A menos de un mes para las elecciones, no hay barómetro electoral mínimamente fiable que dibuje un escenario distinto a la victoria del Partido Popular. Ayer mismo publicamos el último sondeo de SocioMétrica para EL ESPAÑOL, que aventura una ventaja de 44 escaños de Alberto Núñez Feijóo sobre Pedro Sánchez. Una ventaja que, en cualquier caso, no es suficiente para gobernar y plantea un panorama incómodo para los populares: la necesidad de un entendimiento con Vox. 

Ya se descubría la incomodidad de Feijóo en la indefinición del partido, con una apuesta por una ‘geometría variable’ que condiciona los pactos con los radicales a los números antes que a los principios. Parece que el PP va dejando la indefinición atrás, y que su línea de actuación comienza a aclararse. Basta con mirar a Extremadura. Las presiones a la candidata Laura Guardiola para negociar y pactar con Vox han sido efectivas. Ayer anunció el comienzo de las conversaciones con la extrema derecha por “la prioridad de pasar página a las políticas socialistas”.

De modo que este argumento pesa más que su negativa, defendida hasta el domingo, a compartir gobierno “con quienes niegan la violencia machista”. Y retira el órdago principal: la vuelta a las urnas. Así que el riesgo de repetición electoral y las exigencias de simetría nacional se impusieron a los valores. Un mensaje que los próximos sondeos reflejarán su huella o irrelevancia en la intención de voto.

Al permitir la entrada de representantes de Vox en las consejerías y la presidencia de los parlamentos autonómicos a radicales (como Marta Fernández en las Cortes de Aragón, Gabriel Le Senne en el Parlamento balear y Llanos Massó en las Cortes Valencianas), Feijóo da pistas del modelo que aplicará para toda España si su victoria no es aplastante. Y Vox, por su parte, no muestra ningún interés por renunciar a sus peligrosas extravagancias.

La nueva presidenta de las Cortes de Aragón presume de su admiración por Donald Trump, incluso después del asalto al Capitolio. Niega la existencia de la violencia de género y la evidencia científica sobre el cambio climático. Acusa a China de crear el Covid-19. Es antivacunas. Incluso se rebeló contra C. Tangana por un videoclip rodado en una catedral. "Seguid pisoteando a Dios y burlándoos de lo sagrado", dijo. "Nada es impune". Con estos precedentes se convirtió en la opción preferida por Vox, con el beneplácito del PP, para convertirse en la segunda autoridad institucional de Aragón.

A su vez, también con el respaldo del PP, Massó ocupará la misma responsabilidad en Valencia. La nueva presidenta de las Cortes llegó a Vox como activista religiosa de Hazte Oír, y en su historial destacan acciones como la campaña de acoso a una clínica de Castellón por practicar interrupciones del embarazo. 

Y en la comunidad balear, la presidencia del Parlament recae en el ultraderechista Le Senne, conocido por su respaldo a la Teoría del Reemplazo (muy extendida en Francia, sostiene que hay una operación para sustituir la Europa blanca y cristiana por otros pueblos, habitualmente musulmanes o africanos negros) y por compartir reflexiones machistas y disparatadas como que "las mujeres son beligerantes porque carecen de pene".

Salta a la vista que Vox, a la hora de ocupar los cargos institucionales, se decanta por perfiles ideologizados, adeptos de teorías de la conspiración y fanáticos religiosos. Esto queda tan claro como que el PP, hasta el momento, ha estado dispuesto a aceptarlo.

Puede que Feijóo parta con la suficiente ventaja en las elecciones como para vencer sin encajar castigo por replicar pecados reprochados a Sánchez. Pero puede suceder, también, que el votante moderado se pregunte si el PP continuará esta senda de concesiones a los radicales, y si desean que estos perfiles no estén sólo presentes en las mesas de los parlamentos autonómicos, sino en la presidencia del Senado, el Congreso de los Diputados o dentro del Consejo de ministros. No es descabellado. Y es la duda que ya alimenta, precisamente, Pedro Sánchez.