
Playa de El Saler, en Valencia. EFE
La suspensión del tiempo
Igual que los españoles solemos veranear en España, los franceses tienen la cultura de hacer “el gran viaje”. Y para ello usan una frase muy bonita: se dépayser. “Despaisajearse”.
En el verano de 1998, recién salida de la universidad, llegué a Nueva York para hacer un curso de cine.
Recuerdo una tarde de agosto, calurosa y húmeda, en una ciudad que es puro cemento. Estábamos en el oasis de la sala de proyección de la escuela. Hacíamos películas de 16 mm. que proyectábamos una vez a la semana.
Adam, uno de los mejores profesores que he tenido nunca, dijo:
– Estáis aquí porque amáis el cine. Pero siento deciros que os lo voy a estropear. Al diseccionarlo, analizarlo, al revelaros los secretos de cómo está hecho, no volveréis a verlo nunca igual. El disfrute del cine está basado en una cualidad.
Y entonces dijo una frase que me cambió la vida: “La magia del cine es la capacidad de suspend your disbelief” [en español, "suspender la incredulidad"]. La capacidad de suspender tu noción de la realidad y dar por válido lo que no lo es.
En ese momento, la narrativa entra en ti y produce una catarsis que te transforma.
Pero tienes que aceptar navegar las aguas del “no es verdad, pero es verdad”.

Turistas en Roma, frente al Coliseo. EFE
El verano es esa narrativa transformadora. Es una suspensión de nuestra forma habitual de estar en el mundo. Una realidad paralela. Una vida que no es la tuya, pero en la que eres más tú.
Igual que los españoles solemos veranear en España, los franceses tienen la cultura de hacer “el gran viaje”. Y para ello usan una frase muy bonita: se dépayser. “Despaisajearse”.
Ver el mundo con otros ojos.
Al reenfocar la mirada, aparece la maravilla de la sencillez. Los pies descalzos, un trozo de sandía, un atardecer, una sardina.
La hora precisa se desdibuja hacia una noción relativa del tiempo. “Nos vemos en la playa, o en el paseo. Por la mañana, o por la tarde. ¿A qué hora? Ya vamos viendo”.
Redescubrimos el sabor de la lentitud, del no hacer, de no tener la cabeza poblada de todo lo pendiente. Nos hacemos el regalo de poder simplemente ser.
El verano nos recuerda que hay verdades que transcienden nuestro momento histórico. Que somos pequeños en un mundo infinito, y que es un privilegio existir.
Y volvemos a casa al acabar esta experiencia con una monumental tarea pendiente: reevaluar nuestras opciones vitales, rutinas, afectos, y ver si permiten retener algo de lo que hemos descubierto, en ese lugar llamado Verano.
Un murmullo ya lejano… de lo que de verdad importa.
*** Adriana Domínguez es presidenta ejecutiva de Adolfo Domínguez.