Cuando Twitter, la red social del ágora ateniense, degeneró en X, la red de arrastre de fascistas, el puritanismo cogitante comenzó a migrar a plataformas más amables como BlueSky, Instagram o TikTok, aún libres de la férula ultraderechista de la "tecnocasta" combatida por el presidente del Gobierno.
Pero con la investidura de Donald Trump, el ambiente se ha enrarecido definitivamente hasta hacerse irrespirable para quienes, de nuevo Sánchez dixit, "dicen la Verdad". Antes siquiera de que el presidente estadounidense haya iniciado las deportaciones, se ha reanudado con más fuerza la diáspora de izquierdistas hacia los feudos digitales a salvo del algoritmo reaccionario.
El sedicente saludo romano de Elon Musk fue la gota que colmó el vaso democrático de la vicepresidenta segunda, que se llevó de X consigo a los cuatro correligionarios de Sumar que quedan. "Ha sido una imagen muy dura que me ha hecho tomar una decisión que llevo meditando varios meses", reza el epitafio tuitero de Yolanda Díaz.

El gesto de Elon Musk durante la fiesta posterior a la toma de posesión de Trump el lunes, y que muchos han comparado con el saludo nazi. Reuters
En realidad, la conclusión de que Elon Musk es nazi no habría necesitado de cinco meses de reflexión, porque ya estaba tomada de inicio. El aspaviento del magnate hace las veces de pretexto para apuntalar el sesgo de confirmación de quienes llevan años alertando de que preparar una parrillada, quemar diésel o reírse con los chistes de Pablo Motos le equipara a uno a Mussolini.
Pero como casi cualquier episodio político, la hiperventilación de la progretura con las frikadas de los tecnolibertarios no es tanto una anécdota como un síntoma. Recuerda que el pensamiento oficialista está genéticamente incapacitado para conceptualizar el fenómeno del populismo nacional-conservador de otro modo que no sea la reductio ad Hitlerum.
El asunto va más allá de la impostura estratégica. Realmente la configuración mental progresista no está pertrechada para dar cuenta de aquello que acaudilla Trump: la insurrección del hombre común contra el pensamiento de la emancipación.
Este universalismo hijo de la Ilustración entiende que la razón puede descubrir verdades morales incontrovertibles, y que cabe moldear la sociedad para realizar estos ideales, erradicando los vestigios irracionales (como la nación, la religión o la tradición). Desde las coordenadas del racionalismo político, es razonable que la izquierda no pueda ver en la reelección de Trump otra cosa que la expresión de la estulticia o la maldad.
Porque rechazar el ideario de los derechos, la inclusión, la igualdad y la diversidad sólo puede explicarse como una muestra de ignorancia. Al desacreditar la experiencia del sentido común como fuente de conocimiento político, el progresista no puede ver en la reticencia a las verdades universales de la emancipación otra cosa que una insuficiencia, y a sus detractores como unos tarados.
O fascismo o democracia. Adiós. https://t.co/luwYcPg2BE pic.twitter.com/JCcf5uepAt
— Sumar (@sumar) January 21, 2025
Es decir, si la población se opone a la inmigración masiva o a las políticas ecologistas no es por la experiencia que dicta su sentido común, sino porque están engañados por una ideología racista o "negacionista". Y es que no hay diálogo posible con quienes contradicen la marcha del progreso. Los epítetos denigratorios que la izquierda dirige a los neoderechistas son indicativos de esta excomunión de la sociedad pluralista de los apóstatas de la fe en el progreso indefinido.
Ha sido la filósofa Chantal Delsol quien mejor ha explicado el proceso mental que lleva al progresista a considerar una amenaza a la democracia los movimientos de "arraigo en lo particular". Al saberse situada de lado de los avances sociales, la ideología moderna de la globalización y la liberalización de las costumbres concibe a los impugnadores de la racionalización social como idiotas en su doble sentido: el de egoístas antipolíticos y el de estúpidos.
Y de ahí toda su cantinela sobre la "desinformación" y las fake news amplificadas por redes como las de Musk. No puede haber perspectivas diferentes a la Verdad, por lo que habrá que buscar la causa del triunfo del nacionalpopulismo en el engaño de las masas a cargo de demagogos que excitan sus pasiones violentas.
El problema es que, ensimismada en las abstracciones de su doctrina, la élite iluminada va construyendo un mundo de pura virtualidad en el que, dice Delsol, triunfa el concepto sobre la vida.
El pensamiento globalista, emancipado de su contexto, desdeña las realidades cotidianas de la vida. Se abisma en una "barbarie reflexiva" (Vico) que, al desvincularse de los condicionantes fácticos, está inclinada a la innovación intelectual constante.
Y si algo han constatado las presidenciales de noviembre es el divorcio entre las clases gerenciales metropolitanas y cosmopolitas y el americano común. Un sondeo del Financial Times halló que, tras el acelerón insuflado en la última década a su reforma cultural identitaria, el Partido Democráta se ha escorado mucho más a la izquierda que el votante medio. Y las élites del partido ostentan postulados mucho más radicales que los de sus electores.
This is the dad that the left wanted you to think was “weird.” Make America Normal Again. pic.twitter.com/XbR1nrUVW1
— Patrick Deneen (@PatrickDeneen) January 21, 2025
Para ridiculizar al nuevo vicepresidente J.D. Vance, los demócratas explotaron el calificativo que el malogrado candidato Tim Walz le dedicó a su rival: "weird" (raro).
Pero hete aquí que lo que prueba el divorcio entre las élites intelectuales y el pueblo es que los auténticos raros son los progresistas. Coincide que Weird es también el acrónimo (W.E.I.R.D.) de Western, Educated, Industrialized, Rich and Democratic, un concepto empleado por la ciencia política para designar a la minoría Occidental, Educada, Industrializada, Rica y Democrática que ha regido las transformaciones de nuestras sociedades.
Es decir, la que ha sido repudiada por la mayoría de votantes estadounidenses. Una clase dada a la experimentación social que ha pensado históricamente que el elemento popular debía ser elevado al nivel de la conciencia política e instruido en las bondades de la revolución.
La mentalidad progresista se ha creído autorizada para imponer su radicalismo al resto de la sociedad, pero se ha encontrado con un mundo que se resiste a morir. Es contra este despotismo ilustrado tecnocrático-leninista contra el que EEUU y cada vez más naciones se levantan.
Trump habla para los que fueron dejados atrás, que para la izquierda son sólo rémoras necesitadas de actualización. Trump ha prestado oído no a los perdedores de la globalización, como se dice, sino a los perdedores del progreso.