El Gobierno ha comunicado a Bruselas su Plan Presupuestario a apenas tres semanas de las elecciones generales, de una forma similar a como ya hizo con el llamado Plan de Estabilidad en las vísperas de la cita electoral de abril. El Ejecutivo ha optado por obviar los indicadores de desaceleración y por rebajar en sólo una décima (2,1%) las previsiones. Y lo ha hecho justo en un día en el que el FMI ha reducido el crecimiento de la economía española hasta un 1,8% para 2020.

Las expectativas del Gobierno parecen excesivamente optimistas ante el ralentí mundial. Todos los indicadores vienen señalando, además, que el crecimiento del PIB está ya por debajo del 2%. Bien es verdad que, en comparación con otros países de la eurozona, nuestra economía aún sigue creciendo por encima de la media.

Estabilidad política

El Ejecutivo juega con la idea de que la Economía no es una ciencia exacta y, a menos de un mes de las elecciones, su estrategia es clara: lanzar mensajes positivos sobre las cuentas para generar expectativas y no desalentar a los inversores.

En ese empeño están volcadas tanto la titular de Economía, Nadia Calviño, como la ministra de Hacienda, María Jesús Montero. Ambas tratan de poner sordina a los  indicadores negativos, mientras que el Banco de España exige estabilidad política y el BCE, más reformas estructurales y eficacia en políticas fiscales. 

Tormenta perfecta

Mal hace el Gobierno cuando trata de edulcorar la realidad económica. El precedente más cercano lo tenemos en 2009, cuando, al comienzo de la crisis, José Luis Rodríguez Zapatero y el superministro Solbes generaron la ilusión de que había  motivos para la recuperación: los famosos "brotes verdes". Nueve años después, el propio Pedro Solbes reconoció públicamente el error de no haber podido detectar a tiempo la fuerte recesión. Y entonces, España ni estaba en funciones ni en plena precampaña.

Los errores en materia económica los acaba pagando el ciudadano, y ocultar la realidad impide acometer las medidas que deberían prepararnos para otra tormenta perfecta, con una guerra comercial entre Estados Unidos y China, los aranceles de Trump a los productos europeos, la salida del Reino Unido de la UE y una UE que apenas ha aplicado un 5% de las recetas a las que insta el BCE.