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LA TRIBUNA

Violencia de género y juventud: ¿qué está fallando?

La mayoría de las conductas tóxicas de acoso y control de la pareja nacen de forma progresiva durante la adolescencia y anulan paulatinamente a la víctima. Identificarlas a tiempo es crucial para escapar de ellas.

Javier Urra Jesús Villanueva
3 diciembre, 2021 06:03

La violencia de género es una de las principales lacras de nuestra sociedad. Todos los esfuerzos empleados para acabar con ella son necesarios y de una importancia inestimable, pero no son suficientes.

Los expertos señalan un alarmante repunte de la violencia de género entre los más jóvenes. Uno de cada cinco varones la considera un "invento ideológico". Esta preocupante tendencia hace replantearse el trabajo invertido en concienciar a la población con campañas, testimonios y datos que reflejan la crudeza de esta realidad.

Más de 1.115 mujeres han sido asesinadas en España desde que en 2003 se iniciara el registro. 45 de ellas tenían menos de 21 años. Los estudios revelan que el 57% de los jóvenes aceptan roles que discriminan por género, marcando un peligroso precedente durante una etapa vital, la adolescencia, crítica en la construcción de la identidad y del sistema de valores.

Es en ese momento cuando, además de sentarse las bases de quiénes serán esos adolescentes el día de mañana, suelen iniciarse las relaciones afectivo-sexuales. Por ello es crucial ser conscientes de dicha realidad y combatir desde edades incluso más tempranas las creencias y los estereotipos sexistas instaurados en nuestra sociedad y que se van asimilando desde la infancia. 

Uno de los datos más llamativos es la dificultad que existe entre los jóvenes para identificar actitudes sexistas. Dos de cada tres adolescentes no asocian la violencia psicológica y el control de su pareja como parte de la violencia de género. Ciertas actitudes nocivas (como la idea de que los celos son un claro indicador de intensidad en el amor) siguen muy arraigadas entre los jóvenes. Jóvenes incapaces de reconocer los signos no tan evidentes de una relación tóxica. 

"Según datos de la Diputación de Cádiz, el 90% de los niños y niñas han visto pornografía antes de los doce años, siendo los ocho años el punto de partida para muchos"

El machismo sigue muy instaurado en determinados ámbitos de la sociedad, sobre todo en los círculos donde se mueven los más jóvenes. La exposición a música con letras sexistas (como el reggaetón, el trap o el hip hop), así como a ciertos videojuegos, son claros potenciadores de un tipo de comportamientos que frenan los esfuerzos invertidos para erradicar la violencia contra la mujer.

Otro de los factores que, sin duda, tiene un impacto perjudicial para los más jóvenes es la pornografía. España es uno de los países donde más contenidos pornográficos se consumen. Según datos de la Diputación de Cádiz, el 90% de los niños y niñas han visto pornografía antes de los doce años, siendo los ocho años el punto de partida para muchos de ellos.

El 87% de esos jóvenes cree que la pornografía refleja la realidad de las relaciones sexuales, lo que promueve una visión tergiversada del sexo en la que se elimina la afectividad y se distorsiona el rol del hombre y la mujer. Este fenómeno impacta de forma negativa en el desarrollo de las relaciones interpersonales entre adolescentes, marcando la pauta de cómo serán en el futuro.

Es importante también ser conscientes de cómo afectan las redes sociales a la salud mental de los más jóvenes (pudiendo causar ansiedad, baja autoestima e incluso depresión). Y, en particular, de la intensificación de patrones de conducta tóxicos en las relaciones de pareja. Las redes posibilitan un mayor control sobre los movimientos de la otra persona, y permiten fiscalizar dónde está esta, con quién, qué hace o a quién agrega a su círculo de amistades. 

"Es fundamental trabajar con los más pequeños para que desarrollen habilidades socioemocionales como la autoestima, la asertividad y el respeto hacia uno mismo y los demás"

Es necesario dar el espacio que corresponde a una educación afectiva que permita a los más jóvenes desarrollar valores y habilidades de inteligencia emocional y que puedan así construir relaciones saludables, ayudándoles a identificar desde una edad temprana qué es el amor y qué no.

Hay que proporcionar también herramientas a los más jóvenes para que puedan advertir por ellos mismos las líneas rojas (red flags) en una relación, como por ejemplo el control a través de las redes; el aislamiento, que se suele producir de forma progresiva; el chantaje y la culpabilización, utilizado por el agresor para dominar a la pareja y así ocultar sus inseguridades; la agresión sexual bajo falso consentimiento, a través de la presión; las humillaciones y las desvalorizaciones, con el fin de mermar la autoestima de la víctima hasta hacerle pensar que se lo merece; o la intimidación.

La mayoría de estas conductas comienzan de forma progresiva y anulan paulatinamente a la víctima. Identificarlas a tiempo es crucial para escapar de esa situación. Para ello es fundamental trabajar con los más pequeños para que desarrollen habilidades socioemocionales como la autoestima, la asertividad y el respeto hacia uno mismo y los demás, sentando así unas bases correctas en su desarrollo como personas.

Ante esta situación, la educación parece ser el único factor que puede marcar un punto de inflexión. La educación es el campo de juego en el que instituciones públicas y privadas, profesores, trabajadores sociales y, por supuesto, familias, deben trabajar de forma conjunta para inculcar la igualdad y el respeto desde edades tempranas, promoviendo un cambio desde los cimientos para que los esfuerzos realizados, que son muchos, no sean en balde.

La población infantojuvenil es el futuro y el presente de nuestra sociedad. Dado que una mente sana comienza en la infancia, nuestro deber ineludible como sociedad es proveer la educación necesaria para revertir esta tendencia y ver el fin de la violencia de género.

*** Javier Urra es director clínico y presidente de la Comisión Rectora de Recurra-Ginso.

*** Jesús Villanueva es subdirector de la clínica Recurra-Ginso.

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