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El Congreso de los Diputados. Europa Press

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El abismo democrático

Tanto el gobierno como la oposición tendrían mucho que ganar si arbitraran una tregua constructiva trenzada de acuerdos fundamentales para nuestro devenir democrático.

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El tándem Donald Trump-Elon Musk personifica la gravísima crisis que padecen nuestras democracias. Solamente cabe un paso más en la mala dirección que conduce hacia el abismo: negarles a ambos su legitimidad, pues significan, al tiempo, la fuerza y la debilidad de nuestro sistema político.

Nos aguardan cuatro años de angustia política, día a día, y es posible que con graves consecuencias a corto y medio plazo.

Más allá, en el continente americano, tenemos algunos ejemplos que también nos inducen al desasosiego, desde Maduro, en Venezuela, hasta el matrimonio Ortega, en Nicaragua.

Nicolás Maduro durante su primer discurso tras investido presidente de Venezuela el pasado 10 de enero.

Nicolás Maduro durante su primer discurso tras investido presidente de Venezuela el pasado 10 de enero. Reuters

En Europa, el panorama es, igualmente, inquietante. 

Aquella V República francesa que cuando nacía en 1958 estudiábamos llenos de esperanza en primero de la Facultad de Derecho de la Complutense, de la mano de Raúl Morodo, en plena dictadura, ahora está naufragando, día a día. 

La extrema derecha europea (rozando peligrosamente los límites democráticos) resurge con fuerza en algunos de nuestros principales países vecinos, como es el caso de Austria.

Y sobre esta crisis política que padece Occidente, planea otra gravísima cuestión pública. Me refiero a la falta de horizontes estables que permitan abordar las profundas reformas que precisan nuestros sistemas en demasiados aspectos políticos, medioambientales y económicos.

"PSOE y PP están lejos de buscar un espacio de consenso que fortalezca nuestro país y nuestra democracia"

La caída del comunismo privó a los países democráticos del monopolio de su eficiente sistema económico, y así, hoy, China, siguiendo el modelo de Singapur, mantiene la estabilidad política de su dictadura, pero ha transformado de tal forma su economía, siguiendo el modelo de las economías democráticas, que ya se ha convertido en la segunda potencia del mundo, con la estabilidad propia de un mandato presidencial incuestionable de nueve años.

¿Cómo competir con esta estabilidad económica si nuestros horizontes políticos son, como mucho, tan sólo de cuatro años? 

Esta situación, ciertamente no muy alentadora, se complica con el fenómeno de la polarización, sin duda, en parte inducido desde las orillas políticas no democráticas.

Esa polarización, que constituye el principal problema que afronta la democracia española, tiene un cuadro político dominado por el PSOE y el PP, que están lejos de buscar un espacio de consenso que fortalezca nuestro país y nuestra democracia, y que permita reformar nuestro sistema político mediante las correspondientes reformas consensuadas (y no me refiero sólo a las constitucionales, sino al ámbito económico).

Hagamos, querido lector, un esfuerzo de imaginación e inventemos un cuadro de consenso entre el PSOE y el PP, el PP y el PSOE, que permitiese abordar y cerrar el modelo político autonómico; que proyectase nuestra economía a cuatro años, al menos; que fortaleciera nuestra política exterior, sobre todo en América, África y Europa; que reformase la Sanidad pública; que diese estabilidad a nuestro sistema educativo, que ha padecido ocho leyes diferentes en apenas doce años; y que reformase la Justicia, que tarda años en resolver cualquier cuestión que se le someta, convirtiéndose a sí misma en una profunda injusticia. 

A esto se añade la que hoy resulta inimaginable reforma de una Constitución (nacida hace más de cuarenta y cinco años, en un tiempo no democrático), que aborde cuestiones como la del sentido político del Senado, la Ley Electoral y el probablemente conveniente establecimiento de un régimen federal como necesario cierre consensuado del desordenado proceso de descentralización que estamos viviendo desde 1978. 

Tanto el gobierno como la oposición tendrían mucho que ganar si arbitraran una tregua constructiva durante el resto de la legislatura, trenzada de acuerdos fundamentales para nuestro devenir democrático, y que constituyese un ejemplo esperanzador en el incierto devenir de Europa.

Pero, sobre todo, ese acuerdo de ensueño inauguraría una nueva y fructífera etapa en nuestra convivencia política, tan importante o más que la que significó la Constitución de 1978. 

*** Gregorio Marañón Bertrán de Lis es presidente del Teatro Real y de la Fundación Ortega-Marañón, y académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.