Vladímir Putin, durante un evento patriótico en la ciudad de Veliky Novgorod.

Vladímir Putin, durante un evento patriótico en la ciudad de Veliky Novgorod. Reuters

LA GRAN PARTIDA

Apocalipsis Putin

Putin ha decidido prenderle fuego a Rusia. Ahora se trata de evitar que haga lo mismo con el resto de Europa.

23 septiembre, 2022 03:36

Vladímir Putin apuesta al todo o nada y para ello necesita recuperar la iniciativa en Ucrania. Pese a los duros reveses sufridos en las últimas tres semanas, la retirada no es una opción que contemple aún. Putin hará todo lo que esté en su mano, y eso incluye el posible uso de armamento nuclear táctico, para evitar la derrota.

Este cartel de propaganda levantado en San Peterburgo dice: ¡Gloria a los héroes de Rusia!.

Este cartel de propaganda levantado en San Peterburgo dice: "¡Gloria a los héroes de Rusia!". Anton Vaganov Reuters

Putin ha concebido esta guerra como una cuestión existencial para Rusia y, además, sabe que tiene muy difícil sobrevivir política e incluso físicamente si se confirma la debacle rusa en Ucrania. Pero no tiene, en este momento, ninguna opción o solución óptima al alcance de la mano. Así que ha optado por una huida hacia delante de inciertos resultados y en la que la clave, además de la determinación ucraniana, que se da por descontada, será la respuesta que dé Occidente.

Putin ha concebido una jugada que combina tres variables: una movilización presentada como parcial, la anexión exprés de las provincias ucranianas que ocupa en este momento y señalar así a Occidente su apuesta irreversible en Ucrania al tiempo que se introduce de lleno la cuestión nuclear en el debate.

Es decir, crear la ficción jurídica y argumental de que Ucrania estaría ahora atacando "territorio nacional" ruso para legitimar el posible uso de armamento nuclear con carácter "defensivo".

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El objetivo evidente de este movimiento es intimidar a Occidente para que desista de su respaldo a Kiev y fuerce a Ucrania a una rápida negociación en términos favorables para Moscú.

De esta manera, resulta previsible una escalada militar en Ucrania acompasada con una ofensiva diplomática e informativa en Europa y EEUU, activando para ello la red de influencia que los servicios de Inteligencia rusos han tejido pacientemente en las últimas décadas ante la desidia de los gobiernos nacionales europeos.

Hasta el discurso de Putin del miércoles, el Kremlin se había resistido a decretar la movilización. Nunca ha sido, y sigue sin ser, una opción apetecible.

Por un lado, porque el Gobierno ruso aspiraba a mantener a su población ajena a los sinsabores y costes de la guerra. De ahí, por ejemplo, la ficción de la "operación militar especial" para consumo de su audiencia doméstica. Se trataba de crear un relato triunfalista y destinado al entretenimiento.

"Putin confía en que el rechazo popular no vaya mucho más allá de los cientos que se están manifestando"

Por otro lado, y aún más problemático para el Kremlin, nada sugiere que esta movilización vaya a mejorar el desempeño ruso en el campo de batalla a corto e, incluso, medio plazo.

Los problemas logísticos, de mando y control, etcétera, persistirán y empeorarán con una tropa, en muchos casos, mal formada y equipada, y, seguro, muy poco motivada.

Pero el Kremlin necesita mantener a toda costa los territorios ucranianos que aún ocupa. Sin ellos, no tendrá ninguna baza negociadora. De ahí que sea muy probable que, por ejemplo, las tropas cuyos seis meses de misión expiraban en noviembre se mantengan en activo de forma indefinida.

Asimismo, el decreto presidencial es lo suficientemente ambiguo y parco en detalles como para dejar abierta la posibilidad de una movilización general en algunas regiones o en el conjunto del país. El Kremlin, pues, tiene las manos libres desde el punto de vista legal.

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La dimensión política es, empero, harina de otro costal. Con la movilización, como apunta Timothy Snyder, Putin muestra que "teme más a sus rivales fascistas [los sectores más duros del ultranacionalismo ruso] que a los rusos en general".

Es decir, trata de templar la agitación de sus halcones y confía en que el rechazo popular no vaya mucho más allá de los cientos que se están manifestando en algunas ciudades rusas o los miles que tratan de cruzar la frontera terrestre con Finlandia, Georgia o Kazajstán.

Para evitar que aumente la contestación, el Kremlin ha anunciado castigos severos para quien se oponga, incluyendo el envío inmediato al frente. A diferencia de los siete meses precedentes, el malestar social en Moscú, San Petersburgo y demás grandes ciudades será ahora un factor a tener en cuenta.

Así las cosas, un rápido alto el fuego es ahora un escenario aceptable para un Kremlin debilitado, con urgencias y presionado por frentes diversos.

"En círculos del más alto nivel se contempla como muy probable que Putin use armamento nuclear táctico"

Como apuntaba aquí mismo hace un par de días, China y la India han urgido a Rusia a acabar con la guerra cuanto antes. A ambos les inquieta una posible debacle de Rusia que provoque, además, varias tormentas a lo largo y ancho del espacio eurasiático.

Y casi aún peor para Putin, en la reciente cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái, los dirigentes centroasiáticos se permitieron con cierta osadía marcar distancias públicas con él.

Si hasta en Bishkek, Astaná, Dushanbé o Tashkent huelen su debilidad y posible derrota, entonces todo es posible dentro de las murallas del Kremlin. El Zar ha de ser temido porque, si no es así, puede ser depuesto. 

Sin embargo, el plan territorial que barrunta Putin es inaceptable para Ucrania y pésimo para Europa.

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Para Ucrania, la única garantía de paz y supervivencia pasa por derrotar a Rusia y recuperar el control de todo su territorio nacional. Cualquier otra fórmula no será más que una pausa táctica y la garantía de que este conflicto se enquistará. Algo que, desde la perspectiva del Kremlin y del nacionalismo ruso, no resulta indeseable toda vez que lo que están combatiendo es la misma idea de Ucrania como Estado soberano e identidad nacional.

Ucrania cuenta con el respaldo de lo que la retórica oficial y propaganda rusa denominan el "Occidente colectivo". Y ese apoyo es, precisamente, lo que tratará de quebrar Rusia en las próximas semanas.

El plan del Kremlin puede parecer burdo desde el punto de vista jurídico y diplomático, pero eso no entraña que no pueda resultar eficaz. Todo dependerá de la gestión de tiempos y temores a uno y otro lado.

Llegados a este punto conviene tener claras dos cosas. La primera es que no hay ninguna opción plenamente satisfactoria y sin riesgos: Europa deberá navegar esta situación con astucia táctica y visión estratégica. La segunda es que, en círculos bien informados al más alto nivel de algunos países clave, se contempla como muy real la posibilidad de que Putin use armamento nuclear táctico.

"La mejor baza para Europa ante el chantaje nuclear ruso es la disuasión que genere Estados Unidos"

Eso no significa ni que se trate del escenario más probable ni tampoco de una suerte de as en la manga infalible para Rusia. De hecho, y aunque pueda resultar contraintuitivo, desde el punto de vista estrictamente militar, su uso puede estar lejos de resultar decisivo en el teatro ucraniano.

La amenaza nuclear del Kremlin no debe conducir, pues, ni al alarmismo ni al pánico en Occidente porque eso, además, juega a favor de su chantaje y agravará los riesgos.

Putin puede recurrir a este armamento según su grado de desesperación, pero esta decisión y su éxito o efectividad, si la lleva a cabo, dependerá, fundamentalmente, de la respuesta de Estados Unidos, Reino Unido y la Unión Europa, así como de las posibles reacciones contrarias dentro de la cúpula rusa. En particular, la militar.

En los últimos meses, la inteligencia angloamericana ha dado sobradas muestras de que Rusia le resulta razonablemente transparente y de que pueden ver y oír mucho, quizás todo o casi todo. De ahí cabe también intuir que el Kremlin puede plantear una guerra de nervios sin llegar a cruzar el umbral.

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Pero, si eso no bastara, un escenario que no parece inconcebible es su uso contra algún objetivo en Ucrania que no provoque ni excesivas víctimas ni gran impacto radiactivo, pero con suficiente valor simbólico como para generar pánico entre la opinión pública y clase dirigente europea. De ahí que resulte imprescindible que se asuma la necesidad de afrontar este desafío con realismo y cabeza fría.

Guste más o menos a este lado del Atlántico, la mejor baza para Europa ante el chantaje nuclear ruso es la disuasión que genere Estados Unidos. Cuanto más robusta sea la comunicación estratégica de Washington, más seguras estará Europa y, con ella, Ucrania.

Se trata de generar la suficiente incertidumbre y temor en Moscú sobre la respuesta de EEUU, lo que debe incluir en términos vagos una posible respuesta simétrica (es decir, nuclear) o ataques convencionales devastadores sobre objetivos militares rusos.

Cuanta más solidez perciba en Washington y menos fisuras y cacofonía entre sus aliados transatlánticos, menos probable será que el Kremlin se aventure a azuzar, y no digamos cruzar, el umbral nuclear.

"Una victoria ucraniana sería una oportunidad para restaurar algo parecido a una arquitectura de seguridad europea"

Todos los escenarios y opciones entrañan riesgos e incertidumbres para Europa, pero conviene tener claro, al menos, que ceder al chantaje nuclear es una muy mala opción.

Putin está apelando a su uso por la supuesta defensa de lo que ha calificado como "tierras rusas". Y entre los muchos problemas y dilemas que plantearía ceder a este chantaje es que, en los últimos meses, ha insinuado que porciones o el conjunto del territorio de los estados bálticos, Polonia, Finlandia, Moldova o Kazajstán también son "tierras rusas". No resulta muy tranquilizador.

Como me comentaba ayer un buen colega, bien versado en estos temas, Putin ha decidido prenderle fuego a Rusia. Ahora se trata de evitar que haga lo mismo con Europa.

Y no está de más recordar que una victoria ucraniana, acompasada con una respuesta diplomática potente de la UE y sus estados miembros, el Reino Unido y EEUU, representaría una oportunidad para tratar de restaurar algo parecido a una arquitectura de seguridad europea, basada en reglas y no en la utilización de la fuerza.

*** Nicolás de Pedro es experto en geopolítica y jefe de Investigación y Senior Fellow del Institute for Statecraft. La gran partida es un blog de política internacional sobre competición estratégica entre grandes potencias vista desde España.

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