Aunque Pedro Sánchez se ratificó, en la rueda de prensa tras la divulgación del informe de la UCO sobre Santos Cerdán, en su obstinación de agotar la legislatura, día a día se hace más patente que va a ser imposible aguantar hasta 2027.
Como ha revelado EL ESPAÑOL, el Gobierno quiere sondear a los portavoces de los grupos parlamentarios que lo sostienen en el Congreso para saber si puede seguir contando con su apoyo.
Lo cual es síntoma de que empiezan a cundir las dudas entre miembros destacados del círculo más próximo a Sánchez sobre la viabilidad de la legislatura, y de que han perdido la confianza en la capacidad de un presidente bunkerizado y sobrepasado para sacarse nuevos conejos de la chistera.
Además, la UCO ha aportado distintos indicios que contribuyen a apuntalar la sospecha de que Sánchez conoció y encubrió la organización criminal que anidó en la cúpula del PSOE y en el Gobierno. Lo cual no se zanja con una mera petición de perdón.
Tampoco está claro cómo va a poder superar la cumbre de la OTAN de finales de este mes, en la que se le pedirá un esfuerzo mayor en la inversión en Defensa que no está en condiciones de acometer.
Por todos estos factores, se va instalando el consenso de que Sánchez no va a poder seguir como si nada hubiera pasado hasta 2027, con la incertidumbre adicional de los nuevos escándalos que puedan brotar sobre otros miembros de su equipo. Y la posibilidad de que se compruebe que el PSOE se financió de manera irregular con parte de las mordidas que pagaron varias constructoras por recibir adjudicaciones de obra pública.
Sólo hay cuatro salidas constitucionales posibles a esta encrucijada: elecciones anticipadas (que Sánchez se resiste a convocar), una cuestión de confianza (que también ha descartado), una moción de censura o una dimisión con una nueva investidura.
Vox está presionando al PP con la tercera de ellas. Pero el PP hace bien en resistirse a una vía absurda cuyas posibilidades de prosperar son nulas.
Porque, ni a los separatistas ni a la izquierda radical les interesa ahora que gobierne Feijóo, ni podrá interesarles tampoco en el futuro.
Saben que con un Gobierno del PP, con o sin Vox, esta coalición disolvente no tiene nada que ganar: ni más competencias autonómicas, ni financiación singular, ni beneficios penales para los secesionistas, ni acercamiento de los presos etarras.
Si la suma Frankenstein apoyó a Sánchez para derribar a Rajoy, es porque el cambio de Gobierno le era favorable. Que es también lo que explica que en una situación similar no actúe de la misma forma.
De hecho, es improbable que el actor decisivo en 2018, el PNV, vaya a retirarle el apoyo a Sánchez como hizo con Rajoy. Porque las relaciones con el PP se han roto, y el nuevo liderazgo de Aitor Esteban es aún más hostil al PP.
Con la excepción quizás de Podemos, todos los socios de Sánchez quieren que la legislatura continúe.
Así que ¿para qué dar la oportunidad a Sánchez, como razonó Feijóo el jueves, de reafirmarse en el poder, y de cosechar un fracaso que lamine el liderazgo de la única alternativa de gobierno?
La respuesta es porque Vox quiere, en realidad, que continúe Sánchez al frente del Gobierno. La moción de censura con la que presiona Abascal es la trampa que le tiende al PP para desgastarlo y seguir creciendo desde la oposición, intentando convertirse en su principal partido.
Pero, sobre todo, a Vox le conviene que Sánchez resista porque, cuanto más lo haga, más se tensará la vida pública española. La derecha radical intentará pescar en las aguas revueltas de la crispación callejera y la polarización.
Por eso, hace bien Feijóo en mantener la cabeza fría y en negarse a darle oxígeno al presidente.
De hecho, es a Sánchez a quien le compete dar una salida. Y no puede ser otra que la cuarta de las listadas arriba, la única capaz de conciliar el clamor por el reemplazo del presidente con la determinación de sus socios de continuar la legislatura.
La solución natural a esta situación sería la de Adolfo Suárez en 1981. Pero a diferencia del líder de UCD, que abandonó para que "el sistema democrático de convivencia [no] sea un paréntesis en la historia de España", Sánchez no piensa en el bien del "proyecto" que el jueves dijo proteger, ni tiene una idea de país en la cabeza a la que beneficiar con su renuncia.
Incluso líderes tan ominosos como Richard Nixon o Boris Johnson acabaron desistiendo y dimitiendo para no arrastrar a los suyos en su caída.
El problema para el PSOE es que, después de que Sánchez haya fungido un partido hipervertical y centralizado a su imagen y semejanza, ha quedado condenado a una falta de banquillo que hace inviable una sucesión sobre la que vuelve a discutirse crecientemente.