
Mario Vargas Llosa, en febrero de 2023.
Las lágrimas de Mario Vargas Llosa
En diciembre de 2007 fui nombrado presidente del Teatro Real. Incorporé a Mario al Patronato y le nombré presidente de su Consejo Asesor. Sabía de su profundo interés por el género operístico.
A un excelente escritor podemos conocerlo personalmente o en las sombras que proyecta la lectura de sus obras. Cuando se funden ambas experiencias brota una profunda cercanía. A mí me sucedió con Mario.
Me inicié como lector suyo en 1963, cuando yo tenía 21 años, con La ciudad y los perros, una obra desgarradora que fue su segunda novela.
En 1982 terminé La guerra del fin del mundo. Al día siguiente, muy temprano, me reuní con Jaime Carvajal, presidente del Banco Urquijo, del que yo era director general. Mariano Rubio, subgobernador del Banco de España, había manipulado una inspección para favorecer la pretensión del Banco Hispanoamericano de adquirir el Urquijo a bajo precio.

Mario Vargas Llosa.
Y así se hizo. Los ecos de la novela me retumbaron en los oídos.
Y la noche en la que conocí a Pilar Solís, el amor de mi vida, cenando en una inolvidable cita a ciegas, estaba terminando de leer La fiesta del chivo, ocupando Mario, sin saberlo, un espacio significativo en nuestra primera conversación.
En 1991, conocí a Mario personalmente en una conferencia dentro del ciclo de La Semana Marañón en Toledo. Al terminar el acto quiso venir a conocer nuestro Cigarral, y en aquella inolvidable visita se fraguó una amistad que desde entonces fue haciéndose más y más profunda durante los siguientes treinta y cuatro años.
Desde el año 2007, nuestra amistad se ha desarrollado en el rico escenario del Teatro Real.
En diciembre de ese año fui nombrado presidente de la institución. Incorporé a Mario al Patronato y le nombré presidente de su Consejo Asesor. Sabía de su profundo interés por el género operístico. Mario no faltó nunca a nuestras reuniones por su seriedad con el compromiso asumido y también por su pasión operística.
En ese entorno, el 8 de octubre de 2019, viví un encuentro con él tan inolvidable como doloroso.
El 8 de octubre de 2019, llegué al Teatro Real poco después de las 14:00 h. para asistir a una reunión del Patronato en forma de almuerzo. Me informaron de que Mario había llegado hacía pocos minutos, anticipándose a la convocatoria para reunirse a solas conmigo.
Imaginé que quería poner su cargo a mi disposición, lo que hacía de vez en cuando, con tanta elegancia como desprendimiento. Y, a su vez, al pedirle yo que continuase, no dudaba ni un segundo en proseguir la andadura que compartía conmigo desde enero de 2007.
Nos sentamos próximos en un banco y me indicó, como yo preveía, que creía que debía poner su cargo a mi disposición, añadiendo que, como siempre, haría lo que yo le indicase.
Estábamos a solas. Tras un segundo de silencio, que me hizo sentir un profundo escalofrío, me dijo, rompiendo a llorar, que se "estaba muriendo". Le acababan de descubrir hacía muy pocos días un cáncer de médula, y la metástasis estaba generalizada en todo su organismo.
Se dejó abrazar, mientras sollozaba quejándose de la tristeza que le embargaba.
"Fíjate, Gregorio, esto me sucede en este momento de mi vida, cuando estoy presentando una novela, lleno de proyectos personales y también literarios, y cuando siento en mí la plenitud".
"Volvimos a abrazarnos, con sorprendente ternura, y yo quise ocultarle mis propias lágrimas emocionado por la inesperada tristeza de ese instante"
Me dijo que habían comenzado a administrarle un tratamiento para prolongarle la vida, que su cuerpo no lo estaba rechazando, pero que se sentía mal, que apenas podía tenerse en pie.
Volvimos a abrazarnos, con sorprendente ternura, y yo quise ocultarle mis propias lágrimas emocionado por la inesperada tristeza de ese instante.
Empezaron a llegar los restantes Patronos, le aconsejé a Mario que se sentara en el lugar que tenía reservado en la mesa del Patronato, entre Rodrigo Echenique y Marta Rivera, y para darle normalidad a la situación le dejé en su compañía.
El aspecto de Mario, aunque ciertamente delgado, era excelente y nadie pudo sospechar lo que estaba viviendo por dentro. Me dijo que, si el tratamiento no le funcionaba, podían quedarle escasamente algunas semanas de vida, pidiéndome que no lo comentara.
Se levantó un poco antes de que terminara el Patronato, y decidí levantarme yo también para acompañarle a la salida. Se disculpó con delicadeza por no quedarse hasta el final, añadiéndome que precisamente iba a recibir una sesión de su tratamiento. Nos abrazamos con fuerza y quedamos en que le visitaría cuando le conviniera para seguir hablando.
Al día siguiente me envió una carta de la que entresaco lo siguiente:
"De acuerdo con lo que conversamos ayer, y muy a mi pesar, me veo obligado a renunciar tanto a presidir el Consejo Asesor como a ser Patrono de la Fundación Teatro Real. Créeme que nada me entristece tanto como apartarme de una institución que funciona magníficamente, en gran parte debido a tu entrega y talento, y que ha hecho tanto en los últimos años por la cultura musical de España (...)
"Convinimos que le nombraríamos patrono de Honor y presidente de Honor del Consejo Asesor del Teatro Real"
Los médicos, en vista de la agravación de mi estado de salud, me piden que lleve una vida tranquila, sin compromisos y de 'viejo', algo que siempre me horrorizó, porque siempre quise que la muerte me sorprendiera con la pluma en la mano.
Mientras tú seas el presidente del Teatro Real, siempre podrás usar mi nombre sin necesidad de consultarme para todo aquello en que pueda servir. Y, desde luego, nada me gustaría tanto como que tuviéramos pronto esa conversación privada en la fecha que tú quieras".
Convinimos que le nombraríamos patrono de Honor y presidente de Honor del Consejo Asesor, y, por supuesto, tal como le dije, en el Teatro Real tendría siempre las puertas abiertas y sus dos butacas reservadas.
Ahora nos ha dejado, seis años y medio después de aquel encuentro. Entremedias figura su dolorosa separación de Isabel Preysler, quien, sin duda, llenó la penúltima etapa de su vida, y su regreso a ese Perú al que poco antes había manifestado su deseo de no volver.
En estos momentos de tristeza y añoranza no me resisto a referirme, como final de este testimonio, a nuestra aventura parisina.
Habiendo sido nombrado académico de la Academia Francesa (uno de los mayores reconocimientos que un escritor latino puede recibir), me contó que en la ceremonia de ingreso tenían que acompañarle dos padrinos, que, a su vez, debían firmar el sable que llevaba con su uniforme.
Me honró proponiéndome que yo fuera uno de ellos, y diciéndome que había pensado en Santiago Muñoz Machado para que fuera el otro. Eso sí, teníamos que estar presentes y acompañarle, a modo de amistosa escolta, durante el acto, y así lo hicimos, en febrero de 2023, no sin antes haber contribuido a que nuestras firmas quedaran permanentemente grabadas en su sable.
*** Gregorio Marañón y Bertrán de Lis es presidente del Teatro Real y de la Fundación Ortega-Marañón, y académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.