Un momento de la misa Pro Eligendo Pontifice, que ha oficiado el decano del colegio cardenalicio, Giovanni Battista Re.

Un momento de la misa Pro Eligendo Pontifice, que ha oficiado el decano del colegio cardenalicio, Giovanni Battista Re. EFE

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No 'habemus Papam', pero ya sabemos lo que quieren los cardenales (y lo que no)

El cardenal Re ha sido claro: unidad no significa uniformidad, pero la diversidad sólo tiene cabida siempre y cuando mantenga su fidelidad al Evangelio.

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Como era previsible, la sede vaticana sigue vacante. Si Jesús estuvo tres años instruyendo a sus apóstoles (y aun así uno de ellos acabó traicionándolo), no va a necesitar la Iglesia Católica al menos unas horitas para decidir quién debe ocupar la silla de Pedro.

La fumata negra avisa de que esta peculiarísima reunión de recursos humanos seguirá en marcha al menos hasta mañana. Porque es innegable que si hay algo que se le da bien a la Iglesia Católica es la liturgia. Imagínese lo que habríamos perdido si en esos afanes que tienen algunos por traer vientos de modernidad a la institución hubiesen sustituido el humo significante por la pantalla táctil o las papeletas con caligrafía disimulada por el voto telemático.

Pero, aunque la humareda oscura nos diga que todavía no se han alcanzado los ochenta y nueve votos necesarios para asegurar la sucesión petrina, en este tiempo han sucedido muchas cosas.

Un cardenal durante la misa Pro Eligendo Pontifice.

Un cardenal durante la misa Pro Eligendo Pontifice. EFE

De hecho, a pesar de su obligación de silencio, ya sabemos a quién buscan los electores.

El cónclave no empieza cuando se cierran las puertas de la Capilla Sixtina, encerrando en el misterio a los cardenales. Los cónclaves comienzan a las 10:00 de la mañana con la Santa Misa Pro Eligendo Pontífice, en cuyas homilías se esbozan sutilmente el perfil del Papa que se busca.

La de este año ha sido presidida por el cardenal decano, Giovanni Battista Re.

Y en esa homilía es donde nos han dejado un rastro de miguitas de pan que podemos seguir para saber qué hay en las cabezas de los cardenales.

Primer aviso: el Papa Francisco no ha sido nombrado ni una sola vez. En la homilía del Cónclave que lo eligió en 2013 sí fue citado en más de una ocasión su antecesor, Benedicto XVI. Lo cierto es que Benedicto no había muerto y eso es un matiz importante.

Sí han sido citados por el cardenal Re Pablo VI y San Juan Pablo II, el primero para recordar su llamada a construir la “civilización del amor” y el segundo para reivindicar la responsabilidad que pesa sobre los hombros de los cardenales en este momento crucial de la Iglesia.

No creo que sea coincidencia que ambos pontífices fueran defensores de la moral y la doctrina católica a contracorriente de los tiempos. Y que ambos fueran canonizados por el propio Francisco.

Que Francisco no haya sido nombrado no significa que su presencia no se haya hecho notar. La primera parte de la homilía del cardenal Re ha sido una auténtica loa a su legado. Cuando Re habla de la necesidad de un pastor que imite la conducta de Cristo, que se abajó a prestar servicio a todos sin discriminar a nadie y sin excluir ni siquiera al traidor de Judas, está aludiendo a ese “todos, todos, todos” proclamado por Francisco.

Es decir, se busca a un Papa que sea capaz de continuar con el mensaje de Francisco sobre la misericordia, con ese recordatorio a los católicos de que están llamados a servir a todos y que su misión es ir a buscar a las ovejas perdidas y no quedarse peinando y poniéndole lazos a la que se ha quedado en el redil.

Pero también se busca a un papa capaz, no de mantener la unidad de la Iglesia, sino de recuperarla. Re ha sido claro: unidad no significa uniformidad, pero la diversidad sólo tiene cabida siempre y cuando mantenga su fidelidad al Evangelio.

Es decir, un pontífice con una capacidad de transmitir una claridad doctrinal mayor que la que tuvo Francisco.

¿Quizá un cardenal periférico, curtido en la actividad pastoral, pero también acostumbrado y obligado a defender las enseñanzas de una Iglesia en minoría? Aunque muchos miran a Asia y África por aquello de la novedad, ¿podría ser, quizá, el momento de un nórdico ecuménico?

En cualquier caso, quizá lo más significativo se ha ocultado en unas pocas frases al final de la homilía del cardenal decano, en las que se ha revelado cómo se ve la Iglesia a sí misma en 2025.

En 2013, el Papa Francisco heredó una Iglesia herida por la crisis de los abusos sexuales y con fama de obsesionada por el poder, así que aquel Cónclave busco un pontífice que pusiera la caridad por delante.

“En el ámbito de este servicio de amor a la Iglesia y a la humanidad entera, los últimos Pontífices también han sido artífices de muchas iniciativas benéficas en favor de los pueblos y la comunidad internacional, promoviendo sin cesar la justicia y la paz. Rogamos para que el futuro Papa pueda continuar esta incesante obra a nivel mundial”, pedía el cardenal Angelo Solano en la homilía de hace doce años.

Así se percibía la Iglesia en aquel momento. Hoy, el cardenal Re ha suplicado a Dios que “conceda a la Iglesia el Papa que mejor sepa despertar las conciencias de todos y las fuerzas morales y espirituales en la sociedad actual”.

Hay aquí un énfasis en una Iglesia como faro de la verdad, más similar al del pontificado de Benedicto XVI.

No sólo eso, sino que Re ha asegurado que “el mundo de hoy espera mucho de la Iglesia”.

Quizá estemos asistiendo a la inauguración de nueva era para la institución que ha pasado los últimos años lamiéndose las heridas y buscando cuál era su sitio en un mundo que la acusaba de no tener nada relevante qué decir.

Ahora resurge convencida de que es custodia de un bien necesario para la humanidad.

Con todo esto en mente, los católicos desean que los cardenales actúen en conciencia. No en vano, las votaciones se realizan en la Capilla Sixtina, frente al Juicio Final de Miguel Ángel.

Mientras la mirada recorre en el fresco el destino de las almas que son separadas entre los justos y los condenados, el cardenal que vota pronuncia estas palabras: “Pongo por testigo a Cristo Señor, el cual me juzgará, de que doy mi voto a quien, en presencia de Dios, creo que debe ser elegido”.

La liturgia de la conciencia.