Wall Street, en Nueva York.

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LA TRIBUNA

Occidente sólo colapsará si nosotros lo queremos

El autor desmiente la tesis de un inminente derrumbe de Occidente y niega que la civilización occidental sea intrínsecamente perversa. 

26 febrero, 2021 01:45

You are not going to like what comes after America. (Leonard Cohen)

En febrero de 2019, el investigador del Centro para el Estudio del Riesgo Existencial de la Universidad de Cambridge, Luke Kemp, se preguntó si el colapso de la civilización occidental estaba cerca. Si bien Kemp advertía de que efectivamente lo estaba, también señalaba que podía evitarse.

Ya en 1993 (dos años después de la desaparición de la Unión Soviética) el fundador de la revista The National Interest, Owen Harries, había advertido en Foreign Affairs sobre el probable colapso de Occidente.

En 2012, el exparlamentario británico David Marquand publicó un libro con un título bastante claro sobre el asunto: El fin de Occidente.

En 2015, Jeffrey J. Anderson, G. John Ikenberry y Thomas Risse, tres prestigiosos teóricos de las relaciones internacionales, respondieron con otro libro, añadiéndole interrogantes al título: ¿El fin de Occidente?

Y en 2018, la revista New Scientist afirmó que Occidente estaba viviendo tiempo prestado.

Es difícil encontrar canciones, películas, obras de teatro, libros, cuadros o esculturas que ensalcen los valores occidentales

Ciertamente, incluso antes de la publicación del famoso libro de Oswald Spengler La decadencia de Occidente, en 1918, residía en el subconsciente de los afortunados que hemos tenido la suerte de nacer en ese pequeño porcentaje de países garantistas y con cierto nivel de prosperidad de todo el planeta, es decir en Occidente, la idea de que mañana, o pasado mañana, entrará Alarico con sus hordas a saquear nuestras ciudades.

Desde Palo Alto hasta Narva, entre el Monte de los Olivos, el paralelo 44 y el Uluru, se ha perdido toda esperanza y, a causa y como consecuencia de ello, toda narrativa. Es difícil encontrar canciones, películas, obras de teatro, libros, cuadros, esculturas o edificios de reciente creación que ensalcen los valores occidentales o los logros de la civilización occidental.

Por el contrario, la producción y creación artística, así como el debate histórico y académico, ha devenido en la cultura de la cancelación, en la (auto)censura, en el egocentrismo y en la enmienda iconoclasta a la totalidad del pasado de Occidente.

Que Churchill sea tachado de racista indica no ya la falta de narrativa propia, sino el 'ánimus' por demoler todo

Que uno de sus referentes, Winston Churchill, sea tachado de racista indica, no ya la falta de narrativa propia, sino el animus de las nuevas generaciones por demoler todo lo anterior.

El periodista del New York Times Ross Douthat dice en su libro La sociedad decadente que estamos resignados. Que hemos perdido las ganas de trascender. Y da cuatro razones para ello. El declive demográfico, el atasco económico, la atrofia política y el agotamiento intelectual y cultural.

Y es que la decadencia, la destrucción o el fin pacífico de nuestra civilización no vendrá desde fuera, sino desde dentro. Así lo avisan Christopher Smith y Richard Koch en Suicide of the West: el mayor enemigo de Occidente es el propio Occidente.

O dicho en palabras del gran historiador de las civilizaciones Arnold Toynbee: “Las grandes civilizaciones no son asesinadas, se suicidan”.

Pero… ¿está en peligro de extinción la idea política más exitosa de la historia¿De verdad el imperio de la ley, las elecciones libres, los derechos individuales, el humanismo judeocristiano, el libre mercado y el multilateralismo internacional corren tanto peligro?

¿El modelo occidental está agotado o es que, por el contrario, estamos muriendo de éxito?

¿El modelo está agotado o es que, por el contrario, estamos muriendo de éxito? Sí y no. Como todo problema complejo, este también tiene una respuesta compleja.

Pero ¿qué es Occidente? La definición de Occidente del filósofo francés Philip Nemo (que yo compro) consta de cinco pilares: la filosofía griega, el derecho romano, los valores y las tradiciones judeocristianos y la democracia liberal.

En nuestras filas, por tanto, tenemos a los Estados Unidos, a la Unión Europea, a la mayoría de los países de Latinoamérica, a Australia, a Nueva Zelanda y a Israel. Como naturalizados, Corea del Sur y Japón, por ser países no occidentales que se han esforzado en imitarnos.

Estamos hablando, en fin, de las mayores economías del planeta (sin contar con China, obviamente) y de los países que ocupan los 30 primeros puestos en el Índice de Desarrollo Humano.

Sin embargo, todos ellos enfrentan, o enfrentarán, problemas que pueden llevar a su desmoronamiento como civilización, en conjunto o en cascada. ¿De verdad estamos tan mal? En el escenario global hay varios factores que generan hegemonía y poder. Entre ellos el gasto y el poder militar, y la influencia cultural.

El poderío militar debe estar respaldado, necesariamente, por economías nacionales fuertes y resistentes

Sólo el gasto militar de los Estados Unidos supera a todos los que le siguen en la lista, incluyendo China y Rusia. No obstante, el poderío militar debe estar respaldado, necesariamente, por economías nacionales fuertes y resistentes. Y las occidentales están lastradas, sobre todo, por deudas públicas titánicas que no se podrán pagar.

Un informe de 2011 de Goldman Sachs señalaba que en 2050 sólo contaríamos con un país occidental entre las cinco primeras economías del mundo, los Estados Unidos. Concretamente, en el segundo puesto. Ya sabemos cuál será la primera.

Además del gasto militar, no existe entre los países que aspiran a reemplazar a Occidente una OTAN bajo la que unir esfuerzos y designios militares y estratégicos. Tampoco gozan esos países de la misma cohesión política y moral que tienen, por ejemplo, Europa y los Estados Unidos.

China puede tener intereses comunes con la India, Turquía o Irán, por ejemplo. Pero les separan muchas más cosas de las que les unen. Además, las instituciones multilaterales creadas tras la II Guerra Mundial, si bien cuestionadas, siguen funcionando a pleno rendimiento, y los países no occidentales actúan dentro de las mismas.

En el plano cultural, Occidente ostenta una ventaja sideral. Xi Jinping viste traje y corbata

En el plano cultural, Occidente ostenta una ventaja sideral. Xi Jinping viste traje y corbata. El imperio cultural de Netflix, Disney +, HBO y Amazon Prime es hoy día inexpugnable.

China está intentando llenar estas plataformas occidentales de streaming de contenido, pero no ha parido aún un Juego de Tronos, un House of Cards o un Mandalorian.

Con TikTok parece que los chinos están acertando, pero su Amazon, Alí Babá, no deja de ser un Amazon distinto (y peor).

Las mejores universidades y las mejores revistas académicas y científicas siguen siendo occidentales. Las empresas que han creado las vacunas contra el coronavirus en tiempo récord son occidentales. Wall Street ostenta todavía una posición indiscutible en el mercado financiero internacional.

Además de la hegemonía militar y cultural, nunca, jamás, han existido sociedades más seguras, más libres, más prósperas, más igualitarias y más sanas que en Occidente.

De entrada, pues, no estamos tan mal. Y, aún así, o no tenemos argumentario o, en el mejor de los casos, el que tenemos está obsoleto. ¿El principal problema? Nosotros mismos. La alta volatilidad (la modernidad líquida teorizada por Zygmunt Bauman) y la falta de certezas nos desorientan.

Si Occidente quiere seguir siendo Occidente, tiene que volver a quererse a sí mismo

Si Occidente quiere seguir siendo Occidente, tiene que volver a quererse a sí mismo. No debería ser tan difícil preferir, con orgullo, el modelo europeo que el de los países autoritarios. Y no tiene nada de malo decir que nuestra civilización es mejor que la de la tribu korowai de Papúa Occidental, que come carne humana.

Es necesario recuperar (y para esto hace falta mucha voluntad, tanto de actores públicos como privados) la confianza social en el sistema. Potenciar lo que hizo grande a Occidente, reivindicar sus virtudes y solucionar los problemas que señalaba Douthat en su libro (demografía, economía, política y cultura).

Occidente sólo desaparecerá si los occidentales quieren que desaparezca. De nosotros depende.

*** Elías Cohen es abogado y profesor de Relaciones Internaciones en la Universidad Francisco de Vitoria.

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