El fuego cruzado entre el Ejército de Israel y Hamás ha entrado en una espiral de acción-reacción de consecuencias insospechadas. El continuo lanzamiento de misiles, la destrucción de enclaves urbanos y el número creciente de víctimas (que ya se acerca a los dos centenares) son propios de una guerra.

El llamamiento de la ONU para que cese la violencia no ha tenido efectos y, lo que es peor, tampoco hay motivos ahora para pensar que el final pueda estar cerca.

El estallido de este conflicto llega con gobiernos débiles tanto en Israel como en Palestina. Benjamin Netanyahu ha sido incapaz de formar gobierno y el bloqueo político aboca al país a unas nuevas elecciones. Por su parte, un desgastado Mahmud Abbas se ha visto obligado a anular las elecciones que debían celebrarse el sábado próximo al no permitir Israel que votara Jerusalén Este.

Malestar

El Consejo de Seguridad de la ONU se ha reunido este domingo de urgencia ante el temor de que la contienda pueda implicar a otros países y el conflicto acabe por desestabilizar la región. Pero aún está por ver que sus gestiones desemboquen en unas conversaciones de paz.

La población árabe se siente discriminada por las autoridades israelíes en las ciudades mixtas (con población de las dos comunidades) y la política de hechos consumados en los territorios ocupados no deja de generar agravios.

Hamás ha visto la oportunidad de capitalizar el malestar entre los palestinos. El lanzamiento de misiles de este grupo terrorista contra la población civil no tiene justificación alguna. De la misma forma, Israel debería ser consciente de que la solución sólo tiene dos vías: respetar los acuerdos internacionales y el diálogo. Elevar la apuesta de fuego sólo complicará aún más las cosas.

La diplomacia

Israel y Palestina están condenados a entenderse por el bien de sus ciudadanos. Ambos pierden legitimidad cuando recurren a la violencia para imponer su posición en el conflicto. Por eso hoy es tan importante la diplomacia.

Estados Unidos ha tenido y sigue teniendo voz autorizada en la región. Es el momento de que la Administración Biden actúe y esté a la altura de las circunstancias. De la misma forma, haría bien la UE en intentar canalizar el alto el fuego, como ya ha hecho en otras ocasiones. Pero lo que está claro es que ahora hay que actuar de forma rápida. Después habrá que intentar sentar las bases para una paz duradera que no será fácil, porque supondrá cambios de calado en el actual panorama.