El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, con Pedro Sánchez, en noviembre de 2023.

El primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, con Pedro Sánchez, en noviembre de 2023. EFE

Tribunas

España contra Israel: la tiranía del sentimentalismo

Cada acusación infundada de genocidio a Israel satisface la estrategia de Hamás. Sacrificar la integridad intelectual en aras de la conformidad permite que un consenso de aparente rectitud suplante a la razón.

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El hostil clima europeo hacia Israel ha encontrado en España una expresión tan intensa que la tensión ha saltado de lo cultural a lo militar.

El reciente anuncio del envío de una fragata para proteger la controvertida Flotilla Global Sumud contrasta con la postura más cauta de la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, que cuestionó los motivos políticos de la misión.

Esta implicación directa se suma a la politización de eventos como La Vuelta, cuya etapa final fue cancelada por un boicot masivo, y la amenaza de retirarse de Eurovisión 2026 si Israel participa.

Estos actos, que vulneran el espíritu de competiciones diseñadas para unir, evidencian cómo la crítica a Israel deriva en una discriminación aceptada, carente del más mínimo rigor intelectual.

Este activismo de base ha sido no sólo tolerado, sino amplificado y legitimado desde el más alto nivel del Gobierno.

La postura del presidente Pedro Sánchez ha trascendido la crítica para materializarse en una ofensiva diplomática y legislativa sin precedentes.

La adopción oficial del término "genocidio" para describir las acciones de Israel, pronunciada con pretendida autoridad moral, pero sin pruebas que sustenten tan grave acusación, ejemplifica una inquietante tendencia europea: la vibe-expertise.

Esta tendencia consiste en realizar valoraciones fundamentadas no en hechos contrastados, sino en el zeitgeist imperante, amplificado por las redes sociales y legitimado mediante citas circulares entre políticos y activistas.

La acusación de genocidio, mucho antes de ser adoptada por gobiernos, ya se había normalizado. Ha sido repetida por autoridades académicas sin evidencia rigurosa, amplificada por algoritmos de redes sociales y validada a través de citas circulares donde activistas y políticos se citan mutuamente como "expertos".

Así, la afirmación se ha convertido menos en una aseveración fáctica que requiere pruebas y más en una prueba de fuego para la credibilidad progresista. Cuestionarla es exponerse como un disidente del consenso moral.

"La acusación de genocidio ha sido repetida por autoridades académicas sin evidencia rigurosa, amplificada por RRSS y validada por activistas y políticos que se citan como expertos"

El reciente informe del Consejo de Derechos Humanos de la ONU es una clase magistral de cómo vestir propaganda con lenguaje jurídico para dar un barniz institucional a este zeitgeist. Aunque se presenta como un "análisis legal", es un documento estructurado para sustentar una conclusión predeterminada.

Su fallo más significativo es el intento de inferir una intención genocida a partir de la destrucción de propiedades. El propio informe admite que la destrucción no es, en sí misma, un acto genocida, pero pide al lector que "ate cabos", omitiendo convenientemente el objetivo declarado de Israel de desmantelar la infraestructura militar de Hamás.

Esto no es un análisis riguroso. Es una conclusión impulsada por la ideología.

Si bien el sufrimiento de la población civil gazatí constituye una verdadera tragedia, responde también a una calculada estrategia de Hamás. La organización terrorista emplaza deliberadamente su infraestructura militar en zonas civiles, a sabiendas de que las inevitables víctimas palestinas generarán la presión internacional que ahora vemos.

La acusación de genocidio resulta absurda cuando se examina objetivamente. Israel ha facilitado la entrada de más de 300.000 camiones de ayuda, ha establecido corredores humanitarios, ha atendido a gazatíes heridos en sus hospitales, y ha suministrado agua y electricidad durante fases del conflicto.

Actuaciones que contradicen cualquier intención de aniquilar a una población.

Esta campaña de presión resultará infructuosa, pues los israelíes temen más la rehabilitación de Hamás que a un presidente del Gobierno español contrariado. La verdadera consecuencia es la distorsión de la moral occidental para favorecer el relato estratégico de una organización terrorista.

Permitir que la pericia basada en sensaciones sustituya al análisis riguroso socava el discurso ético.

Cada boicot a Israel y cada acusación infundada de genocidio satisface la estrategia de Hamás. Aceptar pasivamente esta narrativa amenaza a las democracias liberales. Sacrificar la integridad intelectual en aras de la conformidad permite que un consenso de aparente rectitud suplante a la razón.

La auténtica valentía hoy consiste en desafiar este zeitgeist, no en amplificar sus distorsiones morales.

*** Eran Shayshon es el fundador de Atjalta, un think tank con sede en Israel que publicará próximamente 'El manual para luchar contra el antisemitismo'.