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Fotograma de La joya de la familia.

Fotograma de La joya de la familia.

Columnas DESÓRDENES

Me gusta la Navidad, me gusta la familia, y me da igual que esto no tenga prestigio intelectual

Soy una clásica, lo admito. Me gusta ver las familias de la gente en Instagram. Me gusta la familia. Me gusta que tras recorrer el chalado mundo nos espere un sofá suave en el que caernos muertos.

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A mí me gusta todo esto. Quiero decir que me gusta la Navidad y sus regueros.

Entiendo que esto no tiene mucho prestigio intelectual, o entiendo que no tiene ninguno, porque la modernidad premia a los cínicos, a los descreídos y a los pesimistas. Parecen más avispados. Seguramente lo sean. Me da igual.

A mí me conmueve el ancho misterio del diciembre de cada año que va desgajándose como una mandarina.

Preparo el cuerpo para el rito. Algo se está cocinando dentro de mí, algo hierve lentísimo y huele a las especias de cuando fui niña. La sensación permanente de que algo va a suceder se estrecha, se estrecha, se estrecha…

¿Viene de fuera? ¿Está ya dentro, en la entraña de la vida?

No hará daño. Pertenece a mí. ¿Es algo antiguo, es algo nuevo? ¿Quiero algo que ya sé, algo que una vez supe? El tiempo no importa.

Fotograma de 'La gran familia'.

Fotograma de 'La gran familia'.

Todo fue o todo está a punto de ser, la línea es finísima.

Es inevitable: estoy esperando algo. Hay algo que se acerca. Noto cómo se aproxima. Lo sé por mi imperceptible temblor. Se me mueven los vestidos en el armario y los libros en la mesa. Tengo tamborcillos dentro.

Lo escribió John Ashbery:

"En algún lugar, alguien está viajando furiosamente hacia ti, / a una velocidad increíble, viajando noche y día, / en medio de ventiscas y el calor del desierto, cruzando tormentas, / atravesando estrechos pasajes. / Pero, ¿sabrá él dónde encontrarte, / te reconocerá al verte, / te entregará lo que guarda para ti?".

Yo no sé de qué va esto. Irá de la esperanza. Es colosal, ya es inmensa.

¿Podrán encontrarse lo que amo y lo que aún no amo como dos coches en direcciones contrarias en medio de la noche? ¿Me explicarán algo sobre mí?

Uno está aguardando el sentido del mundo en esta fiesta triste. Está bien que esto sea así, que esta fiesta sea un poco triste, porque sólo así nos sentimos rotundamente humanos, pendulares entre el júbilo y la melancolía.

Soy una clásica, lo admito. Me gusta ver las familias de la gente en Instagram. Me gusta la familia. Me gusta que tras recorrer el chalado mundo, el mundo exigente y radiante, el mundo emocionante y cruel, nos espere un sofá suave en el que caernos muertos.

Me gustan los brazos pecosos de mi madre donde descanso de los malos. Me gusta que mis primeras amigas sepan cosas de mí que yo no recuerdo. Me gusta que seamos veinte en la mesa, que seamos buena gente: ruidosa, salvaje y sentimental. Me gusta comer huevo con patatas y cebolla el día de navidad.

Me gustan mis primas, tan guapas, tan listas, tan derechonas. Me gusta mi primo Nico, que es un niño viejo y genial.

"¿Tú crees en dios?", le dije el otro día. "Ahora que soy torero, hay que creer". Y entrena en la plaza de toros de Málaga, jugando a ser José Tomás, mientras otro chiquillo hace de vaquilla sujetando dos cuernos que embisten el aire.

Me gusta que compremos un bingo para lubricar las noches familiares porque echamos de menos a mi abuela y todo está lleno de ella, porque creemos firmemente que si ella no nos sujeta nos caeremos al vacío, y a veces la extrañamos tanto aunque no lo mentemos que no sabemos siquiera si sabremos hablar con los otros, si podremos mantenernos unidos mientras el viejo imperio se tambalea.

Y por eso el bingo y por eso todo lo demás, inventos de la cohesión porque es inmensa la falta, porque tememos fragmentarnos como un continente agrietándose en el mar… con las piezas acá y allá… imposibles, qué sé yo, imposibles.

Me gusta desayunar con mi padre en la calle y verle ablandado por los años, y le quiero tan terriblemente que siempre me dan ganas de llorar y miro por la ventana para que no me vea.

Todo es así, cada año, nuestro teatro irredento, nuestra sensación de víspera: merece la pena volver a casa, merece la pena tener casa, merece la pena defender la casa.

Feliz Navidad a todos. Disfruten de los suyos, abrácenles fuerte. Yo les mando también mi abrazo.