Un médico de Atención Primaria en Castilla y León.

Un médico de Atención Primaria en Castilla y León. Leticia Pérez ICAL

Tribunas

Sin libertad, no hay sanidad

El verdadero enemigo de la sanidad es el paternalismo. Un paternalismo que hace que el ciudadano sea un súbdito ante el sistema.

Publicada

Aprovechando el empuje de las diez conferencias organizadas por EL ESPAÑOL y la Universidad Camilo José Cela sobre La libertad en el siglo XXI, en el marco de su 10º y 25º aniversario respectivamente, le he dado vueltas a un tema que no se trata en el ciclo, dado que no se puede hablar de todo: libertad y sanidad.

Decía mi padre, el Dr. Juan Abarca Campal, hace ya más de treinta años, que no es lo mismo libertad en sanidad que sanidad en libertad.

Abogaba mi padre por que lo importante es que se pueda ejercer la libertad en sanidad, porque eso empuja a actuar dentro de un marco que, de ser el contrario (sanidad en libertad), no existiría.

Y eso daría lugar al libertinaje: a la ley del oeste en sanidad.

Algo que, sin control, iría en contra de los pacientes.

Pero vayamos al principio. ¿Qué queremos decir con libertad y sanidad?

Médicos en un quirófano.

Médicos en un quirófano. Diego González Rivas / EP

Si lo que defendemos es la sanidad en libertad, el concepto es muy amplio, ideológico incluso. Significa que el propio modelo sanitario parte de la libertad del individuo como principio estructural, no como concesión. No es “hay libertad dentro de la sanidad”, sino que la sanidad nace libre, opera en libertad y busca preservar la libertad, no sólo la salud.

En cambio, si lo que defendemos es la libertad en la sanidad, estamos partiendo no de la libertad como punto básico, sino de la existencia previa de un sistema sanitario. Y eso implica introducir el concepto de libertad dentro del sistema sanitario.

Es decir, hablar de cómo el ciudadano ejerce poder dentro de un sistema que ya existe.

Es decir, sanidad en libertad implica un nuevo marco moral, filosófico y político.

Libertad en sanidad es más reformista y moderno (además, induce al ciudadano a ejercer sus derechos dentro del sistema).

En el momento actual, nadie aboga, de forma pública al menos, por un cambio radical en nuestro sistema sanitario. Por tanto, vamos a defender el modelo que defiende que se pueda ejercer la libertad dentro de un sistema sanitario ya existente.

Pero para eso hay que analizar muy bien también cuales son los frenos que pueden limitar esa libertad y por qué surgen.

El origen de nuestro sistema es claro.

Nuestro actual Sistema Nacional de Salud (porque el debate en esta opción hay que centrarlo en el sistema sanitario público) tiene su origen en la época de la dictadura. Concretamente, en los años sesenta, con la creación de la Ley de bases de la Seguridad Social del año del año 1963.

El régimen franquista creó entonces un modelo sanitario para proteger al ciudadano con un paternalismo asfixiante, cuyas bases fundamentales siguen vigentes sesenta años después.

Este es el modelo que ha llegado a nuestros días y que se fundamenta en la idea de que el sistema está por encima del individuo y que, por tanto, no tiene que rendir cuentas.

Y eso se manifiesta en una absoluta falta de transparencia y de información al ciudadano.

A los ciudadanos nos han hecho creer que si preguntas, eliges o comparas eres insolidario. Se ha construido un discurso moral que sitúa al ciudadano en el papel perfecto: agradecido, obediente y, sobre todo, callado.

Y mientras tanto, sin ruido, el sistema ha dejado de rendir cuentas al paciente.

Rinde cuentas sólo a sí mismo.

Se felicita por bajar listas de espera, cuando lo único que hace es manipular las definiciones de espera.

Llama éxito a informar en treinta días de una mamografía hecha hace meses.

Mide su desempeño, no por lo que siente el paciente, sino por lo que le conviene políticamente contar.

Pero lo más peligroso de esta deriva es que llegue a normalizarse. Que la sociedad lo acepte como si fuera un evento inevitable. “Es lo que hay y lo que hay es lo mejor del mundo”.

Esa frase ha hecho más daño a la libertad sanitaria que cualquier decreto.

Nos hemos convertido en una sociedad anestesiada. Capacitada para quejarse en la barra del bar, pero resignada a no exigir lo que le pertenece.

"Todo lo que aporte libertad es estigmatizado. Porque la libertad incomoda. Obliga a dar explicaciones. A competir. A justificar resultados"

Hemos renunciado a pedir información, transparencia y decisiones.

Y cuando alguien plantea que, quizá, el ciudadano debería poder elegir hospital, profesional o forma de ser atendido, el sistema responde con la palabra mágica: “privatización”.

Y se despiertan todas las alarmas.

Todo lo que aporte libertad es estigmatizado. Porque la libertad incomoda. Obliga a dar explicaciones. A competir. A justificar resultados. Y eso es lo que muchos dentro del sistema han evitado durante años. Quieren que siga todo igual.

Cuando se habla de sanidad, siempre se recurre al mismo argumento: faltan recursos. Más dinero, más profesionales, más inversión.

Y evidentemente es cierto que hay que invertir más.

Pero conviene desenmascarar algo. Esto no es un problema sólo de dinero.

Es un problema de poder.

Se pueden duplicar los presupuestos, crear miles de plazas nuevas, informatizar hasta el último ambulatorio. Y aun así el ciudadano seguiría sin libertad si el diseño del sistema sigue siendo tutelar.

Si quien manda sigue siendo el sistema y no el paciente.

Porque un sistema que no permite al ciudadano elegir ni cambiar, es un sistema que nunca tiene incentivos para mejorar. Vive cómodo. Autosatisfecho. Blindado.

Libertad sanitaria es poder decir: “si tú no llegas, me voy con otro, y así te obligo a mejorar”.

Que bien le vendría a este país y a los pacientes una ley de garantías por cualquier acto diagnóstico o terapéutico de treinta días.

Ya veríamos cómo la sanidad pública aumentaba su productividad.

Médico de Atención Primaria en una consulta.

Médico de Atención Primaria en una consulta. E.P

La libertad, en sanidad como en cualquier otro ámbito, no se predica. Se garantiza creando alternativas reales. Y hoy, en España, el ciudadano no tiene alternativas reales en el sistema público.

No puede exigir un segundo diagnóstico si nadie se lo ofrece.

No puede consultar la tasa de complicaciones de un hospital para decidir dónde operarse.

No puede saber cuántos días se tarda realmente en diagnosticar un cáncer en su comunidad.

No puede cambiar automáticamente de equipo cuando se siente abandonado.

Toda esa libertad existe ya en otros sectores. Pero en sanidad no, porque en sanidad hay un acrónimo que lo justifica todo: SNS. Una palabra que se usa como escudo para evitar la rendición de cuentas.

"Una cosa es segura. Un sistema que no compite, que no escucha, que no rinde cuentas, es un sistema condenado a su propio agotamiento"

Una palabra que se opone frontalmente a otra palabra que es mucho más revolucionaria: ciudadano.

Y esto no es una cuestión de ideología. El futuro de la sanidad no se jugará entre lo público y lo privado. Ni entre más o menos presupuesto. Se decidirá en función de si seguimos manteniendo al ciudadano como sujeto pasivo o lo colocamos, por fin, como eje del sistema, con poder real.

Y tener poder real significa tener derechos operativos. Derechos reales.

1. Derecho a elegir profesional.

2. Derecho a conocer los resultados de salud comparados por centro.

3. Derecho a cambiar automáticamente de hospital, público o privado, si se supera un plazo razonable.

4. Derecho a acceder a todos tus datos clínicos en tiempo real.

5. Derecho a ser escuchado no como favor, sino como obligación.

Y eso es libertad en sanidad

Y si eso incomoda, es porque supone devolver el sistema a su dueño legítimo: el ciudadano.

Estamos justo en el punto crítico. El envejecimiento, la presión sobre los profesionales, la cronicidad, la revolución tecnológica. Todo está convergiendo. Podríamos usar este momento para reformular el sistema sobre una idea poderosa: libertad responsable.

O podríamos, como tantas otras veces, dejar que todo se deteriore lentamente mientras repetimos que “tenemos la mejor sanidad del mundo”.

Una cosa es segura. Sin libertad no habrá sostenibilidad. Un sistema que no compite, que no escucha, que no rinde cuentas, que no permite alternativas, es un sistema condenado a su propio agotamiento.

El verdadero enemigo no es la izquierda, ni la derecha, ni lo privado. De hecho, no habría nada más progresista, más moderno y más justo que darle poder al paciente.

El verdadero enemigo es el paternalismo. Un paternalismo que hace que el ciudadano sea un súbdito ante el sistema. Un sistema que, además, exige que se le den las gracias, cuando su financiación proviene del ciudadano.

Y llegará un día en que, si el sistema, para garantizar su supervivencia, no le da respuestas al ciudadano, este exigirá romper el marco, partir de cero y pasará de exigir libertad en sanidad a un nuevo contrato en el que prime la libertad del individuo frente al sistema.

Y entonces hablaremos de sanidad en libertad.

*** Juan Abarca Cidon es presidente HM Hospitales.