Todo el mundo necesita algo por lo que dar la vida.
Lo dice Arthur Brooks, el mayor experto en felicidad de Harvard, que asegura que el ser humano debe ser capaz de responderse a la pregunta de "¿por qué estoy vivo y por qué estoy dispuesto a morir hoy?".
Futuro Vegetal, la organización que vandaliza museos y la casa de Messi para llamar la atención sobre el cambio climático (o eso dicen), se responde así a la pregunta de Brooks: "¿Quieres unirte a Futuro Vegetal? Lo que pedimos es que estés dispuesta a participar en la resistencia civil hasta el punto de ser detenida si fuera necesario. No hay nada más importante, está en juego nuestra supervivencia y la de las próximas generaciones".
Nada como un apocalipsis inminente para movilizar al personal. Que se lo pregunten a las sectas que convencían a sus adeptos para suicidarse en masa ante un inminente juicio final.
"Es necesario enfrentar al sistema y mostrar sus contradicciones, así como hacer todo lo que esté en nuestra mano para frenar una industria que nos mata. Las instituciones han fracasado. No tenemos alternativa", insisten desde Futuro Vegetal.
La inevitabilidad, la urgencia y el catastrofismo como motores de vida. Como dioses a los que entregar la juventud. Me pregunto qué diría Arthur Brooks sobre la calidad de esta felicidad.
"Actuamos para cambiar el mundo", dicen en la misma página web en la que afirman que todos estamos atravesados por un sistema de opresión y discriminación que nos hace replicar conductas machistas, clasistas, capacitistas, racistas y (mi favorita) especistas.
Cuesta mucho creer que pueda cambiar el mundo quien se odia a sí mismo. Cuidado. A ver si, de tanto querer dinamitar las estructuras que nos oprimen, pero que a la vez supuestamente nos atraviesan, vayamos a salir nosotros volando por los aires también.
Navegar por la web de Futuro Vegetal para encontrar alguna convicción que tenga un mínimo de sentido común es perderse en un mar de vaguedades que echan la culpa de todo a la empresa, a la ganadería, a las instituciones y a los ricos. Eso sí, todo en femenino.
Al final uno se encuentra con que este activismo medioambientalista es producto de un elitismo occidental que no tiene una verdadera causa que proteger, sino un enemigo que combatir: las democracias capitalistas. Las mismas que son las que más invierten en protección del medioambiente. Nada nuevo bajo el sol.
Después de pintar las paredes de la casa de Messi, los activistas se hicieron una foto con un cartel que reza: "Salva el planeta, cómete al rico". Qué poca elegancia y qué insulto a la inteligencia.
Me imagino que es más fácil grafitear las paredes de la vivienda vacía de un multimillonario que plantarse a las puertas de la embajada de China, país más contaminante del mundo, para denunciar su violación sistemática de la protección del medioambiente y de los derechos humanos.
Este tipo de activismo facilón es incapaz de construir nada, porque no ha heredado algo que merezca la pena. No ama el mundo en el que vive, así que es incapaz de convencer de que hay que luchar por preservarlo. Sólo se entrega al catastrofismo y pretende convertirnos a su causa mientras amenaza con destruir lo que queremos.
No intentes asegurarnos de que te importa el mundo en el que vives mientras maltratas cuadros de Goya. No es eficaz.
Sería sano que todos incorporáramos en nuestra conducta aquel principio rector de la práctica médica de "ante todo, no hagas daño". Si de verdad quieres transformar el mundo, empieza por no vandalizarlo.