Nada fue casual ayer en Cataluña. Ni la brevedad (apenas unos minutos) del encuentro entre Pere Aragonès y Pedro Sánchez. Ni la bravata de Carles Puigdemont y sus fieles mandando "a la mierda" al PSOE y exigiendo la ruptura total del pacto entre ERC y los socialistas. Ni la alusión de Alberto Núñez Feijóo a Cataluña como "nacionalidad" que "debe recuperar el liderazgo" en España. 

ERC sabía que Pere Aragonès iba a verse obligado a coincidir con el presidente del Gobierno durante las jornadas del Círculo de Economía que tuvieron lugar ayer en Barcelona. Las fotos del encuentro entre ambos dirigentes son la prueba de que allí donde Sánchez se esforzó por escenificar una relativa normalidad, el presidente autonómico catalán ni se molestó en disimular su evidente incomodidad. 

"Mi profundo respeto a Cataluña y sus instituciones, y mi firme voluntad de avanzar en el diálogo. No hay meta más noble para un político que construir convivencia para que nuestros ciudadanos vivan en sociedades sin fracturas" dijo Pedro Sánchez durante las jornadas. Unas jornadas que acabaron, de acuerdo con la versión oficial, con Sánchez y Aragonès dándose "una oportunidad" para reconducir la situación en el futuro. 

Sin escapatoria fácil

Pero, como explicábamos en el editorial de ayer, Sánchez no tiene escapatoria fácil en este asunto. Porque si el CNI espió a Pere Aragonès a partir de la sospecha razonable de que el presidente catalán pudiera ser o llegar a convertirse en una amenaza para la seguridad nacional, la alianza parlamentaria de PSOE y ERC se convierte en insostenible.

Y si se le espió por motivos políticos, el escándalo no puede solventarse sin más con el cese de la directora del CNI, sino que la responsabilidad debe llegar hasta los escalafones políticos. Unos escalafones que, sin duda alguna, conocieron de ese espionaje a la vista de que el CNI está obligado legalmente a informar de todas sus operaciones al Gobierno. Más, si cabe, si el objetivo de estas es un presidente regional.

Tampoco lo tiene fácil Pere Aragonès. Es probable que ERC no desee de ningún modo la caída de Pedro Sánchez puesto que el riesgo de que el PP gane las elecciones es extraordinariamente alto hoy a la vista de unos sondeos que coinciden en vaticinar una caída muy sensible del voto del bloque de izquierdas

Pero ¿cómo escenificar su enfado por un espionaje del que el Gobierno se ha distanciado con el argumento increíble de que "ni sabía ni podía saber" cuando sus votos no son estrictamente necesarios para la supervivencia de este? En un momento, además, en que el prófugo de la Justicia Carles Puigdemont y sus acólitos aprietan el acelerador en sus redes sociales llamando a romper cualquier tipo de relación con el PSOE. 

Cataluña, "nacionalidad líder" 

No menos relevante fue la intervención del líder del PP en el mismo Círculo de Economía llamando a "la nacionalidad catalana" a recuperar "el liderazgo" en España. ¿En detrimento de Madrid, cabe preguntarse? ¿En detrimento de aquellas comunidades que, muy legítimamente, aspiran también a ese liderazgo, pero sin haberse alzado contra la democracia, la Constitución y el resto de los españoles como hicieron los nacionalistas catalanes en 2017?

Debería ser consciente Alberto Núñez Feijóo de que sus palabras tienen hoy, como presidente del PP, un alcance mucho mayor del que tenían cuando "sólo" era el presidente autonómico gallego.

Porque la alusión a ese liderazgo de la "nacionalidad" catalana podría llevar a muchos ciudadanos españoles a preguntarse por qué desconocido motivo tiene Cataluña plaza reservada en ese liderazgo (es de suponer que económico y político) cuando ha sido sin duda alguna la comunidad más desleal e insolidaria de la España constitucional.  

Es obvio que Feijóo pretende acercarse al nacionalismo moderado catalán de la misma manera que está acercándose a un PNV que recela, con buenos motivos, de la buena sintonía del PSOE con EH Bildu. Una sintonía que podría desembocar en el futuro en la llegada al Gobierno autonómico vasco de una alianza de ambos partidos. 

La estrategia de Feijóo puede tener sentido como primera piedra de su propia "geometría variable" en el Congreso. Pero debería también ser consciente el presidente del PP de que saltando de la sartén de Vox, su partido puede acabar cayendo en las brasas de un nacionalismo periférico de cuya lealtad el presidente Sánchez podría darle alguna pista. No es Feijóo, en fin, el que debe acercarse al nacionalismo, sino el nacionalismo el que debe volver al constitucionalismo.