Pedro J. Ramírez, director de EL ESPAÑOL, con Puri Beltrán.

Pedro J. Ramírez, director de EL ESPAÑOL, con Puri Beltrán. Rodrigo Mínguez

Columnas EL PANDEMONIUM

Pedro J. Ramírez, 45 años como capitán y comandante contra la Acheron del populismo

No hay evento en el que se reúna una parte representativa de la profesión y en el que alguien no me pregunte, en uno u otro momento de la noche, cómo es trabajar con Pedro J. "Intenso", respondo yo.

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Es muy probable que Pedro J. Ramírez sea perfectamente consciente de su papel en la historia del periodismo español de los últimos cuarenta y cinco años, una cifra no por casualidad casi idéntica a la edad de nuestra democracia (cuarenta y siete).

Pero quizá no tanto de su papel en las vidas de los periodistas que han trabajado bajo su dirección en alguno de sus diarios.

Cuando Pedro J. me fichó para escribir una columna semanal en EL ESPAÑOL, allá por otoño de 2015, un amigo, un periodista catalán que nunca había trabajado con él, pero que se conocía al dedillo todas las epopeyas y leyendas que se cuentan sobre su vida, me dijo: "¡Ten mucho ojo, Cristian! ¡Pedro J. te sube al Ferrari, lo pone a 300 km/h, y un día abre la puerta del coche y te tira de él en marcha!".

En aquel momento, la perspectiva de subirme a un Ferrari a 300 km/h me pareció más atractiva que la de salir rodando de él algún día indeterminado del futuro. Como decía mi abuela murciana, "ya cruzaré ese río cuando llegue a él".

Así que acepté la oferta.

A día de hoy, no sólo no me ha tirado del Ferrari, sino que sigo siendo el jefe de Opinión de EL ESPAÑOL, una de esas secciones extrañas del diario que encierran tantas ventajas como trampas ocultas.

Pedro J. Ramírez, presidente ejecutivo y director de EL ESPAÑOL,  y José Luis Martínez-Almeida, alcalde de Madrid.

Pedro J. Ramírez, presidente ejecutivo y director de EL ESPAÑOL, y José Luis Martínez-Almeida, alcalde de Madrid. Cristina Villarino

Las influencias intelectuales de Pedro J. Ramírez son una rara (en el sentido de infrecuente) mezcla de afrancesamiento y anglofilia. Ese es uno de los detalles que primero salta a la vista cuando trabajas con él.

Por lo general, un español es afrancesado o anglófilo. Del Viejo Mundo o del Nuevo. Algo que se nota incluso en su manera de escribir. O apelmazada y rococó, o clara y telegráfica. El columnismo español es afrancesado y sólo muy raramente (muy, muy raramente) anglófilo.

Yo, por ejemplo, soy casi al 100% anglófilo, lo que el lector habrá descubierto ya por sí solo al ver que describo la anglofilia en términos más halagadores que los que le dedico al afrancesamiento.

Pedro J., que dio clases de Literatura española contemporánea en el Lebanon Valley College de Pensilvania en 1973 y 1974, pero que es también el mayor estudioso en lengua española de la Revolución francesa, es una amalgama de ambas influencias.

Algo que se nota no sólo en su manera de escribir, sino también de dirigir el diario.

A ello habría que sumar su admiración por el italiano Indro Montanelli. También periodista e historiador, como él.

Pero dejémoslo en "anglófilo los días pares y afrancesado los impares".

Explico esto porque es importante. No hay evento periodístico en el que se reúna una parte representativa de la profesión y en el que no se me pregunte, en uno u otro momento de la noche, cómo es trabajar con Pedro J.

Yo siempre respondo lo mismo. "Intenso".

Con él, uno ha de tener siempre un pie en el Viejo Mundo y otro en el Nuevo. Aunque nunca sabes cuándo toca el uno y cuándo el otro. Eso sólo lo sabe él.

Si la conversación en los mencionados eventos periodísticos se alarga, añado que trabajar con Pedro J. es como formar parte de la tripulación de la fragata británica HMS Surprise.

La HMS Surprise es uno de los tres protagonistas de Master & Commander, la película de Peter Weir basada en las novelas sobre la Marina Real Británica del escritor británico Patrick O´Brian.

La HMS Surprise es en realidad una metáfora de Gran Bretaña.

Pero en este artículo, la HMS Surprise es una metáfora del periodismo.

Pero también de esa ideología singularmente española que podríamos llamar transicionismo y que no es ni conservadurismo, ni liberalismo, ni socialismo, sino un cruce de caminos a la misma exacta distancia de todos ellos.

La HMS Surprise es, finalmente, todos y cada uno de los diarios que ha dirigido Pedro J. Ramírez. Diarios que no son más que las variaciones Goldberg de una composición original única.

Porque todos los diarios que ha dirigido Pedro J. son, en el fondo, el mismo: "El diario de Pedro J.".

El segundo protagonista de Master & Commander es el capitán de la HMS Surprise, Jack Aubrey. Un personaje inspirado en la vida de Lord Cochrane, que ha pasado a la historia de la Marina Real como uno de los capitanes más audaces de las guerras revolucionarias francesas.

Jack Aubrey simboliza en Master & Commander el liderazgo frente a la adversidad. Aubrey es un líder militar, pero también un hombre de cultura que ama la música y admira la ciencia. Aubrey es la legitimidad del liderazgo que uno se gana con sus acciones, no sólo por obediencia debida.

Jack Aubrey es, en esta columna, Pedro J. Ramírez.

El tercer protagonista de la película es el doctor Stephen Maturin. Un hombre de ciencia, naturalista y botánico, y el contrapunto filosófico y humanista frente a la brutalidad de una guerra inescapable, pero también necesaria. Maturin equilibra la naturaleza marcial de Jack Aubrey, y simboliza el diálogo entre la razón y la acción, entre el individuo y la colectividad, entre el idealismo y el realismo.

Maturin nos creemos todos los que hemos trabajado alguna vez con Pedro J. Sobre todo por esa enseñanza, tan pedrojotista, que dice que en todo diario tiene que haber espacio siempre para el iconoclasta y el libertario. Para el que va por libre y choca, sin descuajeringar del todo el invento, la disciplina marcial de un buque de guerra periodístico como EL ESPAÑOL.

Cuando, por volver a esos eventos periodísticos de los que hablaba antes, te topas con un veterano de las guerras pedrojotistas del pasado, léase un Pedro G. Cuartango, una Lucía Méndez o un Esteban Urreiztieta, el subtexto es siempre el mismo: "No se me emocione, joven, porque el verdadero Maturin soy yo; usted es sólo el invitado que ha llegado tarde a la fiesta".

Porque, claro, todos creemos ser ese Maturin iconoclasta ilustrado y librepensador.

Librepensador pero consciente, en el fondo, de su rol como elemento (¡imprescindible!) de un engranaje superior

En realidad, Maturin también es Pedro J. 

Hay un cuarto protagonista de Master & Commander. El buque corsario francés Acheron.

El Acheron simboliza el desafío tecnológico (es superior en tamaño, armamento y diseño a la HMS Surprise) y, por tanto, el desafío de lo desconocido. La Acheron, misteriosa, legendaria, amenazante y retadora, representa la brutalidad del cambio tecnológico y social.

La Acheron es la violencia.

La Acheron es, también, el incentivo que necesita Aubrey para enfrentarse, con medios inferiores, recurriendo a su ingenio y a su valentía, a un enemigo formidable y muy superior.

La Acheron es, en esta columna, el populismo. La muerte de la Transición y la llegada al escenario de una nueva cultura política y social que amenaza con arrasar las certezas del pasado: el diálogo, la concordia, las buenas maneras, el compromiso entre contrarios.

Como en Master & Commander, trabajar en EL ESPAÑOL a las órdenes de Pedro J. Ramírez implica plantearse en algún momento cuáles son las posibilidades reales de victoria frente a la Acheron.

Implica preguntarse por el sentido de la resistencia, tan necesaria como romántica, tan melancólica como idealista, frente a la fuerza de un populismo que empieza a revelarse ya no tanto como un tumor temporal de la democracia, sino como el primer balbuceo de un nuevo paradigma político. Un paradigma mucho más peligroso, amenazante e inquietante.

Pero, sobre todo, en sintonía con su época y con los ciudadanos del siglo XXI. Nos guste o no nos guste. 

Por eso, cuando el populismo parece haber sido derrotado tras la publicación de alguna exclusiva de Jorge Calabrés, Alberto D. Prieto o María Peral, pero lo veo resurgir de sus cenizas con alguna artimaña tramposa, aunque innegablemente ingeniosa y desvergonzada, yo sólo tengo que asomarme desde mi mesa para ver al capitán Jack Aubrey y al doctor Maturin, que son los dos Pedro J. Ramírez, tocando en su despacho Música nocturna de las calles de Madrid de Luigi Boccherini mientras Mario Díaz, Arturo Criado y Vicente Ferrer gritan zafarrancho de combate y la fragata de EL ESPAÑOL carga los cañones de nuevo para perseguir a toda vela la Acheron del populismo.