, que había estado al frente de la Oficina de Enlace (Liaison Office) de su país en China, decidió salvar la relación bilateral mandando a China a su consejero de Seguridad Nacional, el general Brent Scowcroft, pocos días después del uso de la fuerza militar contra los manifestantes.
"China agradeció la actitud de España llamándola públicamente 'el mejor amigo de China en Europa' durante veinticinco años, hasta que nuestros jueces, invocando la 'justicia universal', pretendieron sentar en el banquillo a varios de sus dirigentes"
En sus Memorias, el entonces ministro de Asuntos Exteriores chino, Qian Qichen, escribió: "En el oleaje general contra China en aquella época, España fue el país que no se dejó llevar por la corriente y mostró su comprensión hacia la situación china".
China agradeció la actitud de España llamándola públicamente "el mejor amigo de China en Europa" durante veinticinco años, hasta que nuestros jueces, invocando la "justicia universal", pretendieron sentar en el banquillo a varios de sus dirigentes.
Desde entonces nos llaman "uno de sus buenos amigos en Europa".
Las palabras fueron respaldadas por hechos. Las empresas españolas se beneficiaron y China compró deuda española de forma permanente.
Tuve ocasión, como embajador, de acompañar a la ministra de Hacienda, Elena Salgado, a visitar a su colega chino, Lou Jiwei, en noviembre de 2011, durante los momentos más comprometidos de la crisis del euro. El ministro chino preguntó: "Qué podemos hacer para ayudar?".
Aunque las cifras son secretas, se estima que China llegó a tener el 20% de la deuda española en manos de extranjeros, equivalente al 12% de la deuda total.
El presidente Pedro Sánchez ha viajado tres veces a China en los últimos tres años en defensa de los intereses españoles. China es líder destacado en las cadenas de producción y las tecnologías relativas a la transición energética, y sus inversiones en España se han concretado ya en la planta de coches eléctricos de Chery en Barcelona y la de baterías de CATL en Zaragoza.
Su última visita concitó la crítica del secretario del Tesoro de Estados Unidos, Scott Bessent, con las palabras. "Acércate a China y te cortas el cuello". Obviamente, era un aviso para todos los países europeos.
Felipe VI y la reina Letizia siguen a los guardias de honor durante una ceremonia en el Monumento a los Héroes del Pueblo en la plaza de Tiananmen. EFE
Sin embargo, cuando a las pocas semanas Estados Unidos se vio obligado a negociar con China, el propio Bessent lo hizo sin pedir permiso a los europeos.
Que un país diga a otro lo que puede o no puede hacer es considerarle de soberanía limitada. Un vasallo.
El rey Felipe recordó en China las "duras lecciones" del siglo XX, concluyendo con el consejo "no abandonemos jamás, por difícil que sea, la búsqueda de la concordia".
Europa reclama la "autonomía estratégica". Es decir, la plena soberanía. La otra cara de este concepto es el "poder moderador". No hay tarea más importante ni más honorable para Europa que intentar que las dos grandes potencias alcancen un modus vivendi, una fórmula de coexistencia pacífica.
Porque un conflicto armado entre ellas podría conducir al "fin de la historia".
Porque arruinaría la prosperidad económica global.
Y porque los grandes retos comunes, desde el cambio climático hasta la regulación de la inteligencia artificial, serían imposibles.
La llamada del rey a la concordia es la voz de la razón. Estos días en Pekín, una vez más, el monarca ha demostrado ser el mejor embajador de España, y de Europa.
*** Eugenio Bregolat es diplomático y exembajador de España en China.