Protestas antijudías durante La Vuelta.

Protestas antijudías durante La Vuelta. Alejandro Ernesto

Tribunas

Los judíos de España empiezan a tener miedo

Un libelo no surge de la nada. Se construye con medias verdades, omisiones selectivas y ecos de odio ancestral.

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Esta semana se festeja Rosh Hashaná, el año nuevo judío. De acuerdo a la tradición, se han endulzado manzanas con miel para augurar un ciclo de prosperidad.

Sin embargo, la entrada de este nuevo año (el 5785 según el calendario judío) se ha teñido de amargura. Varios países occidentales (Francia, Canadá, Reino Unido, Australia y Portugal) han anunciado unilateralmente el reconocimiento de un Estado palestino en Gaza y Cisjordania.

Lo han hecho en el momento en que Israel, hogar del 46% de la población judía mundial, libra una lucha existencial por su supervivencia.

Lejos del conflicto, la diáspora judía observa con alarma un repunte sin precedentes del antisemitismo.

En España, los incidentes han aumentado más de un 300% en 2024 respecto a 2023, alcanzando los 193 casos registrados (el récord histórico), según el Observatorio de Antisemitismo de la Federación de Comunidades Judías de España (FCJE) y el Movimiento contra la Intolerancia.

Sin embargo, ha sido en las últimas semanas, con las protestas contra la Vuelta, el fallido intento de RTVE de vetar a Israel en Eurovisión (impulsado por presiones gubernamentales que ponen en tela de juicio la independencia de la cadena pública) y la flotilla de ayuda hacia Gaza, cuando el tema se ha convertido en un debate omnipresente, desde las sobremesas hasta los platós televisivos.

Imagen de las protestas propalestina en la contrarreloj de La Vuelta en Valladolid al paso de un ciclista del equipo Israel-Premier Tech.

Imagen de las protestas propalestina en la contrarreloj de La Vuelta en Valladolid al paso de un ciclista del equipo Israel-Premier Tech. José Vicente Ical

Las conversaciones que se producen en tantos ámbitos en este país replican las de las tertulias de televisión. La prueba de algodón de que un tema ya es de máximo interés social es cuando pasa del informativo de la noche al plató de los programas de cotilleo.

Es entonces cuando se pierden todos los matices, se abandona cualquier pretensión de buscar la verdad y se pasa a repetir lugares comunes sin contrastar. Muchas veces, con la rotundidad de quien se niega siquiera a tolerar una opinión contraria. Mucho menos un hecho avalado con datos.

Es sólo en ese contexto que el diputado del PSC, José Zaragoza, puede llegar a afirmar en la red social X “no quiero que en mi país haya líderes que no tengan claro que lo que ocurre en Gaza es un genocidio”.

Que el líder del socialismo madrileño, Óscar López, aplauda lo que él llama “el pueblo de Madrid” porque este “se manifiesta contra un genocidio”.

O que el ministro de transportes, Óscar Puente, celebre que se insulte al alcalde de Madrid por “decir que en Gaza no hay genocidio”.

De poco vale en un clima tan denso explicar que lo que ocurre en Gaza (por trágico) no encaja en la definición legal de genocidio de la Convención de 1948 ("destrucción sistemática y con intención específica de aniquilar un grupo étnico, nacional, racial o religioso").

Se tergiversa un fallo provisional de la Corte Internacional de Justicia que sólo indica "plausibilidad" de riesgo genocida para los palestinos, sin confirmar su comisión por Israel.

Se cita como "opinión de la ONU" un informe de un comité de tres expertos del Consejo de Derechos Humanos (con sesgo antiisraelí notorio), ignorando el consenso institucional.

Y se obvian las medidas israelíes para minimizar bajas civiles, como las que el embajador de Estados Unidos en Israel, Mike Huckabee, describió ante el periodista británico, Piers Morgan: protocolos de evacuación y alertas que superan incluso a los que adopta el ejército estadounidense en conflictos similares.

Puede parecer irrelevante discutir sobre terminología cuando no hay duda de que los gazatíes están padeciendo una guerra devastadora.

Sin embargo, las críticas no son ociosas cuando banalizan el Holocausto.

La definición de antisemitismo de la IHRA (adoptada por España y más de treinta países) lo tipifica explícitamente como libelo: "Comparar las políticas actuales de Israel con las del régimen nazi".

Alrededor del 36% de los judíos mundiales perecieron en la Shoá (unos seis millones de 16,5 millones en 1939), un porcentaje diez veces superior al de gazatíes muertos en dos años (estimados en 65.000-70.000 de 2,3 millones, o aproximadamente el 3%).

Esta devastación justifica críticas legítimas a Netanyahu o el apoyo a un Estado palestino viable. Pero sólo si los medios amplifican voces diversas sin deslegitimar de antemano las contrarias.

En España, con apenas 50.000 judíos (menos del 0,1% de la población), la comunidad inicia el año con temor: miedo a ostentar símbolos religiosos en público, a frecuentar locales kosher (varios han sido atacados o amenazados en 2024) o a debatir el tema, arriesgando intolerancia ciega.

Muchos son españoles de toda la vida, y no todos justifican las políticas israelíes.

Los medios españoles (y la sociedad en general) deben revertir esta deriva hacia la descalificación colectiva de lo judío. Porque, como advierten los historiadores, el abismo entre el prejuicio y la barbarie es estrecho y resbaladizo.

Un libelo no surge de la nada. Se construye con medias verdades, omisiones selectivas y ecos de odio ancestral.

Combatirlo exige rigor, empatía y, sobre todo, el coraje de basar el discurso en hechos.

*** Adrian Elliot es director de Grayling.