Carlos Herrera, Begoña Villacís, Felipe VI y Máximo Huerta.

Carlos Herrera, Begoña Villacís, Felipe VI y Máximo Huerta. Guillermo Serrano Amat

EL BESTIARIO

Pinturero Herrrera, el regate de Villacís, Màxim el risueño y los 55 del Rey

Carlos Herrera, Felipe VI, Màxim Huerta y Begoña Villacís; la autora comenta lo más destacado de la semana a través de sus protagonistas.

5 febrero, 2023 02:12

Carlos Herrera

Carlos Herrera.

Carlos Herrera. Guillermo Serrano Amat

Cuando conocí a Carlos Herrera todavía no era un personaje, pero se le veía venir. En aquella época había estudiado Medicina, aunque el compromiso lo tenía con la radio. Que yo recuerde, pasó por radio Sevilla, Radio Miramar y Radio Mataró, para detenerse luego en la  SER, donde triunfaría con el programa Las coplas de mi Ser, que le aupó a la fama. En aquellos tiempos ya no se llevaba la calificación de locutor.  Herrera era cada día más pinturero. Muchos lo imitaban. Sin embargo, él solo se imitaba a sí mismo retransmitiendo año tras año la madrugá sevillana. 

Todo lo hacía a lo grande.  Por ejemplo, cuando se casó con Mariló Montero, que venía de ser chica Hermida y todos decían que era un pibón. Tuvieron dos hijos y se compraron una casa con torreón en Sanlúcar, desde donde Carlos glosaba la dureza de los madrugones mientras abría el programa de Onda Cero y se fumaba un puro.

Así les fue de bien. Los dos eran tan felices y simpáticos que siempre tenían la casa llena de gente que contaba chistes y picaba palmas. La sangre que corría por sus venas era andaluza de todas/todas. Carlos había nacido en Almería, aunque era casi de Mataró.  En  cambio, Mariló vino al mundo en Estella, al pie de Montejurra, y se sentía universal. Los dos se mudaron al Sur, con sus casas y sus cosas, y la vida les sonrió más que nunca. Eran apuestos, divertidos, elegantes, y le sacaban una cabeza al resto de la población. Había que verlos paseando por Sevilla como dos figurines.  Carlos con un puro cosido a los labios, y Mariló, curvilínea y estupenda, convertida en la reencarnación de Ava Gardner. Estaban hechos el uno para el otro. Los hijos no se quedaban atrás. Ninguno de los dos quiere ser famoso. Alberto se dedica a la radio, como su padre, y Rocío tiene cuerpo y alma de modelo y pasa más tiempo en Nueva York que en Sevilla.

Los Herrera fueron felices hasta que les llegó la separación, si bien se interpusieron en su camino algunos incidentes desgraciados como la carta bomba que ETA envió a Carlos y que precipitadamente cambió el rumbo de su vida. La familia dejó el sur y se instaló en Miami, donde vivieron pacíficamente alejados de sobresaltos. Separados al fin, retomaron su vida habitual en España. Todo seguía en su sitio: El Rocío y la aldea, Sanlúcar con su torreón, la Semana Santa y su bulliciosa madrugá, la feria, los toros y como es de suponer, Carlos Herrera entrando en la plaza con el puro cosido a los labios. 

En una de aquellas fechas, Carlos Herrera conoció a Pepa Gea y ya no se separó de ella. Lo que une el periodismo no lo desune nadie. Pepa también estaba hecha de la fibra de la comunicación. Esta Navidad ocurrió de todo: las gracias del amor y las desgracias de la muerte. A finales  del pasado mes de enero fallecía Blanca Crusset, doña Blanca, que dio luz y vida a sus descendientes. Lo reconocía su propio hijo: “Yo soy lo que soy gracias a mi madre”, ha dicho Carlos.

Felipe VI

Felipe VI.

Felipe VI. Guillermo Serrano Amat

El Rey de España cumplió 55 años esta semana. Como todos, unos antes y otros después que Felipe VI. No nos consta que soplara las velas de una tarta, pero celebró la efeméride como se merece: en la casa de Zarzuela, con la gente allegada, aunque a juzgar por la lista de asistentes, los allegados eran más de Letizia que de Felipe. Verbigracia: estaba Paloma Rocasolano y su novio; Telma y el suyo, más las dos hijas de Telma habidas en su primera y última relación.

A falta del abuelo, aparcado en su lujosa mansión de Abu Dabi, la presencia más importante, fue la de la reina emérita Sofía. Ella no podía faltar en el cumple de su hijo preferido. Hasta Letizia estuvo afectuosa con ella.

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Pero la sorpresa del día fue la aparición de la princesa de Asturias (la infanta Sofía le guardaba el sitio) que había pedido el día libre en su college de Gales. No se sabe si todos los alumnos pueden hacer novillos cuando sus papás cumplen años o se lo permitieron a la heredera española por ser quien era. Los cronistas más enterados señalaron que la organización del evento había corrido por cuenta de la reina Letizia. Ella fue la que se encargó de pedir el día libre. Supongo que el rey Felipe, en su día, no gozó de semejantes prerrogativas.

Las ausencias, según los informadores, fueron más llamativas que las presencias. No asistieron las hermanas del Rey, ni los sobrinos de las distintas partes. Curiosamente, también causó baja la sobrina mayor de la reina, Carla, que no suele estar invitada a estos eventos. Ella es nuestra cenicienta. 

Màxim Huerta

Máximo Huerta.

Máximo Huerta. Guillermo Serrano Amat

Antes Máximo era Màxim y salía risueño en la tele. Pero un buen día decidió que su nombre dejara de ser cuestión de mínimos y lo estiró. Desde entonces lo llaman Máximo, como Máximo Valverde, Máximo Pradera, o incluso Máximo Gorki.   

Veo en televisión a Risto Mejide entrevistando en su “chester” a Máximo Huerta, que ahora se dedica a escribir libros. Risto le recuerda que lo hace muy bien sin buscar el halago, como el que necesita proclamar una verdad a gritos. 

Màxim (perdón: Máximo) no tiene el día risueño como antes cuando aparecía en la pantalla. Hoy es un hombre de mirada triste que se lame las heridas. Días después de contarle a Risto sus miedos infantiles, lo llevan a El Hormiguero y Pablo Motos le pregunta por su breve reinado como ministro. Màxim resopla porque preferiría olvidarlo todo: el acoso mediático por su pecado fiscal, los nervios, la cultura, el narcisismo de Pedro Sánchez, que tiene un ego como una catedral. Por suerte la pesadilla quedó atrás y Máximo regresó a casa para cuidar de su madre, que tenía los días contados y él no soportaba la idea de perderla.     

Mientras tengo en mis manos su Adiós, pequeño (Premio Lara 2022), me parece estar viéndolo  apoyado en las piedras, con el castillo de Buñol al fondo. Desgrana los recuerdos lentamente, con una ternura infinita. Tiene los ojos vidriosos y la sonrisa oculta. Qué quieren que les diga: dan ganas de abrazarlo.  

Begoña Villacís

Begoña Villacís.

Begoña Villacís. Guillermo Serrano Amat

Las chicas de Ciudadanos siempre se caracterizaron por su acusada personalidad, su físico interesante y su notoriedad en la forma de vestir. En eso aparecen alineadas con la presidenta de la Comunidad de Madrid. Díaz Ayuso no es chica Cs, pero tampoco quiere pasar inadvertida. Si Begoña Villacís es la gemela de Meghan Markle, Ayuso es la versión Romero de Torres de los billetes de veinte duros que reinaban en España en el siglo XX. 

Falta Inés Arrimadas, otra chica Cs. Ella cultiva un aire distinto, pero parecido carácter. Nació en Jerez de la Frontera y vivió en Cataluña, donde su familia se había trasladado por razones laborales del padre. Inés tiene genio y habla catalán casi desde la cuna, pero no soporta el ramalazo independentista que combatió desde su entrada en la política.

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Ahora la que nos ocupa es Begoña Villacís, una vez superadas las tentaciones de encabezar una corriente interna del PP, que le han servido para descubrir “la peor cara de la política”. Entre los que dentro de su partido afearon el intento y, sobre todo, el “no es no” de Ayuso a abrirle las puertas del PP madrileño, le apagaron el farol y el plan de Villacís se quedó a media salida, aunque ella niega muy seria que haya habido decisión sobrevenida de quedarse donde estaba, pues “nunca me he ido de Ciudadanos”.

Así que, al menos hasta las elecciones del 28 de mayo, prefiere seguir de vicealcaldesa divorciada y madre superiora, con tres niñas a su cargo y novio a piñón fijo. Villacís se ha regateado a sí misma, aunque las últimas noticias le quitaban hierro al culebrón. Me parece bien. Además, ella nunca se mosquea. La que suele mosquearse es Ayuso. Y esta vez se había mosqueado a base de bien.

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