En la entrevista que Teresa Ribera ha concedido a EL ESPAÑOL, la ministra para la Transición Ecológica habla de una "guerra de trincheras" energética. Guerra declarada por Vladímir Putin contra la UE y de la que España será también víctima este otoño. 

La respuesta a ese Verdún energético (en referencia a la batalla de trincheras más cruenta de la I Guerra Mundial) es, de acuerdo con Ribera, la de un replanteamiento radical de nuestro modo de vida. La ministra llama, por ejemplo, a medidas tan extremas como la de renunciar a viajar en coche e incluso en transporte público. 

Durante la entrevista, Ribera dice que el reconocimiento por parte de la UE de la nuclear como energía verde "es un error", aunque luego afirma que España está preparada para trasvasar gas hacia la UE y, en concreto, hacia países como Alemania e Italia. La ministra demuestra así una peculiar mezcla de realismo gasístico y negacionismo nuclear. 

La entrevista muestra a un Gobierno atrincherado también en el terreno político. La vicepresidenta tercera del Gobierno afirma que ve a la coalición preparada para resistir y "dispuesta a todo". Su negativa a cualquier tipo de acercamiento al PP demuestra asimismo que la táctica del Gobierno hasta las elecciones generales será la de marcar una línea roja radical entre el "bloque de la derecha" y la "coalición de progreso". 

Nueva taxonomía verde

El pleno de la Eurocámara respaldó ayer la decisión de Bruselas de clasificar como "inversiones verdes" la construcción de centrales nucleares y de plantas de gas, colocándolas así al mismo nivel de "sostenibilidad" que la eólica y la solar.

La medida reducirá el coste de dichas centrales y plantas, estimulando su construcción. Aunque su principal beneficio será el de cambiar la mentalidad antinuclear que todavía impera en buena parte de la UE, heredada de los movimientos ecologistas de los años 60 y 70 y sus vaticinios apocalípticos sobre los peligros de la nuclear.

La posibilidad de que los países de la UE sufran graves cortes energéticos a partir de otoño, o de que la industria se vea obligada a parar la producción por la falta de energía, no es ciencia ficción. Esos cortes, sumados a la inflación y a la posibilidad de una recesión económica, serían una receta segura para el desastre y la conflictividad social. 

Juicios de valor

No se comprende, en fin, la resistencia de la izquierda y los verdes europeos a una energía limpia, segura y fiable como la nuclear por cuestiones ideológicas, cuando la realidad está demostrando una y otra vez la imposibilidad, hoy, de que las energías renovables sostengan en solitario economías avanzadas como las europeas. 

El absurdo llega hasta el punto de que los verdes europeos prefieren apoyar el uso del carbón, una de las energías más contaminantes, a impulsar la energía nuclear. Lo que demuestra que en el movimiento verde, y en al menos una parte de la izquierda europea, pesan más los prejuicios ideológicos que una verdadera conciencia "verde". 

Hay que recordar aquí que la clasificación de una energía como verde, lo que en Bruselas se llama "taxonomía", es un juicio de valor en el que juegan tanto parámetros científicos como políticos e ideológicos. Porque la energía 100% limpia no existe.

Lujos impagables

El populismo energético, básicamente el antinuclear, es un lujo que las sociedades occidentales no se pueden permitir hoy. Y la prueba es que sólo ha hecho falta un conflicto bélico entre dos países que ni siquiera pertenecen a la UE para que todas las previsiones energéticas se hayan desmoronado como un castillo de naipes.

¿Quién nos garantiza que en un mundo cada vez más caótico y polarizado, dividido en bloques y abocado a un conflicto entre las democracias liberales occidentales y el bloque de las autocracias liderado por China, Irán y Rusia, esos planes energéticos no vayan a saltar de nuevo por los aires al menor contratiempo? 

España goza de una posición de privilegio en el seno de la UE por su enorme capacidad regasificadora, pero sigue aferrada a viejos prejuicios ideológicos que impiden que el país desarrolle todo su potencial. Esos prejuicios tienen un coste, que pagan los ciudadanos españoles. España debe pasar de una postura doctrinaria a una pragmática en el terreno energético. No es tiempo para lujos ideológicos cuyo precio no podemos pagar.