Que un hombre sea mortalmente golpeado a traición con una barra de hierro por vestir unos tirantes con la bandera de su país constituye un crimen tan atroz e incomprensible como escalofriante. Y que algo así pase en España y la reacción de algunos políticos y medios se haya limitado a una condena tímida y al relato abúlico del suceso resulta además muy preocupante.

El caso de la muerte de Víctor Laínez (59) a manos del activista okupa y militante antifascista Rodrigo Lanza (33) se ciñe al guión deplorable de los crímenes de odio, en los que la intolerancia ideológica y la pulsión totalitaria sirven de pretexto y acicate a la crueldad homicida.

No tiene un pase que los mismos dirigentes que han respaldado manifestaciones en protesta por agresiones ultra en Valencia y Barcelona se pongan ahora de perfil y solventen el asunto con condenas generalizadas “a todo tipo de violencia”. Más aún cuando -llueve sobre mojado- el presunto autor del ataque es un energúmeno reincidente: ya fue condenado a siete años de cárcel en 2006 por dejar tetrapléjico a un guardia urbano.

El magma de este crimen

La condescendencia que algunos dirigentes de Podemos, IU, En Comú y otras marcas de izquierda han mostrado hacia las expresiones más intolerantes de sus simpatizantes más exaltados es el magma político que subyace en este crimen.

No se puede culpar a ninguno de estos partidos de alentar directamente el delito. Pero tampoco se puede obviar que cada vez que Iglesias, o Colau, o Monedero han abrazado a Bódalo -estando en prisión por agresiones-, o se han solidarizado con el anarquista Alfon -condenado por tenencia de un artefacto explosivo-, o han quitado hierro al intento de linchamiento de los guardias civiles de Alsasua, han dado pábulo a una legitimación de la violencia incompatible con la democracia.

Épica de la revolución y un abuelo golpista

Coquetear con la mística de la revolución por infantilismo, o por hacer proselitismo barato, puede parecer divertido y rentable políticamente, pero es también un juego muy peligroso. Tanto el líder de Podemos como la alcaldesa de Barcelona y el candidato de En Comú Podem, Xavier Domènech, apoyaron a la madre de Lanzas cuando ésta ayudó a sufragar un documental -Ciutat morta- para exculpar a su hijo tras salir de prisión. Algunos destacados periodistas también dieron cobertura a su versión.

Ahora sabemos también que esta señora es la hija de un golpista chileno y que -quizá tratando de redimir el pasado familiar- se convirtió en una activista de la izquierda radical y antisistema en que milita su hijo. En el caso Lanzas, parece evidente que las raíces del odio son fruto de un contexto no sólo personal y familiar sino también político.