Infidelidad viral en el concierto de Coldplay.
La infidelidad en los tiempos de la 'kiss cam'
La kiss cam no es más que el síntoma de una época que confunde exhibicionismo con autenticidad, y que revela el fetiche contemporáneo por la transparencia absoluta y la exhibición pública.
Corren tiempos difíciles para los donjuanes. En esta era de hipervigilancia y meme, no hay mayor castigo que el que reciben los que quieren esconderse.
Que se lo digan al CEO que ha sido sorprendido en una actitud más que cariñosa con una mujer que no era su mujer por culpa de una indiscreta kiss cam del concierto de Coldplay.
No deja de ser una metáfora maravillosa de la posmodernidad que un artefacto creado con el objetivo de caramelizar al público haya acabado destrozando la reputación de un directivo de la industria tecnológica.
Puede que uno piense que es justicia poética. Al fin y al cabo, es poco elegante, como mínimo, ser el CEO de una empresa conocida, tener tu perfil de redes sociales inundado de fotos de tu familia y dedicarte a hacer el Titanic con tu amante en un concierto masivo de Coldplay en un estadio con capacidad para 65.000 personas.
Intimidad no buscaban, eso seguro.
😱 Pillan a dos personas siendo infiel a sus parejas en pleno concierto de Coldplay
— EL ESPAÑOL (@elespanolcom) July 17, 2025
Los protagonistas son Andy Byron, el CEO de Astronomer y la directora de Recursos Humanos de su empresa, Kristin Cabot pic.twitter.com/50YP7ZoiVu
Ya decía el poeta Paul Géraldy que "en el amor no hay crímenes ni delitos, sólo falta de buen gusto". Pero no es menos cierto también que las kiss cam tienen un punto paleto.
Y no por su potencial espía, que también, sino por su cursilería y porque son un auténtico atentado contra la sensibilidad estética.
Poner una cámara específicamente diseñada para captar o animar las demostraciones públicas de afecto entre las parejas es una vulgaridad y una horterada. Todo lo que busque transformar intimidad en ostentación es una banal ocurrencia que deja claro que el sentido común no pasó por ahí.
La kiss cam es la banalización absoluta de la imagen. Lo mismo da que te pille con el dedo en la nariz o rascándose lo que sea que en brazos de una que no es tu mujer. Todo merece ser colocado en pantalla y jaleado por el público.
Así que sería ideal que este escándalo fuera el final de la kiss cam. Un final épico, por otro lado: la kiss cam muriendo por su propia mano. Un harakiri mucho más digno que la vida que ha vivido.
Pero no sé si podemos soñar con tanto. Si a algo parece apuntar el entusiasmo con el que ha sido acogido esta crisis, es a que gozaremos de kiss cam durante mucho tiempo más todavía.
Era de esperar. Al fin y al cabo, revela ese curioso fetiche contemporáneo por la transparencia absoluta, esa invitación constante a la exhibición pública y a convertir a cada persona en protagonista de un reality.
La kiss cam no es más que el síntoma de una época que confunde exhibicionismo con autenticidad, y transparencia con honestidad. Vivimos atrapados en un escaparate en el que la reputación se maneja como un péndulo entre la admiración y el escarnio público.
En ese vaivén, el pobre donjuán del siglo XXI pierde todo su encanto.
Ya lo define magníficamente Marta D. Riezu en Agua y jabón. Apuntes sobre elegancia involuntaria:
"El infierno es un lugar donde todo es moderno, atractivo, fácil y entretenido".
Creo que hay al menos un CEO ahora mismo que podría firmar estas palabras.