Teodoro García Egea, exsecretario general del PP.

Teodoro García Egea, exsecretario general del PP.

LA TRIBUNA

La dantesca degradación de la política

El machismo que parte de la izquierda mediática rezuma en sus críticas a Isabel Díaz Ayuso es execrable. No vale montar en cólera sólo cuando el sexismo se dirige contra mujeres políticas de izquierdas.

24 febrero, 2022 03:26

Decía el poeta Arturo Graf que la política es demasiado a menudo el arte de traicionar los intereses reales y legítimos, y de crear otros imaginarios e injustos. En estas estamos en España. El Gobierno autoidentificado como de izquierdas, ocupado en causas identitarias y políticas que no resuelven nada. Y el principal partido de la oposición librando una batalla interna que degrada la política y las instituciones, y que sólo le es útil a Vox.

El Congreso de los Diputados.

El Congreso de los Diputados. Europa Press

Degradación política e institucional es que quienes desempeñan cargos públicos utilicen las instituciones como su cortijo para favorecer económicamente a allegados, sean del signo político que sean los que se entreguen al capitalismo de amigos.

Si lo hace la izquierda es moral y políticamente reprochable. Y, si las circunstancias del hecho concreto encajan en algún tipo delictivo, penalmente reprochable. Si lo hace la derecha, además de todo eso, es además cínico: tan adalides del libre mercado para acabar subvencionados o comisionados por papá Estado.

"La contratación pública, en situaciones o no de emergencia, debiera regirse por un procedimiento que asegure la concurrencia en estricta igualdad de oportunidades y de transparencia"

El caso que estos días ocupa todas las portadas es la supuesta comisión (pago por prestación de servicios, alega Isabel Díaz Ayuso) cobrada por el hermano de la presidenta de la Comunidad de Madrid por su mediación en un contrato sanitario adjudicado a dedo.

Jurídicamente, se trata de dilucidar, como alegan los denunciantes ante la Fiscalía especial contra la corrupción (PSOE, Podemos y Más Madrid), si estos hechos son constitutivos de los delitos de tráfico de influencias, malversación, cohecho y/o prevaricación.

Política y moralmente, los hechos merecen condena. Porque la contratación pública, en situaciones o no de emergencia, debiera regirse por un procedimiento que asegure la concurrencia en estricta igualdad de oportunidades y de transparencia.

Sin embargo, las adjudicaciones de contratos a dedo, en situaciones normales o de urgencia, son práctica habitual de las Administraciones. Basta recordar la investigación contra el hermano del presidente de la Generalidad Valenciana por, presuntamente, recibir subvenciones de forma fraudulenta por parte de la administración de la que su hermano, Ximo Puig, es presidente.

Recordemos también las adjudicaciones de contratos a la empresa de la que es apoderada la hermana de Alberto Núñez Feijóo. Sabemos que al presidente de la Xunta estas adjudicaciones no lo convierten en responsable por ningún ilícito. Pero tampoco, y esto desde luego es otra manifestación de la degradación de las instituciones, merecedor de coste político alguno. 

"Ejemplaridad y transparencia habría sido denunciar los hechos y no utilizarlos para coaccionar políticamente a quien tenían por adversaria en su mismo partido"

Quienes creemos que la legitimidad de las instituciones descansa no sólo en la legalidad de sus actuaciones, sino también en la rigurosidad ética de quienes las acometen, no practicamos el manido "y tú más" o "lo dejo pasar porque es de los míos". Las dobles varas de medir son para los sectarios y los fanáticos.

Ostensible degradación de la política es la forma de proceder del ya exsecretario general del Partido Popular, Teodoro García Egea, y del caído presidente del PP, Pablo Casado. Si hubiesen querido servir a las instituciones y a la ciudadanía, y para eso ostentan cargos públicos, habrían puesto en conocimiento de los órganos judiciales pertinentes los hechos de lo que acusan a Ayuso, en lugar de instrumentalizarlos en su venganza contra quien tienen una patente inquina.

Ejemplaridad y transparencia, como adujeron, habría sido acudir a la Justicia y no a los medios. Ejemplaridad y transparencia habría sido denunciar los hechos y no utilizarlos para coaccionar políticamente a quien tenían por adversaria en su mismo partido.

Pero ejemplaridad y mínima decencia es también que los cercanos a Pablo Casado le hubieran apoyado en la denuncia de unos hechos que afectan negativamente a la imagen de su partido. O que no abandonaran al que decían que era su líder por oportunismo político y cobardía (y para evitar el traje de la derecha mediática o las futuras represalias de sus compañeros de partido por apoyar a quien no debían).

Hablemos también de banalización de la política. Porque no sólo se degradan la política y las instituciones. También se banalizan e infantilizan cuando no existe más actualidad política que la guerra interna de un partido. O cuando parte de su militancia, de forma legítima, pero ridícula, acude en masa a la sede de su partido. No como militantes o votantes críticos que exigen el esclarecimiento de unos hechos concretos, sino como forofos enfervorecidos.

Por último, quisiera señalar que Ayuso no es ninguna niñata. No es que sea dada a las ocurrencias. Es que algunos medios que se dicen progresistas (y que, por cierto, despiden a feministas por ser críticas con el Gobierno) publican a voceros de Podemos que afirman que "Ayuso es una niñata en manos de un Rasputín, Miguel Ángel Rodríguez”.

Las mujeres podemos ser tan estrategas como los varones. No necesitamos que estos nos urdan los planes. El machismo que parte de la izquierda mediática rezuma en sus críticas a Ayuso es execrable. No vale montar en cólera sólo cuando el sexismo se dirige contra mujeres políticas de izquierdas.

Ya saben: las dobles varas de medir, para los fanáticos.

Más nos valdría exigir un partido de oposición que actúe conforme a la legalidad y lo exigible moralmente. No olvidemos que su quiebra facilitará el reforzamiento de Vox, una opción política de neoliberalismo y sexismo ultramontanos.

Y más nos valdría exigir una izquierda que, ante este dantesco espectáculo de degradación política, pudiera decir que no forma parte del mismo o que tiene más propuestas que la inútil amalgama de las identidades. Por centrar la política, como decía Graf, en intereses reales y legítimos.

*** Paula Fraga es abogada especializada en Derecho penal y de familia.

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