El exvicepresidente segundo del Gobierno y ministro de Economía, Pedro Solbes, en su escaño del Congreso de los Diputados en 2008.

El exvicepresidente segundo del Gobierno y ministro de Economía, Pedro Solbes, en su escaño del Congreso de los Diputados en 2008. Efe

OBITUARIO

Pedro Solbes, el "tuerto" que escuchaba Radiolé

El exministro de Economía nunca presumió de haber bajado la deuda exterior. Odiaba discutir y reconoció el error de no haber sabido paliar la crisis de 2008. Murió ayer a los 80 años.

19 marzo, 2023 02:13

Si algo no le gustaba a Pedro Solbes era el ruido. Lo suyo era plantear las soluciones más sencillas a los problemas más gordos.

Lo hizo durante toda su vida pública, tanto en el Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación o en el de Economía y Hacienda con Felipe González, como diez años más tarde en su papel de vicepresidente de Economía y Hacienda con José Luis Rodríguez Zapatero. Nació en Alicante pero ejerció de "sordo" aragonés cuando la ocasión lo requería.

Pedro Solbes junto al expresidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero.

Pedro Solbes junto al expresidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero. Efe

Tan capaz de reconocer sus errores y pedir disculpas, como lo hizo en la Comisión del Congreso encargada de analizar la crisis financiera de 2008, como de renunciar a la reforma que tenía prevista de las Cajas de Ahorro, convencido de los motivos políticos que le explicó el presidente. Cuando le pedían su opinión miraba a los que se la pedían. Y, si veía que le iban a utilizar en la disputa, se secaba de la misma con una de sus frases favoritas: "No discutáis, haced como yo y escuchad Radiolé". La más castiza de las emisoras españolas era su válvula de escape.

Con tres carreras universitarias en el bolsillo y cinco idiomas para andar por Europa se apuntó al PSOE tras ser nombrado ministro. Y nunca presumió, ya con ZP en La Moncloa de haber conseguido bajar la deuda exterior de España del 36% del PIB al 10%.

Incluso presentó su dimisión cuando el político leonés se opuso a su combate personal contra la inflación y el aumento del gasto público en 70.000 millones. La misma ultra ortodoxia que hoy defienden Christine Lagarde y Luis de Guindos.

Tuvo problemas en la visión de un ojo. Pero decidió que "tuerto" y todo era capaz de ganar su debate económico en televisión contra Manuel Pizarro en las elecciones generales de 2008. Los dos contendientes iban como los representantes de la "magia económica" que necesitaba España en la misma lista por Madrid que sus dos jefes, Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy. Ganó el "tuerto" por goleada y ganó el líder del PSOE de entonces en las urnas.

Un año más tarde se marchaba y era sustituido por Elena Salgado. El chalet de Majadahonda y el gran pinar que fuera de la familia Oriol fue su refugio junto a su mujer Pilar, sus tres hijos y su perro. Aceptó convertirse en asesor del Barclays Bank. Y contempló desde la lejanía política cómo el actual Gobierno de Pedro Sánchez se olvidaba de todo lo que él intentó que aprendieran dos presidentes, sin saber que le tenían reservado el papel de experto pero sin otorgarle el poder político.

Coincidíamos en nuestros paseos y era inevitable que, en unos minutos, descargáramos nuestras opiniones sobre esta España del Tercer Milenio. Era pesimista, mucho más cerca de las medidas que tomaba el Banco Central Europeo que de las recetas de las titulares de Economía y Hacienda.

Con Calviño podría haber trabajado y hasta entendido las razones de sus medidas. Con María Jesús Montero habría sido imposible. Hace diez años escribió sus Recuerdos y en el resto del título se encuentra la visión que tenía de sí mismo: "40 años de servicio público".

"Quería que le recordaran lejos de la política partidista, más europeo que español, siempre atado a las normas y mirando para otro lado cuando era necesario"

Así es como quería que le recordaran, lejos de la política partidista, más europeo que español, siempre atado a las normas y mirando para otro lado cuando era necesario. Pura supervivencia hasta que el hartazgo consumió sus energías.

Le dieron el incómodo y en apariencia todopoderosa sillón ministerial de Carlos Solchaga. Pero a diferencia del político navarro, que destacaba por hacerse oír, a voces si era necesario, Pedro Solbes escogió la sordera como método.

Si en la tradicional Copa de Navidad en La Moncloa se dejaba arrastrar por Julián García Vargas al dúo que formaban Felipe y Narcís Serra y éstos se callaban, él prefería no preguntar.

Si el jefe del Gobierno se reunía con el vicepresidente y con el jefe de la oposición, José María Aznar, para salvaguardar el equilibrio político del bipartidismo representado por el PSOE y el PP, que tanto el rey Juan Carlos como Mario Conde podían dinamitar, lo más que hacía era comentarlo con Paulina Beato. Y defender, de la forma más técnica posible, la mayor intervención bancaria en España.

Sus palabras, hace apenas tres meses, me recordaron las de otro vecino que sigue viviendo no muy lejos de los pinares que recorren las ardillas: "Yo soy un hombre de Estado, por encima de todo".

Quedaban muy lejanas en su memoria las Navidades de 1993, al igual que quedan lejanos sus días en La Trinidad junto a algunos de los que han llevado las riendas de dos de los grandes bancos de este país.

Buscó la paz personal en sus paseos, cuando la vida se le escapaba.Y en la distancia de sus antiguos compañeros, los mismos que le aplaudieron tras su triunfo en la televisión pero que le hurtaron de sus grandes decisiones políticas y de su sabiduría europea. La misma que consiguió como uno de los miembros del equipo que negoció la entrada de España en la Unión Europea.

Al final, con ochenta años cumplidos, hasta su idolatrada y defendida Europa le había defraudado como uno de tantos amores imposibles que tiene la política.

*** Raúl Heras es periodista.

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