Varias mujeres en territorio ocupado por los talibanes.

Varias mujeres en territorio ocupado por los talibanes.

LA TRIBUNA

Imagina nacer mujer en el infierno de Afganistán

Las afganas viven un infierno en el que no tienen derecho a estudiar, trabajar, viajar o hacer deporte. El resto del mundo se ha desentendido de ellas.

18 enero, 2023 02:22

El reciente asesinato de la exdiputada afgana Mursal Nabizada en su casa de Kabul ha vuelto a poner de manifiesto la violencia indiscriminada, amparada y promovida por el emirato talibán, que sufren las mujeres en Afganistán.

Su muerte es otra muesca en la culata del rifle de los yihadistas. Otra voz libre silenciada por las armas que el mundo esconderá debajo de la alfombra para no hacer nada. Son afganas que casi no le importan a nadie y cuyo pasaporte, la única herramienta que tiene para escapar, es papel mojado.

Mujeres en un mercado de Afganistán.

Mujeres en un mercado de Afganistán.

La nacionalidad y el sexo con el que nacemos son puro azar. Abrir los ojos en un mundo próspero o hacerlo como esclavo no se elige. Sucede. Los que llevan los grilletes, poco pueden hacer. Los que no, tienen las manos libres para actuar en consecuencia ante infamias como el apartheid por razón de sexo que está sufriendo la mujer afgana.

Olvidada, vilipendiada, su situación es una vergüenza para Occidente, que ha traicionado a las afganas por falta de empatía e imaginación. La carencia de la primera no tiene solución. Suplir la segunda es fácil porque los hechos hablan por sí mismos. Además, sólo requiere un pequeño esfuerzo, unos segundos bien aprovechados si en el pecho todavía te palpita el corazón.

Imagina, por un momento, que has nacido mujer en Afganistán. Tienes quince años y tu vida ha terminado antes de empezar. El derecho a la educación es un milagro que en muchos países dan por sentado, lo ves en las redes sociales y las películas de las plataformas digitales a las que accedes con una clave VPN.

Pero ese mundo está tan cerca como la Luna. Lo puedes observar y brillar bajo su luz, pero jamás podrás tocarlo. Porque, hace poco más de un año, unos barbudos que olvidaron que vinieron al mundo por la entrepierna de una mujer han tomado el poder y decidido que eres poco más que ganado.

Imagina que tus antiguos garantes internacionales como la Unión Europea y la Casa Blanca, que les abrió las puertas de par en par, ahora besan la mano de países como Qatar. Allí, los líderes talibanes que te han convertido en un objeto al que utilizar y violentar hace años que prosperan, mientras el mundo libre ha concluido que tu lucha ya no merece la pena.

"Pasarás todo el tiempo pensando en cómo soportarás el resto de tu vida limpiando, pariendo, cocinando y nada más"

O peor, creen que combatir con comunicados de condena cambiará algo. El esfuerzo, el sacrificio y el dinero necesarios para que todo el género femenino en el país no sea cancelado social y económicamente ya no es rentable para sus bolsillos. A la vez, llenan sus redes sociales con palabras como libertad, justicia y derechos.

Mientras, tú no puedes ir a la escuela. Ni tampoco podrás matricularte en la Universidad. Ahora, los sueños sólo suceden fuera de los confines del emirato. Y si sueñas, debes hacerlo en silencio. Quizás en tu huida o en el día en que la dictadura teocrática talibán vuelva a ser vencida.

Pero, seguramente, pasarás mucho más tiempo pensando en cómo soportarás el resto de tu vida limpiando, pariendo, cocinando y nada más. Porque sí, porque así te lo mandan.

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Tampoco podrás trabajar, ni viajar sin el permiso de un adulto varón y familiar. Serás siempre una niña pura o un diablo pecaminoso, sin término medio y con la vida en la balanza si te equivocas. Nada de escuchar música, bailar, cantar en público o mostrar tu cara si tu acompañante masculino así lo desea. El cual por ley es tu dueño allá donde vayas o cuando decide sacarte a pasear como a una mascota.

Imagina todo esto. Y también el hecho de que si incumples alguna de las muchas leyes machistas y misóginas del renacido Estado talibán te expones a la detención, el encarcelamiento, la tortura e incluso la ejecución pública. Y el mundo no hará nada.

¿Cuántas protestas en Kabul, Herat o Bamiyán han visto en tiempo real disueltas a tiros? ¿Cuántas fotografías de los cuerpos torturados y asesinados han visto sin mover un dedo?

"Imagina tener que vestir con burka y ver el mundo a través de una rendija azul sin poder oler el aire o disfrutar del cielo"

¿Cuántas prohibiciones más van a condenar con notas de prensa vacías? ¿Y cuándo llegará el momento en que te rompas, pliegues y arrodilles ante las leyes del emirato? ¿O en el que intentes huir y mueras en vano con un coraje a la altura de Malalai, la heroína afgana que venció a los ingleses en la legendaria batalla de Maiwand, su Agustina de Aragón?

Imagina que con quince años te obligan a casarte con un hombre de 50 o 60 como tercera o cuarta esposa. Serás violada, trabajarás hasta desfallecer y sin recompensa. Vivirás para servir y abrirte de piernas cuando te lo ordenen. Si te niegas, lo pagaras con la carne abierta y con tu peso en lágrimas. Y si a tu marido le place, podrá secuestrarte, pegarte, echarte ácido en la cara, cortarte la nariz o las orejas si te acusa de blasfemia o impudicia en público. E imagina que la ley siempre estará de su parte porque le perteneces, literalmente.

Imagina tener que vestir con burka y ver el mundo a través de una rendija azul sin poder oler el aire o disfrutar del cielo, si él lo desea. Sin que tu imagen exista más allá de los confines del espejo de tu casa porque hasta eso es suyo. El burka no sólo te posee y momifica en vida, sino que te roba la identidad. Te disuelve.

Las reuniones con amigas son un peligro. Y un encuentro entre jóvenes de ambos sexos equivale a conspirar contra el emirato y contra el mismísimo dios, según la versión de los hombres que te han declarado su posesión. Y que te pueden acusar sin más pruebas que su palabra.

Imagina que, tras haber sido acusada de cometer un crimen de honor, desde cogerse las manos en un parque hasta entregarte por amor, este será juzgado por un tribunal loco de dios y espejo de la peor Inquisición, que te habrá condenado de antemano.

Entonces te llevarán a una plaza, rodeada por hombres armados y tus vecinos a punto de presenciar el castigo. Si tienes suerte, el látigo acabará rápido, o la boca de un fusil te volará los sesos. Si no, puedes acabar dilapidada y morir lenta y agónicamente esperando la pedrada fatal. Esta práctica medieval ha vuelto en 2022

"Afganistán dio el derecho al voto a las mujeres en 1919, y su Constitución de 1960 es un ejemplo de desarrollo de los derechos universales"

Nadie en el país te puede ayudar porque millones de mujeres están en tu misma situación. Y ahora les han prohibido trabajar para las ONG, las últimas que podían luchar por ti. Estas abandonan el país como protesta o tienen las manos atadas.

Educación, trabajo y libertad de pensamiento. Lo que pides no es descabellado. Pero el emirato te convierte en loca, en diablo, en criatura a la que sacrificar para que su versión del todopoderoso siga sonriendo.

Imagina todo esto. Ahora piensa en un infierno peor que nacer y vivir siendo niña o mujer en Afganistán. Y que además el mundo se haya olvidado y desentendido de los derechos fundamentales que asegura defender. Mientras siga habiendo mujeres esclavas en ese u otro país la palabra libertad sólo será una entelequia. 

[El grito de auxilio desde Kabul de Arezo, expulsada de la universidad por los talibanes: "Nadie sabe qué hacen con las disidentes"]

Los que opinan que Afganistán es una sociedad enteramente tribal tan arraigada en su ideología que los extremos sólo encuentran el límite en el cielo, que es un país sin solución ni precedente al que agarrarse, han leído muy poca historia. La historia de una tierra que le dio el derecho al voto a las mujeres en 1919, y cuya Constitución de 1960 es un ejemplo de desarrollo de los derechos humanos.

La muerte del sueño democrático afgano supone mucho más que la vuelta al horror de un Estado teológico extremo. Su sola existencia define el mundo en el que vivimos. Asusta pensar que, si las peores predicciones para Afganistán se han hecho realidad, qué horrores no podemos imaginar y están teniendo lugar en estos mismos momentos. ¿Cuál será la cara rota de la malevolencia que está por llegar? 

Todas las mujeres afganas son como Juana de Arco en la hoguera. La única diferencia es que esta vez sí tenemos cubos y agua para apagar el fuego. Pero hemos elegido no hacerlo.

*** Amador Guallar es fotógrafo, periodista y autor de En tierra de Caín: Viaje al corazón de las tinieblas de Afganistán (Editorial Península).

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