La filtración a varios medios americanos, y entre ellos el Wall Street Journal, de que el Gobierno estadounidense se dispone a enviar "un número significativo" de tanques Abrams M1 a Ucrania ha obligado a Alemania a levantar el veto al envío de carros de fabricación alemana Leopard al campo de batalla ucraniano. Algo que tanto Polonia como Washington habían exigido con insistencia durante las últimas semanas. 

Alemania se resistía no ya sólo a enviar sus propios tanques a Ucrania, sino a que países como Polonia, que también cuentan con carros Leopard germanos, pudieran cederlos a Kiev, una cláusula habitual en los contratos de compraventa de armamento destinada a evitar que países enemigos se hagan con armamento occidental.

Para esquivar las presiones de los Estados Unidos y del resto de la UE, Olaf Scholz había exigido que Washington se comprometiera antes a ceder sus Abrams M1. Probablemente confiando en una negativa de Joe Biden, dado el peligro de que la avanzada tecnología de los tanques americanos caiga en manos rusas. 

Pero la noticia de que Estados Unidos enviará una cantidad indeterminada de tanques Abrams M1 a Ucrania ha obligado al gobierno alemán a levantar su veto a terceros. Algo que, probablemente, ayudará a su vez a vencer las reticencias de otros países, y entre ellos España, al envío de sus propios Leopard.

Como ha explicado EL ESPAÑOL en anteriores editoriales, las dudas están justificadas. Porque el envío de tanques de alta tecnología a Ucrania no dejará a Moscú indiferente. Pero la batalla que se libra en Ucrania no es un mero conflicto regional en el que sólo se enfrentan los intereses geopolíticos de Kiev y Moscú, sino una amenaza existencial para las democracias liberales occidentales. 

En este sentido, es muy probable que el envío de los Leopard y los Abrams M1, que en términos bélicos podrían convertirse en eso que los anglosajones llaman un game changer, es decir un elemento capaz de "cambiar el juego" y decantar la victoria hacia uno de los contendientes, suponga un punto de no retorno en el conflicto.

La escalada, por tanto, puede darse casi por segura. Y frente a ese escenario, a Occidente sólo le queda una posibilidad: ganar la guerra a toda costa. 

En cuanto a la actitud alemana, es obvio que su cerrazón ha dañado gravemente la reputación de Olaf Scholz, especialmente entre los países del este, por lo que ha sido visto como una actitud obstruccionista y excesivamente sensible a las amenazas y los chantajes de un Vladímir Putin acorralado en el escenario internacional. 

Y es probable que ni siquiera el envío de una compañía de Leopard 2 propiedad del Ejército alemán a Ucrania sirva para sanar ese daño en la reputación de una Alemania que es vista cada vez más por los países del este de Europa como un elemento disonante en el por otro lado casi total consenso europeo en torno a la idea de que la ayuda militar a Ucrania no es opcional, sino obligatoria.  

Como han dicho ya algunos países europeos, el argumento del temor a una escalada del conflicto si se envían tanques a Ucrania se desvanece en el momento en que se echa un vistazo a un campo de batalla en el que Rusia escala día tras día. Ahora que tanto la Inteligencia británica como la estadounidense alertan de que Moscú podría estar preparando una gran ofensiva en todos los frentes, la ayuda militar de Occidente a Ucrania pasa de obligatoria a urgente