Carta al fiscal general 'in pectore'

Carta al fiscal general 'in pectore'

La tribuna

Carta al fiscal general 'in pectore'

El autor saluda la llegada de José Manuel Maza, pues lo considera con la autoridad moral e intelectual necesarias para impulsar el modelo de fiscal independiente. 

14 noviembre, 2016 00:54

“Tenemos una ley admirable que dispone que el príncipe, instituido para hacer ejecutar las leyes, esté representado por un fiscal en cada tribunal; (…) mas si se sospechara que aquél abusa de su ministerio, se le haría favor nombrando a su denunciador”. Charles Louis de Secondat, Barón de Montesquieu. 'El espíritu de las leyes'. Libro VI. Capítulo VIII).

Excelentísimo señor don José Manuel Maza Martín, magistrado de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo: Sé que la relación existente entre ambos toleraría un encabezamiento menos solemne y que, por tanto, el tuteo no resultaría excesivo, pero sabe usted que soy muy institucional y no menos mirado con los tratamientos. Aun así, no descarto que en algún pasaje de este envío sea más afectuoso que protocolario.

Tras la aclaración, sepa que si me dirijo a usted es porque al conocer que en el Consejo de Ministros del pasado viernes fue propuesto para fiscal general del Estado, he pensado que antes de que el nombramiento se publique en el Boletín Oficial del Estado, bien podría hacerle llegar algunas reflexiones acerca de la institución del Ministerio Público.

El Ministerio Fiscal lleva años desprestigiado por culpa de quienes han atentado contra su independencia

Mas antes quisiera decirle que siempre le tuve por un juez bueno o, quizá mejor dicho, por nada menos que un buen juez. Desde que ingresó en las carreras judicial y fiscal he seguido su trayectoria profesional por el método adecuado, es decir, la lectura de muchas sentencias, y tengo para mí que todo su esfuerzo ha ido dirigido a ser cada día un poco más justo pese al permanente riesgo de no serlo porque la justicia se administra por alguien tan imperfecto, desvalido y vulnerable como es el hombre.

Dicho lo anterior, creo que a usted, lo mismo que a la mayoría de los juristas de este país, no se le oculta que el Ministerio Fiscal lleva años sumido en un bache de desprestigio y que la culpa es de quienes tercamente se han empeñado en barrer todo lo que significa independencia de la institución. En España ha existido siempre la obsesión de utilizar al fiscal como instrumento de contienda política y somos bastantes los que, en nuestra resignación, nos reconforta confiar en las instituciones y, por tanto, también en la que va a presidir.

No me cabe duda de que usted sabe perfectamente que una de las cosas importantes que hay que hacer para situar al Ministerio Público en el lugar que constitucionalmente le corresponde es evitar que sobre el cargo de fiscal general del Estado gravite la sospecha de ser correa de transmisión del Gobierno. Ni en la persecución de sus adversarios políticos ni en la búsqueda de impunidad para sus amigos. El tiempo me dirá si estoy o no en lo cierto, pero creo que su designación es un buen paso, pues considero que tiene autoridad moral e intelectual suficiente para dar vida al modelo de fiscal independiente, pieza clave del Estado de Derecho.

Un fiscal no tiene dueño ni partido. Como defensor de la legalidad debe estar exento de cualquier influjo partidista

Usted, tan aficionado a la historia, de la que es licenciado por la Universidad Complutense de Madrid, sabe que son muchos los años que la carrera fiscal lleva bailando al son de siglas como la AF, UPF e ignoro si hay alguna más, cosa que nunca entendí bien, como jamás acepté los adjetivos aplicados a los jueces y a los fiscales. El fiscal, por definición, no puede ser de nadie. Ni partidista ni sectario. Un fiscal no tiene dueño ni partido. Como defensor de la legalidad y titular de la acción penal pública, a la vez que garante de los derechos fundamentales, el fiscal en el ejercicio de sus funciones debe estar exento de cualquier influjo extraño o partidista y usted sabe tan bien como yo, e incluso mejor, que la politización es una aberración.

No obstante, quede claro que este reproche no va dirigido al fiscal que, como cualquier hijo de vecino, tiene ideas políticas, elige la radio o el periódico que más le satisface y vota, o puede votar. Nadie es apolítico y sí lo es, allá él. No; al fiscal que aludo es al político disfrazado de fiscal, o viceversa, al que antepone el fin a la norma y el resultado al procedimiento.

Un fiscal ha ser esclavo sólo de la ley, y esto desgraciadamente no es ni ha sido así. Todavía está fresco en la memoria el caso de aquel fiscal que llegó a ser ministro de Justicia y que presumía, públicamente, de ser apóstol de una ideología política. Son ejemplos muy alejados de la idea de Platón cuando en una de sus Leyes sentencia que “la acusación pública vela por los ciudadanos: ella actúa y estos están tranquilos”.

Hay que apostar por situar en lo más alto del escalafón a los mejores en sabiduría y buen hacer profesional

Precisamente por esto que digo, le rogaría que cuide mucho el sistema de nombramientos dentro de la carrera fiscal. Naturalmente, me refiero a los discrecionales, no a los reglados. Recuerde la cínica fórmula que para subir ofrece Carón de Beaumarchais en El matrimonio de Fígaro: “sé mediocre y trepador y llegarás a todo”. Usted sabe que ese “llegar a todo” es bastante parecido a no llegar a nada y que un fiscal de cuerpo entero, lo mismo que un juez de cuerpo entero, se eleva por sí sólo a las altas nubes del prestigio. Hay que discernir el grano de la paja y el Consejo Fiscal ha de apostar por situar en lo más alto del escalafón a los mejores en sabiduría y buen hacer profesional.

Otra cuestión que deseo plantearle guarda relación con lo que el sábado pasado, en estas misma páginas, María Peral contaba de que es usted un convencido de la necesidad de atribuir a los fiscales la dirección de la investigación de los delitos, si bien bajo el control del “juez de garantías”. Aunque ya se lo había oído decir, al respecto, quisiera señalarle que no pocas veces he defendido esa tesis, entre otros motivos porque sería el modo de liberar a los jueces de un trabajo que no es, en sentido estricto, jurisdiccional, pero también sostengo que esa reforma procesal no puede llevarse a cabo sin modificar la plantilla y estructura del Ministerio Fiscal, pues con su actual configuración el fiscal carece de la imparcialidad típica del juez.

Con lo que estamos viendo, no hace falta ser un lince para dibujar el oscuro panorama de la instauración del fiscal instructor o “investigador” y que el otro día El merodeador de EL ESPAÑOL denunciaba aquí; si bien mucho antes, en el diario El Mundo del 7 de junio de 2004, el profesor Enrique Gimbernat ya divisaba el negro horizonte cuando, con mano maestra, escribía que era “(…) fácil de imaginar el abismo de impunidad que podría abrirse si ahora se le atribuyese al Ministerio Fiscal, además de la facultad de ser parte en el procedimiento, también el monopolio de la investigación de las causas penales (...)”.

Ahora mismo es preferible un sistema en el que al lado del juez instructor haya otro magistrado, el de 'garantías'

Pero hay otro particular. Me refiero a que sin una modificación de la plantilla de la carrera fiscal cualquier reforma resultará superflua, pues sucede que los fiscales en España son menos de la mitad de los jueces de instrucción y no siendo posible ni deseable hacer nuevos fiscales de la noche a la mañana, resulta impensable que los actuales hagan bien lo que no pueden hacer bien el doble número de jueces. De ahí que me parezca que en las presentes circunstancias es preferible un sistema en el que al lado del juez instructor haya otro magistrado, el de “garantías”, que sea el competente para autorizar todas aquellas diligencias de investigación que supongan una invasión en los derechos fundamentales, como las intervenciones telefónicas o de correspondencia, las entradas y registros domiciliarios y, por supuesto, cualquier medida cautelar, sea personal, como la prisión preventiva, sea real como el embargo de bienes o bloqueo de cuentas corrientes.

Querido José Manuel y verás que, a diferencia del comienzo, me he tomado la licencia de hacerlo de forma muy personal. Creo que sabes que soy hijo de fiscal, que tengo un hermano y una sobrina fiscal, que estoy casado con fiscal, que fiscal es mi querida Cristina y que entre mis pocos pero bien escogidos amigos, figura un puñado de magníficos fiscales, de manera que aciertas si piensas que siento por el Ministerio Fiscal una admiración casi enfermiza.

Pues bien, con semejantes antecedentes me parece que no me excedo si te pido que en este trance seas la voz del Ministerio Fiscal. Lo serás, sin duda, en no pocas intervenciones públicas y muy especialmente en la próxima Apertura del Año Judicial, pero antes y como nos has anticipado en las primeras y breves declaraciones que has hecho a raíz de la propuesta del Consejo de Ministros, estoy convencido de que ejercerás el cargo con gran responsabilidad.

La promoción profesional no va a ir ligada a las simpatías con el gobierno o a militancias en la asociación dominante

Me lo decía ayer tarde una colega tuya en situación de excedencia voluntaria, al afirmar que tu presencia al frente del Ministerio Fiscal puede significar un antes y un después de la carrera. Creo que tiene razón, pues aunque el cargo presenta no pocas dificultades, estoy seguro de que jamás serás un acólito de nadie, que podrás fin a la estrategia de tener de la mano a los fiscales y que la promoción profesional no irá ligada a las simpatías con el gobierno de turno o a la militancia en la asociación afín a la ideología dominante.

Me despido. Tú eres un hombre que naciste para juez, para definir qué conductas son buenas y cuáles son malas. Según el Registro Civil, tienes 65 años recién cumplidos, circunstancia que tampoco ha de preocuparte, pues ya sabes que, como decía Picasso, cuando se es joven, se es para toda la vida. Mi deseo es verte centenario. Pero más habrá de emocionarme aún, si ya jubilado, se te recuerda como un fiscal general del Estado que habitó en ese Palacio del Marqués de Fontalba, en el número 17 del Paseo de la Castellana de Madrid, ejerciendo una función que sólo se entiende caminando por el sendero sin fin de la conciencia limpia. Nadie como tú, un buen juez y un juez bueno, sabe que administrar justicia o pedir que otros la administren es un raro tejer y destejer de venturas y desventuras, de gozos y amarguras.

Con el ruego de que no nos falles, quedo tuyo para un futuro próximo en el que los dos hablemos de nuestro respetable y querido Ministerio Fiscal.

*** Javier Gómez de Liaño es abogado y consejero de EL ESPAÑOL.

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