El presidente de Rusia, Vladímir Putin, durante su intervención en el VII Foro Económico Oriental de Vladivostok.

El presidente de Rusia, Vladímir Putin, durante su intervención en el VII Foro Económico Oriental de Vladivostok. Sergey Bobylev Reuters

LA TRIBUNA

¿Es creíble la amenaza nuclear de Putin?

Moscú podría lanzar armas nucleares contra tropas ucranianas para intentar forzar unas conversaciones de paz, al suponer que Occidente no estaría dispuesto a llevar la guerra a un intercambio nuclear a mayor escala.

25 septiembre, 2022 02:01

Una vez más, Vladímir Putin ha vertido inquietantes amenazas sobre el uso de todo su arsenal disponible, incluidas las armas nucleares, para lograr sus objetivos en Ucrania de una forma o de otra.

Para ello, ha aprovechado su grabada alocución al país el pasado miércoles 21 de septiembre, en la que anunciaba la movilización parcial de reservistas con experiencia militar reciente, así como la celebración de referéndums en el Donbás de manera inmediata. Referéndums con la intención de certificar, de alguna manera, la anexión rápida a Rusia de estos territorios arrebatados por las armas a Ucrania.

Lanzamiento del misil Bulava.

Lanzamiento del misil Bulava. TASS

Con este movimiento trata el Kremlin de lograr varios e importantes objetivos estratégicos.

El primero sería el de apuntalar lo que le queda de territorio ucraniano conquistado, antes de que la exitosa y fulgurante contraofensiva de Kiev llegue demasiado lejos en la recuperación de territorios. Y poder así presentar la "operación especial" primero, y ahora la guerra contra Ucrania, como un éxito de Moscú, al liberar el Donbás de "influencias nazis ucranianas" (sic). Y vender al pueblo ruso, además, la idea de que, para lograrlo, se ha tenido que enfrentar a todo Occidente.

Un argumentario que mezcla la justificación de las graves y vergonzantes pérdidas materiales y humanas sufridas por las tropas rusas, y la búsqueda de una pírrica victoria envuelta en una épica que recuerde tiempos pasados de una otrora poderosa y gloriosa Rusia.

En segundo lugar, y aunque los referéndums no estén reconocidos por la ONU y la Comunidad Internacional, al anexionar a Rusia de facto los territorios conquistados a Ucrania, estos pasarían a regirse por las leyes de Moscú. Leyes que incluyen la posibilidad de defender las amenazadas fronteras con cualquier tipo de armamento disponible, incluidas las conocidas como armas de destrucción masiva, las nucleares, biológicas y químicas (armas NBQ).

[Podcast: Cómo responder a la amenaza nuclear de Putin]

Esto, que aparentemente no tendría demasiada relevancia, de cara al público ruso sí que alcanza una gran importancia. Porque impide cuestionar al Kremlin por cometer una ilegalidad desde sectores políticos contrarios, si decide atacar con armas NBQ a Ucrania para defender el Donbás.

En tercer lugar, el Kremlin, por si había alguna duda de sus intenciones, ha sido claro una vez más en sus pretensiones y en lo que está dispuesto a llegar para alcanzarlas.

Hacía tiempo que los analistas, ante los últimos reveses militares sufridos por Rusia en Ucrania, esperaban una escalada de Moscú. Escalada, por otra parte, acorde a su estrategia habitual.

"Con la amenaza de escalar el conflicto con un ataque nuclear, Putin quiere hacer entender a Occidente, de una vez por todas, que no está dispuesto a ceder un palmo más de territorio"

Pero no ha sido hasta ahora que se ha producido, cuando la contraofensiva ucraniana amenaza gravemente con anular casi todo lo conseguido por Moscú. La concreción de la prevista escalada no hace sino confirmar que el Kremlin, de nuevo, deja totalmente claras sus intenciones, para que no se llamen a engaño en cancillería occidental alguna.

A partir de ahora, una vez anexionados (aunque sea ilegalmente) a Rusia los territorios conquistados a Ucrania, si las tropas ucranianas -con el importantísimo apoyo material y de inteligencia occidental- continúan con su avance y reconquistando territorios ahora considerados rusos por el Kremlin, Putin se presentaría ante los suyos como legitimado. E incluso obligado a volver a escalar el conflicto con un ataque NBQ que, de una vez por todas, haga entender a Occidente que no está dispuesto a ceder un palmo más de territorio.

Si, por ejemplo, Moscú lanzase una o varias armas nucleares tácticas contra concentraciones de tropas ucranianas en el frente, lograría, por una parte, frenar en seco dicha contraofensiva. Y, por otra, intentaría forzar unas conversaciones de paz, al suponer que Occidente, aunque reaccionase airadamente a dicho ataque, no estaría dispuesto a llevar la guerra a un intercambio nuclear a mayor escala. Rusia presupone que su enemigo no pasaría de alguna acción puntual de castigo, al tiempo que forzaría a Kiev a negociar, so pena de retirarle el imprescindible apoyo militar y financiero que aún sustenta el invadido país europeo.

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Con toda probabilidad, todas las agencias de inteligencia occidentales, y todos los medios de espionaje disponibles (satélites, aviones espía, hombres y mujeres sobre el terreno, etc.), se afanan ya en averiguar si Rusia lleva a cabo cualquier movimiento no habitual en sus conocidos depósitos de armas NBQ. Tratando así de adelantarse a un posible lanzamiento ruso con una contundente y creíble amenaza de respuesta que pueda disuadir a Putin de llevar a cabo tal ataque. Aunque resulta discutible que puedan estas amenazas surtir el efecto deseado, y que eviten que esta guerra continúe con su terrible deriva.

Y es que en el Kremlin tienen muy claro que las para ellos decadentes y acomodadas sociedades occidentales actuales no están en absoluto dispuestas a los tremendos sacrificios que nuestros abuelos tuvieron que realizar para vencer a la tiranía y librarse del yugo opresor de regímenes totalitarios como el nazismo de Hitler o el comunismo soviético de Stalin.

"Muchos en Europa no se han dado cuenta aún de a qué nos enfrentamos realmente. Otros parecen tentados de apoyar las tesis del Kremlin, aunque solo sea para no darle la razón a su tan odiada OTAN"

Y existe una alta probabilidad de que el Kremlin tenga razón. Sobre todo, viendo lo que vemos a diario en la moderna Europa y en los gobiernos que caen a la mínima, al no disponer de los apoyos parlamentarios necesarios por luchas intestinas de poder.

La crisis económica arrastrada desde 2008 y agravada por los efectos de la pandemia de la Covi, el brexit, la galopante inmigración, una menguante clase media, y las crecientes desigualdades sociales -con pérdidas claras de calidad de vida en un arco poblacional cada día mayor-, hacen que el descontento social reine en Occidente. Con especial influencia en una Europa perdida en la burocracia de Bruselas, y una Unión Europea incapaz de dar soluciones eficaces con rapidez a los crecientes y cada día más graves problemas de las sociedades que gobiernan.

El descontento social campa a sus anchas. Y forma el caldo de cultivo idóneo para que populistas y oportunistas de todo tipo minen desde dentro las democracias que tantos siglos costó forjar. Populistas, por cierto, financiados en muchos casos con dinero del Kremlin, por si alguien tenía dudas de las intenciones reales de Putin.

Parece, incluso, que muchos en Europa no se han dado cuenta aún de a qué nos enfrentamos realmente. O, incluso peor, algunos parecen tentados de apoyar las tesis del Kremlin o de Pekín, aunque solo sea para no darle la razón a su tan odiada OTAN y a los Estado Unidos. Únicos actores, por cierto, que nos han salvado hasta la fecha de haber sido ya fagocitados por la Rusia de los sóviets.

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Nos enfrentamos, ni más ni menos, a la lucha de dos formas muy diferentes e incompatibles de ver el mundo. La de las democracias occidentales de corte liberal, y la de los regímenes autoritarios de todo tipo, como China, Rusia, Irán, Corea del Norte y otros.

Cuanto antes logremos asimilar esta idea, antes seremos conscientes de lo que nos jugamos y de hasta dónde, cómo sociedades, estamos dispuestos a defendernos de esta amenaza existencial.

Vivimos, sin duda, un momento histórico que marcará todos los aspectos de nuestras vidas durante los siglos venideros. Espero tan sólo que no caigamos en errores pasados. Errores que nos aboquen a una nueva era de ostracismo como la que supuso la caída del Imperio romano y la llegada de los bárbaros, que desembocó en la larga noche de la Edad Media, para desgracia de toda la ciudadanía europea.

*** Rodrigo Rodríguez Costa es analista de Seguridad y Defensa.

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