La reunión celebrada en las últimas horas en la Casa Blanca entre Donald Trump, Volodímir Zelenski y una representación de los principales líderes europeos, entre los que no estaba Pedro Sánchez, marca un punto de inflexión crítico en la guerra de Ucrania y, por extensión, en el futuro del orden europeo.
El encuentro llega tras la inquietante cumbre entre Trump y Putin en Alaska, donde el presidente estadounidense no solo legitimó diplomáticamente al líder ruso con una recepción de alfombra roja, sino que emergió aceptando la posición del Kremlin de que Ucrania debe ceder territorio (específicamente la región de Donetsk) para alcanzar la paz.
El ambiente en Washington evidenció la profunda asimetría que existe entre las posturas estadounidense y europea.
Mientras los líderes del Viejo Continente, preocupados especialmente por el futuro de Europa del Este, se movilizaron urgentemente para defender la integridad territorial ucraniana, Trump parece cada vez más alineado con la lógica kremlinista de "paz a cambio de concesiones territoriales".
Los líderes europeos no viajaron a Washington por cortesía diplomática: se trasladaron para evitar lo que Macron calificó como una "capitulación", conscientes de que Trump había adoptado las demandas de Putin tras Alaska.
El contraste entre esta reunión, de tono más cordial, y los choques previos entre Trump y Zelenski, es evidente. Pero eso no implica que se haya avanzado en una solución satisfactoria para Ucrania, sino sólo que los modales de Trump se han refinado.
Tras la cumbre de Washington de ayer lunes por la noche, Zelenski ha agradecido el respaldo de Trump y los líderes europeos, pero ha resaltado que los avances fueron limitados. En la reunión, Trump habló abiertamente de incluir "intercambios territoriales" en las negociaciones, algo que supone un riesgo ya que Zelenski no tiene poder para ceder territorio unilateralmente.
El balance final de la minicumbre de Washington es ambivalente. El simple hecho de que haya tenido lugar es positivo, pero su resultado no ha ido mucho más allá de “dar voz a las posturas” de cada parte sin avanzar en acuerdos concretos, en garantías de seguridad sinceras, ni en el camino hacia la paz.
En el terreno de las mencionadas garantías, Estados Unidos ha planteado el envío de tropas americanas a Ucrania como fuerzas de paz, pero a cambio de las concesiones territoriales que desea Putin. Algo que en Ucrania, como es obvio, es interpretado como un caramelo envenenado.
De la reunión de Washington también ha salido el anuncio de una nueva reunión trilateral entre Trump, Putin y Zelenski, aunque sin fecha concreta.
La magnitud de las concesiones que Rusia exige es devastadora para Ucrania. Putin no sólo demanda el reconocimiento de la anexión de Crimea, sino la entrega completa del Donbas (incluidas áreas que Ucrania aún controla), la renuncia definitiva a la membresía de la OTAN, y un proceso de "desmilitarización" que convertiría al país en un estado indefenso e indefendible.
Para Ucrania, aceptar estas condiciones no sería simplemente ceder territorio. Sería consagrar su desintegración como Estado soberano y viable, estableciendo un precedente catastrófico donde la agresión armada es recompensada con ganancias territoriales.
Las implicaciones van mucho más allá de Kiev. En Europa del Este, el temor es palpable y justificado: aceptar el desmembramiento de Ucrania podría preparar el terreno para futuras aventuras expansionistas rusas contra los Estados bálticos o Polonia.
La sintonía personal y política de Trump con Putin, evidente desde sus primeros encuentros y confirmada en Alaska, alimenta además las sospechas europeas de que Washington prioriza una salida rápida del conflicto, incluso a expensas de la estabilidad continental.
Los principales diarios estadounidenses han sido contundentes en su balance de ambas reuniones. The Wall Street Journal calificó la cumbre de Alaska como un fracaso donde Putin "no hizo concesiones aparentes", mientras que analistas expertos la describieron como "uno de los episodios más nauseabundos de toda la sórdida historia de la diplomacia internacional".
The Washington Post advirtió sobre los "crueles costos humanos" de los intercambios territoriales, y múltiples analistas han coincidido en que Trump "le dio a Putin todo lo que quería".
Tras la cumbre de Washington, el panorama sigue siendo precario. Aunque los líderes europeos lograron temporalmente frenar la presión hacia concesiones inmediatas, Trump mantiene su posición de que "Zelenski puede terminar la guerra casi inmediatamente si quiere", colocando la responsabilidad de la paz exclusivamente sobre los hombros ucranianos.
Si Europa no consigue articular una respuesta firme y coordinada que contrarreste la presión estadounidense hacia una "paz rápida", no sólo Ucrania estará en peligro: lo estará el principio fundamental de que las fronteras europeas no pueden alterarse mediante la fuerza militar.
El futuro de Europa, una vez más, pende de un hilo.