Jack Teixeira, el responsable de las filtraciones de documentos del Pentágono, en una imagen de sus redes sociales.

Jack Teixeira, el responsable de las filtraciones de documentos del Pentágono, en una imagen de sus redes sociales.

LA TRIBUNA

Las filtraciones de la CIA y el dilema de la inteligencia

Los servicios de inteligencia están atrapados en un juego de suma cero entre las exigencias de secretismo y seguridad, y la necesidad de compartir la información para que sea útil.

25 abril, 2023 02:17

Jack Teixeira, 21 años, cabo de la fuerza aérea de la Guardia Nacional de Estados Unidos desplegado en una base en territorio americano, ha protagonizado una de las filtraciones más graves que ha padecido Estados Unidos en los últimos 40 años.

No son pocos quienes desconfían. ¿Y si todo esto forma parte de una campaña de falacias que busca engañar al estado mayor ruso antes de la ofensiva ucraniana? ¿Cómo es posible que un veinteañero tuviera acceso a tanta información?

Vista aérea del Pentágono de EEUU.

Vista aérea del Pentágono de EEUU. Reuters

La respuesta es más sencilla de lo que parece y obedece a un grave dilema que enfrentan los grandes servicios de inteligencia del planeta: la diseminación de la inteligencia.

Si hace un siglo el gran reto era obtener la información infiltrando un espía o pinchando un telégrafo, hoy el problema es la cantidad de inteligencia que debe ser digerida y presentada en tiempo y forma. Dada la saturación de información, los informes de inteligencia a menudo no llegan a tiempo a quien deben.

A la saturación de datos se suma un dilema, el del secretismo. Los servicios de inteligencia nacen con culturas organizativas que premian el secretismo, la ocultación, el sigilo y la compartimentación. Todo ello busca la impenetrabilidad de la organización.

Sin embargo, esta actitud tiene un enorme coste. Porque fuerza a encajonar la información. A dejarla como el agua de un estanque, casi parada.

Cuando estos problemas se combinan, el cuadro es dantesco. La información es masiva, pero para que sea útil debe compartirse. Sin embargo, para compartirla hay que renunciar al secretismo y a la seguridad. Es un juego de suma cero.

La I.C. o Intelligence Community estadounidense hace tiempo que prefirió renunciar al secretismo y favorecer que se comparta la información en detrimento de la seguridad. De ahí que 4,1 millones de personas posean algún tipo de acreditación de seguridad y que 1,3 millones la posean para acceder a documentos de la máxima categoría, los Top Secret.

La última gran reforma de los servicios de inteligencia estadounidenses se produjo a raíz del 11-S y la famosa Guerra contra el Terror lanzada por George W. Bush. El terrorismo es una amenaza heterogénea, descentralizada, con un carácter líquido y de aparición casi espontánea. Luchar contra ella es como intentar localizar un grano de arena en medio de la playa. De ahí que para ser eficaces rastreando dicho grano fuera necesario abrir las compuertas de la información y dejar que esta fluyera masivamente.

De que la información fluya no sólo depende la lucha contra el terrorismo o las operaciones militares en el extranjero. Otros asuntos igual de importantes, como el día a día de los grandes contratos de la industria militar, o el acceso de los contratistas a especificaciones y necesidades, también forman parte del escenario.

"Los servicios de inteligencia se extralimitarían si crearan operaciones de engaño que pusieran en riesgo las relaciones bilaterales de Estados Unidos con sus aliados"

Todo esto no significa que no existan medidas de seguridad. Las hay, y la inteligencia sigue estando compartimentada independientemente del grado de la credencial de seguridad que tiene acceso a ella. Pero, aún así, hay centenares de millares de personas con acceso a información sensible.

En el caso de Teixeira, llaman la atención dos cosas. La primera es lo aparentemente fácil que es obtener y distribuir información sensible de tal manera que eso pase desapercibido durante meses. Y eso pese a que Teixeira ni siquiera se tomó la molestia de ocultar su rastro (o quizás justamente por esto mismo).

El segundo rasgo llamativo es el de su edad y posición. Un simple cabo no debió haber tenido acceso a esta información si no es por algún tipo de negligencia de un compañero o de un superior, o de alguna argucia informática.

Por último, no cabe descartar por completo la posibilidad de que estemos ante una operación de engaño que forme parte de una campaña de manipulación mayor.

Una operación de engaño a menudo utiliza numerosos e incluso todos los datos reales. De ahí que estos lleguen a ser indistinguibles de la realidad. Al fin y al cabo, lo que se busca es generar un efecto en el decisor enemigo, y cuanto más cerca esté el engaño de la realidad, tanto más creíble será.

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Este mayo o junio se espera una importante ofensiva ucraniana. Una que podría acercarnos al fin de la guerra. Hay mucho en juego y es obvio que debe de haber grandes operaciones de engaño en marcha. ¿Es esta una de ellas? No se puede descartar por completo.

No parece que esto esté preparado. Sería excesivamente burdo y arriesgado para los gobiernos aliados, que son responsabilidad de la Secretaría de Estado. Los servicios de inteligencia se estarían extralimitando si crearan operaciones de engaño que pusieran en riesgo las relaciones bilaterales de Washington con sus aliados.

Por no decir que las acciones de engaño pueden ser mucho más sencillas, menos exigentes en términos de tiempo y recursos, y menos arriesgadas para conseguir efectos similares a los que podría lograr esta supuesta operación.

En todo caso, sea lo que fuere que haya sucedido, pasará a los anales de la historia de los servicios de inteligencia. E, indudablemente, promoverá una reforma de estos en el sentido de restringir el modo de compartir la información.

*** Yago Rodríguez es analista militar y geopolítico, y director de The Political Room. 

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