El futuro envío de tanques Leopard españoles a Ucrania, que Pedro Sánchez no llevará al Congreso de los Diputados, es un asunto con demasiadas consecuencias diplomáticas y geoestratégicas como para mantenerlo al margen del Parlamento. Es democráticamente indefendible que una medida que introduce a España casi a cuerpo entero en una guerra con Rusia se asuma a espaldas de la sede de la soberanía nacional. Donde, por otra parte, se puede dar por hecho que recibiría un respaldo mayoritario.

Sánchez podría argumentar las razones de España para acompañar a sus aliados en un sendero incierto que no es el ideal, pero sí el necesario. Los españoles saben que buena parte de la paz y la seguridad de Europa se deciden en Ucrania. Y el presidente sentará otro precedente nefasto si, en una decisión tan comprometedora para la nación, hurta el debate y la última palabra a sus compatriotas. 

La buena noticia es que la decepción del pasado viernes en Rammstein, cuando Alemania aguó la esperanza de un envío inmediato de carros de combate Leopard a Ucrania, ha sido paliada tras la reacción occidental de esta semana.

Estados Unidos anunció ayer miércoles que entregará 31 blindados Abrams M1, y Alemania correspondió no sólo con el desbloqueo de las transferencias de tanques Leopard en manos de terceros, sino con el envío voluntario de 14 unidades propias. Los aliados, entre los que se incluye España, proporcionarán a las fuerzas ucranianas más de un centenar de carros esenciales para liberar los territorios ocupados.

El temor de Berlín era comprensible. Especialmente, porque Rusia estipuló la entrega de tanques o de sistemas antimisiles Patriot como líneas rojas. Ambas se han sobrepasado ya con el envío de armamento ofensivo.

Durante meses, las amenazas del Kremlin se han interpretado como poco más que faroles. Pero es probable que ahora, ante la determinación occidental de apoyar no sólo las capacidades defensivas ucranianas, sino también su potencial ofensivo, Moscú actúe contra aliados y proveedores.

La OTAN no es ajena a esta hipótesis. Incluso baraja que Rusia golpee objetivos aliados tras una escalada que, desde la perspectiva del Kremlin, tiene origen en Washington y Bruselas.

Queda por ver si la apuesta occidental, adoptada con urgencia, responde a la debilidad rusa o a la ucraniana. No sorprendería que la información de Inteligencia hubiese llevado a Polonia a incrementar la presión sobre sus socios para redoblar los apoyos a una resistencia agotada y con cientos de bajas diarias.

Porque lo cierto es que, desde la retirada organizada de Jersón y la movilización general de Putin, Moscú suma victorias estratégicas. Y es fácil pronosticar que, con la llegada de la primavera, intensifique sus avances. 

A estas alturas de la guerra, es importante que los europeos comprendan la situación. El envío de carros de combate occidentales marca un antes y un después. Se ha sobrepasado, como reflejó EL ESPAÑOL en un editorial anterior, el punto de no retorno.

La ministra Ione Belarra, como portavoz de la facción minoritaria del Gobierno, ha alertado sobre los riesgos aparejados al envío de los blindados por parte de España. Belarra ha afirmado que "contribuirá a una escalada bélica" y que "podría tener una respuesta de Rusia muy peligrosa". Son obviedades. El mundo se adentra en un terreno incierto con consecuencias impredecibles.

Pero yerra cuando sostiene que la solución pasa por rebajar el compromiso con Ucrania y promover la negociación con Putin. La historia está llena de ejemplos que prueban cómo las cesiones ante las agresiones imperialistas conducen a conflictos mayores.