C. Tangana con sus dos Goya.

C. Tangana con sus dos Goya.

Tribunas LOS PESARES Y LOS DÍAS

C. Tangana le recuerda a la farándula moralista de los Goya el valor del perdón

Los signos del regreso al sentido común que viene están en el aire creativo que respiramos, para todo el que quiera verlos. 

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Si uno se detiene un instante a meditarlo, descubre que hay pocos fenómenos en el mundo más admirables que el perdón.

Resulta en verdad asombrosa esta facultad humana (no en vano, sacramentada) para, pronunciando un sintético conjuro, operar un vuelco anímico capaz de disolver la más encarnizada de las querellas. Una palabra que sana y libera.

Tan formidable es esta fuerza de restitución, tan trascendental su rendimiento social como una ocasión permanentemente abierta para la enmienda y la renovación, que no es exagerado considerarla la piedra angular de nuestra civilización.

C. Tangana con sus dos Goya.

C. Tangana con sus dos Goya.

Con su acreditada inteligencia para condensar intuiciones morales sobre el ser de las cosas, C.Tangana recuperó la idea del perdón como un recordar sin dolor. Demostrando nuevamente que es el tipo con la pituitaria artística más sensible del hispanorama, advirtió en la entrega de los Goya de este sábado que "cuanto mayor es el error, más necesitamos el perdón de los demás".

"Todos nos equivocamos constantemente. Yo tengo que pedir perdón constantemente, y creo que vosotros también", le espetó Antón Álvarez a la cofradía lacrimógena de la farándula ibérica, que había certificado su pedigrí humanitario excluyendo de la gala a Karla Sofía Gascón por unos comentarios de archivo del todo ajenos a su desempeño profesional.

El episodio trae a la memoria el conmovedor discurso de aceptación de Joaquin Phoenix en los Oscar de 2020, cuando pinchó la burbuja hollywoodiense para defender que "sacamos lo mejor de nosotros mismos cuando nos apoyamos mutuamente, no cuando nos cancelamos por errores pasados".

Tras admitir delante del auditorio que había sido "egoísta y cruel" no pocas veces, agradeció que "muchos de vosotros me hayáis dado una segunda oportunidad". Porque "lo mejor de la humanidad sale cuando nos guiamos mutuamente hacia la redención".

Antón Álvarez, y antes Phoenix, resaltaron, en el escaparate de las deformaciones intelectuales progres que son siempre los galardones actorales, la inconsistencia de la sociedad moralizante, que es a la vez la más inmoral de todas. La que extrema la penitencia, pero niega la absolución.

No fue C. Tangana la única nota discordante en la languideciente cantinela de la izquierda oficialista. Los Javis, el binomio cómico con más predicamento desde los Jordis, puntualizaron en la alfombra roja que "la película sobre la cancelación tendrá que venir". Y recordaron que entre el público había sentada gente con un expediente ético mucho más turbio que el de la purgada Karla Sofía.

Los signos del regreso al sentido común que viene están en el aire creativo que respiramos, para quien quiera verlos.

Y no sólo porque se escuchen en el faranduleo cada vez más pronunciamientos ajenos al canónico activismo biempensante de almoneda. Como el de María Luisa Gutiérrez, que cuestionó ante un retablo de rostros deliciosamente contrariados que la memoria democrática gubernamental se olvide de las víctimas del terrorismo etarra.

[El aplausómetro registró en este punto una acusada caída de los decibelios, mientras se multiplicaban en redes sociales las lamentaciones por que se hubiera blanqueado con el Goya la "infiltración policial"].

Pero la tendencia dextrógira que atraviesa la vida espiritual española en nuestros días excede el síntoma de la enfermedad goyesca.

La propia película de Álvarez, el espléndido docu-biopic-videoclip sobre un guitarrista flamenco, es una exaltación de la familia y la preservación de las esencias.

Dentro de unos meses, Albert Serra estrenará un documental para mayor gloria de la fiesta de los toros, y para estupor de la cinefilia autoral patria que lo tenía por emblema de la vanguardia.

Y cada año son más las películas que arrojan una mirada renovadamente convencional sobre materias tradicionales como la maternidad, la vida rural o las costumbres religiosas.

Por mucho que, como bien ha captado José Ignacio Wert en este periódico, se haya querido contrapesar el encumbramiento de una película heterodoxa entregando un ex aequo a otra de marcado sabor PSC, es evidente que el signo de los tiempos está virando.

Como en todos los cambios climáticos en la esfera artística, a lo que asistimos no es al derrumbe súbito de un edificio ideológico, sino al surgimiento de un nuevo paradigma desde las entrañas del vigente, que seguirá incorporando elementos periféricos hasta precipitar una metamorfosis de las coordenadas estéticas.

¿Podía haber un certificado de defunción del marco cultural PSOE, del crepúsculo de la cursilería socialdemócrata, más elocuente que la actuación, en-pleno-siglo-veintiuno, del fantástico, nefrítico y jurásico Miguel Ríos? Tengamos misericordia y perdonémosle a él también.