Ursula Von der Leyen y Josep Borrell junto al presidente ucraniano Volodímir Zelenski, en Kiev.

Ursula Von der Leyen y Josep Borrell junto al presidente ucraniano Volodímir Zelenski, en Kiev. Efe

LA TRIBUNA

Ganar la guerra y escribir la historia

La historia la escriben los vencedores, y si Occidente le gana la guerra a la dictadura de Putin, deberá también escribir su propio relato. Uno que permita que Europa se siga leyendo a sí misma como una historia de la democracia.

10 mayo, 2022 03:46

Se cumple esta semana el 77º aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial. Una efeméride que pasaría sin especial relevancia (por su número poco redondo) si no fuera porque Europa celebraba su gran día siendo sometida, supuestamente, a una nueva desnazificación, como nos explicaba a todos Vladímir Putin este lunes.

Vladímir Putin en una pantalla durante el desfile del Día de la Victoria.

Vladímir Putin en una pantalla durante el desfile del Día de la Victoria. Reuters

Su reinterpretación de lo que fue aquella "gran victoria patria" y la nuestra, la occidental (que mitifica el desembarco de Normandía, en junio de 1944), me han hecho reflexionar sobre las lecturas de la Historia. Las exégesis interesadas que de los hechos hace una sociedad. El relato que nos hacemos de unos acontecimientos para calmar nuestra necesidad de sentirnos en el lado correcto de la Historia.

Yo creo firmemente en el modelo europeo, en las democracias liberales, en el Estado de derecho y en el de bienestar. Pero acaso sólo sea porque es lo que me ha tocado vivir.

En Semana Santa, camino de un camping en Conil, tuve una interesante conversación con mi hija de quince años. Yo le trataba de explicar los porqués de la invasión de Ucrania. Y, para ello, me remonté a la caída de la URSS, hace ahora treinta años.

Según avanzaba mi relato, en plena circunvalación de Sevilla, caí en la cuenta de ese determinismo con el que leemos las décadas pasadas. Como una sucesión de avatares que, inexorablemente, nos han traído hasta aquí.

Y es verdad. Es indudable que sin una cosa no habría ocurrido la otra. O no al menos de ese modo.

Pero si a algo ha jugado el ser humano, desde que los chamanes y los druidas relataban historias míticas a sus congéneres de la tribu, es a esto: a torcer los hechos. A soslayar algún lance y a poner el peso en los otros para ahormar el relato, tranquilizar a las audiencias y explicar de manera indubitada las razones de por qué estamos hoy como estamos.

Le ahorré a mi hija toda esta reflexión posterior, que bastante matraca le había dado con mis elucubraciones sobre la nostalgia imperial (ya sea soviética o zarista) del presidente ruso. O sobre las sucesivas traiciones de Occidente a la Ucrania independiente desde 1997. O, mismamente, sobre las falsedades históricas en las que basa todo vencedor sus crónicas de la guerra, sea ésta la guerra que sea.

Pero en el silencio posterior a esta charla caí en que le había ahorrado el auténtico elemento clave a Inés: que la historia siempre la escriben los vencedores. Y que ésa es, sin duda, otra razón por la que siempre que explicamos los hechos pasados estamos en lo cierto. Porque si estamos aquí es gracias a que, de algún modo, formamos parte del bando vencedor o de sus herederos.

"Si la guerra la gana Putin, en treinta años ya habrá encontrado un bardo que pastoree al rebaño de creyentes en su nuevo orden mundial"

Así que me puse a pensar en que para mí, la caída de la URSS es una historia más dentro de mi vida, pero que para mi hija, es Historia con mayúsculas. Más o menos lo que para mí es la crisis de los misiles en Cuba.

El planteamiento, nudo y desenlace de ambos eventos son iguales: hay un desafío de la gran potencia rival, en ambos casos aparece un presidente americano cual superhéroe de moral inquebrantable, y siempre ganan los buenos.

Cuando yo sea abuelo y mi hija se lleve de puente a mis nietos, quizá les dé la turra con lo de Ucrania. Porque a ella le está pillando el asunto con la misma edad, más o menos, que a mí aquel triunfo de Ronald Reagan, el líder del mundo libre, sobre la perestroika de Mijaíl Gorbachov.

Pero eso sólo ocurrirá de tal modo si se dan dos circunstancias. La primera, que ganemos esta guerra. Y la segunda, que nosotros sigamos siendo los de siempre.

O no.

Mijaíl Gorbachov y Ronald Reagan firman el tratado INF, el 8 diciembre de 1987.

Mijaíl Gorbachov y Ronald Reagan firman el tratado INF, el 8 diciembre de 1987. Reuters

Quiero decir, que si gana Putin, en treinta años ya habrá encontrado un bardo que pastoree al rebaño de creyentes en su nuevo orden mundial. Y mi niña, ya madre, dará cuenta a mis nietos de cuánta razón tenía aquel presidente ruso que supo ver la decadencia de Occidente, que logró prevenir el asalto de la OTAN a Crimea y evitar la nuclearización del régimen fascista de Volodímir Zelenski, una marioneta de aquel tal George Soros que pretendía convertir Kiev en un caballo de Troya del globalismo.

Inés sabrá explicarles que la verdadera democracia reside en la aceptación de un guía moral, en el aprendizaje y la profundización en cada una de nuestras tradiciones y en la salvaguarda de nuestra identidad para que cada uno sea como siempre ha sido... eso que hace unas décadas, hijos míos, los burócratas de la UE descalificaban con el nombre de "autocracias".

–La Unión Europea, te acuerdas, que lo acabas de estudiar en el cole...
–Sí, mamá. Ese sistema supranacional y federalizante que funcionó desde el final de la Segunda Gran Guerra hasta que vino la Tercera.

¿Puede ganar Putin? Sí.

¿Puede pasarnos esto de aquí arriba? Claro.

¿Qué estamos haciendo para evitarlo? 

No sé si lo suficiente, la verdad. A la vista de lo que nos cuenta la Historia, las concesiones de los Sudetes se parecen a los Acuerdos de Minsk, que hicieron la vista gorda sobre Crimea y el Donbás. Las sanciones (a medias) de la UE de hoy serían el Ribbentrop-Molotov de entonces. Los tímidos envíos de armamento a Kiev, algo así como la ley Lend & Lease de Roosevelt.

"Estamos surfeando un momento de cambio de orden mundial y de cómo lo gestionemos dependerá el mundo en que vivamos tras la guerra"

De lo que no dudo es de que la Historia la escriben los vencedores. Y que por eso los viejecitos ingleses que se iban a pasar su jubilación al Exótico Hotel Marigold se creían el lema de la peli. Eso de que "al final todo saldrá bien. Y si no sale bien, es que no es el final".

No en vano, era su presencia -y con ella la vuelta de las libras esterlinas a Bangalore- la que resolvía las desgracias familiares del simpático personaje interpretado por Dev Patel. Probablemente, el nieto de otros indios que antaño habían sido esclavizados por los padres de esos pensionistas blanquecinos.

Pero, ¿acaso es sólo Putin el que puede ganar y criar entre nosotros un nuevo corpus social? Seamos menos grandilocuentes y leamos nuestro propio libro.

Emmanuel Macron acaba de renovar mandato y ya no podrá repetir. Así que después de él, ¿qué habrá? ¿Acaso no se ha erigido el líder liberal de la Francia republicana en una profecía autocumplida? ¿En la solución temporal a un problema que él mismo aceleró, el del desmoronamiento de los dos bloques de centroizquierda y centroderecha que cimentaron la V República?

Mario Draghi es el sexto primer ministro de Italia consecutivo que no ha sido ni siquiera votado por los ciudadanos. Desde que Mario Monti fue impuesto por la Comisión Europea en 2011, le han sucedido Enrico Letta, Matteo Renzi, Paolo Gentiloni y Giuseppe Conte antes de la llegada del expresidente del Banco Central Europeo.

Bruselas lo hizo, supuestamente, para salvar al país del populista Silvio Berlusconi. Pero es cierto que en esto, la transalpina es la historia de nunca acabar.

David Cameron se fue con el rabo entre las piernas. Theresa May fue incapaz de ganar su propio brexit. Y Boris Johnson busca en el fondo de la copa de una de sus fiestas improvisadas en pandemia el prestigio que nunca tuvo.

Entretanto, a Johnson se le desmorona el apellido Unido del Reino de la Gran Bretaña, como antaño se desmoronó el imperio: incapaz de saber qué hacer frente a un flacucho calvo y con gafas. Un tal Mohandas Gandhi que, si viviera ahora, habría sido acusado de pedofilia tanto o más que Michael Jackson. O que, de no haber ganado la independencia para su patria, habría visto cómo salían antes a la luz sus correspondencias amables con Adolf Hitler y Benito Mussolini.

¿Y Pedro Sánchez? ¿Es él parte de la solución o del problema? ¿Acaso el secreto de su Manual de resistencia está en que ha aprendido a leer la Historia al revés, es decir, hacia el futuro? ¿O su falta de escrúpulos para endosarnos su insomnio con Pablo Iglesias, y de medida en las cesiones a los independentistas, le dan la razón a Winston Churchill?

"Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra, elegisteis el deshonor y ahora tendréis la guerra", le dijo a Neville Chamberlain.

El otro día, un ministro español me confesaba que estamos surfeando otro momento como el de hace treinta años. Un cambio de orden mundial. Y que, en su opinión, de cómo lo gestionemos dependerá el mundo en que vivamos tras la guerra. 

Él daba por sentado que ganaríamos, claro. Lo que no sé es si en el Gobierno saben que los que quedan tras una guerra siempre la han ganado, sean quienes sean. O si están preparando el guion para que la sucesión de hechos inexorables la sigan leyendo mis nietos, dentro de unas décadas, todavía en democracia. En la Unión Europea.

*** Alberto D. Prieto es periodista.

Libros envueltos por una cinta con la bandera catalana.

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