Uno de los dos leones en la fachada del Congreso de los Diputados.

Uno de los dos leones en la fachada del Congreso de los Diputados.

Columnas LA MALA REPUTACIÓN

¿Por qué no le cambian el nombre a "Congreso de los imputados"?

La lengua es democrática en el sentido más puro: manda quien la habla, no quien pretende imponerla. Y por más que intenten cambiarlo, el españolito todavía sabe pronunciar la palabra corrupto.

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Lo que le molesta a la izquierda no es que el Congreso sea de los Diputados, sino esa rima que se empeñan en que a la gente se le venga a la cabeza cada vez con más facilidad. Esa ironía mordaz, tan nuestra de las épocas decadentes, siglo de latón de nuestras letras patrias, que dice que aquello es el Congreso de los imputados más que de los diputados.

La RAE ha muerto.

Si la RAE tuviera pulso, vida, aliento, arrojo, si la Academia no fuera ese lugar en el que no está Luis Alberto de Cuenca (la retrató Romanones cuando dijo aquello de "¡vaya tropa, joder!"), hoy muy temprano habrían amanecido los señores académicos acampando delante del Congreso de los Diputados exigiendo que, ya que no se respetan las instituciones en España, al menos no se mancille el español.

E incluso se batirían en duelo (si se requiere) contra el parlamentario que defienda lo contrario por el honor de la lengua de Cervantes, de Lorca, de la Pardo Bazán. Porque para otra cosa que no sea esa, la Academia, en pleno siglo XXI, ya no tiene valor.

La dignidad, otra institución desprestigiada en España.

Se apruebe o no apruebe esta última ocurrencia que alejará al país del fascismo y lo convertirá en ecorresiliente y transnacional, sin lugar a dudas, la Academia tenía ahí la única campaña de marketing que puede salvarla del olvido en el que vive desde hace tiempo.

Porque el castellano no necesita a la Academia. En cambio, la Academia sí necesita este idioma nuestro con seiscientos millones de accionistas por el que, por lo visto, no están dispuestos ni a trabajar, no hablemos de morir.

La lengua es soberana, democrática en el sentido más puro: manda quien la habla y no quien pretende imponerla.

Y por más que lo intenten, por más decretos y reales decretos-leyes que aprueben, el español seguirá riéndose de los políticos que lo tratan como si fuera una rotonda que inaugurar en periodo electoral para desviar la atención de todo lo que de verdad importa. Que es que el españolito todavía sabe pronunciar la palabra corrupto.

Y cada vez se le va menos de la boca y de la cabeza.

Sabe pronunciar también la palabra prostitución, sobrina, acompañada de "con nuestros impuestos". Y también prisión sin fianza, escándalo, ladrón, presunto, Cerdán, Ábalos, Koldo o Montoro.

Por eso, que deje de ser de los Diputados o no, no es más que otra cortina de humo de Moncloa para disimular las vergüenzas del emperador que va desnudo. Que a Pedro Sánchez se le vería hasta el alma si no la hubiese vendido en almoneda ya toda desde que entró en política.

El idioma da dignidad. Pero incluso aunque legislasen para asaltar el diccionario español como asaltaron Telefónica, y prohibieran todos los términos que llevan dejando en evidencia al poder desde Quevedo, no podrían cambiar el hecho de lo que están haciendo.

Porque España ya no se entiende ni a sí misma, pero sigue hablando en español y más correcto que el que chapurrean la mitad de sus señorías. Como esos diputados nacionalistas que exigieron traductores en el Congreso y en los pasillos hablan entre ellos en español.

Porque el castellano es como la gravedad, nadie escapa de él se pongan como se pongan.

Da igual que sea Congreso de los Diputados, Congreso a secas o lupanar.

Si la Cámara Baja y sus señorías se respetasen a sí mismas (ya no hablo de la institución que les paga el sueldo, porque los ciudadanos así lo consienten), irían con corbata cada semana y expulsarían a patadas al diputado (nacionalista o no) que se le ocurra volver a poner los pies sobre el escaño. Que no es más que esa concepción de superioridad de clase, que ha adquirido el político medio, de ponerle los pies sobre la espalda a todo el que vive aquí.