Irene Montero en una imagen del pasado mes de noviembre.

Irene Montero en una imagen del pasado mes de noviembre. Gtres

Tribunas LA TRIBUNA

La batalla cultural es un truco de magia, y no lo estás viendo

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Polémicas como la salida de la red social X de periódicos como The Guardian o La Vanguardia, el debate sobre la conquista de América, las airadas discusiones sobre lenguaje inclusivo, el nuevo anuncio de Jaguar… son batallas de una guerra. La cultural.

Giorgia Meloni y Javier Milei gesticulan desde un balcón de la Casa Rosada tras una reunión en Buenos Aires.

Giorgia Meloni y Javier Milei gesticulan desde un balcón de la Casa Rosada tras una reunión en Buenos Aires. Reuters

Son además una grandísima pérdida de tiempo.

Y son, sobre todo, una trampa en la que hemos caído

El mismo Javier Milei ha invocado en ocasiones a Antonio Gramsci, padre intelectual de la toma del poder a través de la guerra cultural. Milei se ha enorgullecido de usar las herramientas del contrario, ya que la guerra cultural (es decir, la batalla por el relato, que es la batalla por la percepción que la gente tiene de los acontecimientos) era esencial en su lucha por la libertad de su país.

Milei habla de Argentina, que ha sido, hasta su llegada al Gobierno, el paraíso soñado de los políticos que aspiran a empobrecer a los ciudadanos para tenerlos cautivos y perpetuarse en el poder con sus votos.

¿Era en Argentina necesario dar esa batalla? 

La estrategia política y militar básica indica que, aunque no te guste pelear, si te declaran una guerra debes combatirla y ganarla con el menor número de bajas posible. Lo contrario, lo de veranos azules, es y ha sido arreglar el balance y dejar todo como te lo han dejado para que no te la líen en los medios y en la calle hasta que todo reviente. 

Sin embargo, me ha sido imposible evitar la epifanía cuando vi el aterrizaje del cohete propulsor espacial de la Starship de SpaceX. Y es que, observando esos titánicos brazos de metal agarrando a un mastodóntico cohete que reentraba en la Tierra, y el júbilo del personal de SpaceX al lograrlo, lo tuve claro.

Hemos caído en la trampa. 

No es sólo un gran avance tecnológico. Es la demostración empírica del vigor de una sociedad que sueña con alcanzar metas que antes parecían de ciencia ficción. Es un paso hacia el futuro, hacia un mundo que explora los límites del conocimiento y se atreve a pensar en grande.

Ellos haciendo aterrizar cohetes espaciales y nosotros matándonos en redes por la conquista de América.

Ellos dedicándose en cuerpo y alma a su cometido, y tú mirando el reloj para que se te caiga el boli en el minuto exacto que estipula tu convenio colectivo. 

Una comparación clásica entre la esencia de Estados Unidos y la de España es la de las películas Los lunes al sol y En busca de la felicidad. No obstante, la mejor comparación, hoy, la podemos hacer viendo el aterrizaje del cohete propulsor de la Starship y luego viendo cualquier vídeo corto de Irene Montero sobre cualquier tema que se le ocurra tratar (nunca es su sueldo de CEO de multinacional, curiosamente). 

El colofón de todo lo anterior es que el dueño de la empresa que hizo aterrizar esa mole, SpaceX, es el mismo dueño del teatro de operaciones más intensivo de la guerra cultural, es decir, X, antiguamente, Twitter.

Que cada uno saque sus propias conclusiones

Las llamadas "guerras culturales" se han convertido en un fenómeno común, generando intensos debates sobre cuestiones ideológicas y culturales que terminan por desviar la atención de asuntos de fondo que afectan nuestra calidad de vida y nuestro futuro.

Y es que las guerras culturales no sólo nos distraen, sino que también sirven de herramienta para mantenernos ocupados en disputas superficiales mientras los desafíos reales siguen sin resolverse.

Un ejemplo es cómo la presión fiscal en España no ha dejado de crecer mientras hemos permanecido anestesiados por los debates estériles y los problemas inventados. Desde 2010 a 2023, la presión fiscal en España aumentó siete puntos porcentuales.

Actualmente, la presión fiscal en España se sitúa alrededor de un 39% del PIB, habiendo crecido en los últimos cinco años más del 4% del PIB. Desde 2018 hasta hoy, un sueldo de 30.000 euros brutos anuales ha incrementado su presión fiscal en 1.300 euros. Una media de 3.890 euros adicionales en cada hogar. 

Es una estrategia clásica en la magia. Desviar la atención del espectador hacia un lado, mientras en el otro lado el truco está realizándose.

"Mira qué machismo hay en los cánticos de un grupo de estudiantes universitarios, vivimos un infierno, hay que hacer algo, mañana aprobamos un decreto contra el machismo con una disposición adicional equiparando algunos tributos a los países de nuestro entorno". 

La fase antes del prestigio.

De algún lado sale, supongo, el lema de "no es magia, son tus impuestos". 

"La escalofriante fórmula de 'lo personal es político', extendida a 'todo es político', tiene siempre un mismo desenlace: el conflicto civil"

Tampoco las guerras culturales son un fenómeno nuevo. El acuñador del término, el sociólogo estadounidense James Davison Hunter en su libro Culture Wars: The Struggle to Define America (1991).

En él, Davidson define la guerra cultural como una lucha entre visiones opuestas de la moralidad cultural donde grupos con cosmovisiones en conflicto buscan imponer su narrativa sobre qué valores deben regir en la esfera pública y privada.

Esta contienda, en los últimos años, se ha intensificado. En parte gracias a la viralidad de las redes sociales y a la facilidad con la que los discursos polarizados y polarizantes se propagan. Desde las 36 variantes de género hasta las peleas y polémicas interminables sobre películas o libros, pasando por lo malos que son los anglosajones, pareciera que el objetivo es enfrentarnos unos a otros en una lucha sin final. 

Es precisamente Juan Soto Ivars quien define a la guerra cultural como una trampa, y añade que, como es una guerra en la que no hay muertos, no tiene fin.

Pero la escalofriante fórmula de "lo personal es político", extendida a "todo es político", tiene siempre un mismo desenlace: el conflicto civil. 

Porque si hay una explicación de la desidia y negligencia de todas las administraciones implicadas en la gestión de la Dana en Valencia, es esta: "guerra cultural", "batalla por el relato", "lucha de narrativas".

Ya el hecho de llamarlo "Dana" y no "gota fría" es pura batalla cultural. 

Es una trampa, pero no va a parar. Queda guerra cultural para rato porque mucha gente vive de ella. Ya lo advirtió Orwell, en quien está todo, o casi todo: "La guerra no está destinada a ser ganada, está destinada a ser continua. El objetivo de la guerra es mantener intacta la estructura de la sociedad".