David Suárez, cómico a la espera de juicio por un chiste.

David Suárez, cómico a la espera de juicio por un chiste.

LA TRIBUNA

Por qué la guerra contra el humor no es ninguna broma

Las campañas contra Iggy Rubin o Broncano y el juicio contra David Suárez demuestran que la cultura de la cancelación goza de buena salud en la comedia española, a veces apoyada por la Fiscalía.

19 noviembre, 2021 06:11

Hizo Iggy Rubin un monólogo que uno puede encontrar en internet, si se lo propone. Pero sólo con cierto empeño, una curiosidad desmedida y a pesar de dos alertas de un antivirus no excesivamente avispado.

Iggy Rubin subió al escenario vestido para la ocasión, afeitado y sin gafas, con un polo-camisa calculadamente ancho y dentro de los parámetros de la moda, coherente con el espíritu del evento, en el programa favorito de los españoles de 0 a 35 años.

Rubin apareció con el cutis perfecto y en perfecta forma, saludó y ofreció su monólogo, agotó sus cinco minutos y cincuenta segundos y dijo gracias. El público aplaudió con energía y David Broncano recorrió el nunca tan largo camino hasta el escenario entre aplausos, le estrechó la mano y le dio un abrazo extraño. Un abrazo a medias.

Rubin sonreía con nervios y miraba hacia arriba. Broncano, algo se olía, no sonreía y miraba a los lados. El público aplaudía sin descanso, en una de esas ocasiones en las que aplaudir es incómodo, pero no tanto como dejar de hacerlo. El tiempo escogió la ocasión para detenerse.

Iggy Rubin, a tumba abierta, sacó ETA, Ortega Lara, el feminismo de Leticia Dolera y la homosexualidad de los Javis en menos de seis minutos, marca imbatible. Nadie paró la grabación. Pero se obvió el monólogo en la versión editada del programa.

"Se vivió una campaña desproporcionada, interesada y rentabilizada políticamente"

El monólogo fue lo suficientemente divertido para algunos y lo escalofriantemente inaceptable para otros como para poner en aprietos a Iggy Rubin. ¿A quién le interesa particularmente abrir un debate sobre los límites de la comedia?

Entonces se vivió una campaña desproporcionada, interesada y rentabilizada políticamente por los mismos que hace pocos días, dos años y medio después, manipularon un sketch para hacer creer que Jorge Ponce, Lalo Tenorio y David Broncano se reían de la muerte de una niña de seis años a la salida del colegio ¡el mismo día que fue atropellada!

Poco pesó que el sketch fuera sobre el sistema Montessori, que evita los exámenes a los niños para no atormentarlos y que está implantado en algunas escuelas públicas del país por coaliciones de progreso, como la de la Comunidad Valenciana. Tampoco pesó que los imputados dejaran claro que el programa se escribió y grabó antes de conocerse la noticia.

Nada importó porque, si Broncano no lo ha hecho, ¡no será porque no sea capaz!

Dentro de cierta derecha se produce un fenómeno paradójico. Se extiende la idea de que la transgresión era patrimonio de la izquierda y que ya no lo es. Que la izquierda se ofende por todo y que así no hay quien respire. Que toda la izquierda es woke y que la derecha es la nueva punta de lanza de la incorrección: la derecha punk. Que por qué no aprende la izquierda woke del talante de la derecha para encajar los golpes o esquivarlos haciendo así con la cintura.

Pero basta con vivir dos segundos en este mundo para comprobar que la tesis tiene más océanos que lagunas. Que, a menos que la obsesión por señalar a los cómicos sea un sueño de Góngora, hay persecuciones nada sutiles de políticos paranoicos y tuiteros de huevo y bandera y campañas incansables de acoso y derribo que se organizan contra quienes, desde el humor político o no (casi siempre la respuesta es no), hacen chistes que interpretan intolerables, censurables y a todas luces desconectados de la palabra empatía.

Y estas manadas obligan al cómico (esto lo sé bien) a pensarse dos veces si hablar en alto o guardárselo dentro. Especialmente si el cómico es joven o principiante y no es lo suficientemente famoso, popular y rico para permitirse un contratiempo, o simplemente si no le apetece averiguar si uno de los mensajes privados que le ha entrado por la mañana en Instagram será por la noche un tortazo a mano abierta a la salida del bolo.

"Los ataques no descansan y apelan directamente a la mano que da comer, para que deje de hacerlo"

Que la guerra contra el humor no es ninguna broma en España y que cada vez tiene más frentes abiertos (por la izquierda, por la derecha y por el Código Penal) es evidente. Que la tensión se respira en el ambiente político y que las cosas pintan francamente mal es una obviedad. Que los ataques no descansan y apelan directamente a la mano que da de comer para que deje de hacerlo está a la vista de cualquiera. Que hace tiempo que el aceite negro de la censura se extendió al humor es incuestionable.

Y que hay izquierdistas vigilantes que hostigan y marcan y coartan a quienes ejercen la libertad sin condiciones, a quienes no entienden de dioses ni de Estado, no lo niegan ni ellos.

Como sería para decir de verdad, hasta luego, paso negar la realidad de que en este país siempre ha sido más fácil hacer bromas desde la izquierda que desde la derecha, que la mayoría de los cómicos (y los artistas y los escritores y los periodistas y no hablemos de los cantautores) son más de izquierdas que menos, o que los locales de comedia de Madrid están regidos por progresistas de piercing y tatuaje, o que las radios y televisiones con espacios humorísticos más o menos dignos también lo son.

Pero no se trata de esto.

Se trata de que cuando hablamos de humor nada de esto debería importar menos. Los termómetros ideológicos para juzgar un guión o un monólogo deberían guardarse en un cajón de la cómoda bajo llave, y abandonar la cómoda en el vertedero más cercano, y prender fuego al vertedero, etcétera.

Lo único que importa es que el chiste sea bueno y funcione. El cómico tiene el compromiso de pasar por encima de los dogmas y las sensibilidades, como defendió Ricky Gervais ("Que te sientas ofendido no significa que tengas razón. Hay quien se ofende por el matrimonio mixto, los gais, el ateísmo. ¿Y qué? Que les jodan"). Se puede bromear sobre el racismo, la solución final o sobre ETA, siempre que seas capaz de superar la barra más alta con la pértiga más corta.

Como Pete Davidson con el 11-S, donde murió su padre, o como Etgar Keret con el Holocausto. "Mis padres me enseñaron la enorme fuerza del humor y la imaginación, que usaron en las situaciones más difíciles" dijo Keret. "Un chiste puede ayudarte a sobrevivir en medio de una guerra. Para mí eso es el humor: una herramienta de supervivencia, algo necesario. Nadie debería explicarse permanentemente como víctima".

“No recuerdo que antes estuviéramos tan ideologizados, que haya tanta gente dispuesta a pillarte para que te echen y que haya incluso vigilantes dentro de la profesión” me cuenta la humorista Samara Valenzuela, que prefiere hablar con seudónimo (el mismo con el que escribió en EL ESPAÑOL una tribuna). “Se comenta entre compañeros, de vez en cuando, la cantidad de veces que nos autocensuramos para no acabar en una lista negra”.

Y continúa: “No podemos hablar de dictadura, pero tenemos la sensación de que, si le da a alguien por recuperar los monólogos de hace diez años en Paramount Comedy, te joden la vida. Paramount tiene un almacén que es un arsenal, un poder desmedido en un momento en que hay una guerra donde el humor es un campo de batalla. Todavía no hay bajas, aunque David Suárez…”.

David Suárez es la prueba palmaria de aquello que dijo Javier Cansado: el límite del humor es el Código Penal. A Suárez lo denunció el Comité Español de Representantes de Personas con Discapacidad, que consideró que una obra de ficción que "humilla" a las personas con síndrome de Down merece prisión, multa e inhabilitación. 

El 29 de noviembre tendrá que responder ante los tribunales por la petición de la Fiscalía de año y 10 meses de cárcel, 3.000 euros de multa y 11 años de inhabilitación (parece lo más grave). 11 años de privación de su trabajo, que consiste en escribir ficciones, por un chiste que, por el camino, le costó su empleo en la radio (pagó la dignidad de negarse a pedir perdón con el despido). Se hace cuesta arriba creer que estaría en las mismas de haber desarrollado la idea en forma de novela.

Hace año y medio, Suárez publicó una tribuna en InfoLibre para explicar su caso, que dice mucho de nuestro país y nuestro concepto de la libertad de expresión. Escribió que “no hay nada más peligroso que creer que un chiste puede ser peligroso”. Y es cierto. ¿De qué modo es el país que persigue sus ficciones mejor que el país que protege la libertad creativa?

Con Iggy Rubin se dio una anécdota curiosa. Al salir de la función, dejó en stand by sus redes sociales. Pensó que ciertos sectores del feminismo y del movimiento LGTB se echarían encima, a tenor de sus bromas a costa de los Javis y Dolera. Y, sin embargo, se llevó una sorpresa. Iggy Rubin vio el cielo gris, pero se equivocó de tormenta.

*** Jorge Raya Pons es periodista. 

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