No me gusta el estilo de Inés Hernand. Me resulta un personaje que se procura dicharachero y al poco se vuelve cargante, como el burro de Shrek. Dice mi amigo Dani Mediavilla que todos tendemos a la autoparodia. Es verdad, le digo, pero unos más que otros.

Inés Hernand en la cobertura de los Premios Goya.

Inés Hernand en la cobertura de los Premios Goya.

Me di cuenta de que no me interesaba su trabajo cuando era presentadora de Gen Playz y descubrí que no sabía escuchar, que su rollo era el incesante cacareo. En uno de sus debates me molestó que cortase e interrumpiese continuamente a la abolicionista Laura Rivas (a la que saludó con un "Laura Rivas, feminista radical, graduada en Filosofía y Ciencias Políticas, un máster en Periodismo... Hija, no has dejado de estudiar nunca, qué chapa, no sé cómo te cabe tanta info en la olla") para dar la palabra y echarle capotes a una chica regulacionista y actriz porno, llamada Canela Skin, que sólo decía imbecilidades yoístas (a ella la recibió con un "tienes unos dientes preciosos, gracias por estar aquí, mi santa"). En la charla sobre OnlyFans pasó igual. 

Digamos que me sienta como una patada en el ojo el desprecio público a la inteligencia.

Tampoco me puede parecer divertida alguien que usa con entusiasmo la expresión "zurrarse la sardina". Inés Hernand es un poco Arévalo: una reinterpretación con brillantina del mito que huele. Detecto la caspa en medio de toda esta presunta modernidad. Es joven y vieja al mismo tiempo. Juega con lo grotesco, se viene arriba en su desastre, se desparrama. Menos mal que es una mujer guapa y su cosa tosca y baratilla, en el contexto de su belleza, genera un efecto sorpresivo. Llega a ser fea y estoy convencida de que generaría rechazo global.

Esto no es naturalidad, no es frescura, es otra cosa. Es el elefante entrando a la cacharrería, es la pérdida de la sutileza, del doble sentido, del matiz. Es el histrión, el "miradme" (algo más, el "haré cualquier cosa para que sigáis mirando").

En su eructo en la alfombra roja de los Goya ya ni entro.

No hace media pregunta interesante. No puedo reírme con ella ni de ella. No veo ingenio ahí, no veo sagacidad, sólo veo una huida hacia adelante, una cosa verborreica, un dudoso don que consiste en decir en tiempo real lo que se te pasa por la cabeza. Sus análisis no tienen recorrido.

Tiene mi edad, pero su público es de una generación posterior a la que ella camela, peterpanesca, calcando su lenguaje. Yo diría que ese dato es elocuente.

El mamarracheo es un arte de alto nivel. Para ser mamarracha también hay que saber. 

Una está siempre a favor del gamberreo y de la agitación (qué vitriólicos y brillantes, en su día, los tipos de Caiga Quien Caiga), pero esto no tiene nada que ver con la transgresión, sino con la infantilización de la presunta rebeldía y con la mala calidad de un producto. 

Para ser la sociedad del espectáculo, el espectáculo está siendo lamentable. 

Esto lo piensa mucha gente de izquierdas y feminista, claro, pero parece que no es adecuado expresarlo porque el amor o el odio hacia Hernand se ha vuelto una literalidad ideológica, así de aburrido deviene este debate. Si eres zurdo debes quererla y si eres diestro, debes odiarla.

Esto es una estupidez, y, sobre todo, es mentira. La comunicadora es irritante para la mayoría de personas progresistas que conozco. Mis amigos gais, eso sí, la adoran en masa. Pues no sé. Algo tendrá el agua cuando la bendicen.

Yo pienso más bien que Hernand es una fábrica de crear fachas. Te polariza del tirón. Es un superpoder que tiene. 

La cosa es que todo es un poco verdad a la vez. La chica no me encanta, vale, pero nunca ha jugado a ser periodista. Su propuesta es otra.

Me gustan aún menos que ella los tarados que piden su cabeza a RTVE. Hay que estar muy amargado para exigir el despido de una trabajadora por cuatro memeces como las que ha dicho en la previa a los Goya. Sólo son flojas y un poco desubicadas, no peligrosas ni hirientes para nadie. Nada de esto es para tanto.

El consejito de RTVE, ahora súbitamente rebotado, bien que calla en ocasiones de verdad flagrantes. Que se revise eso primero, y después que asuma la responsabilidad de la cadena que sabía lo que contrataba. Me parece muy bajo explotar cuando conviene el rol que ella desempeña y después tirarla a los pies de los caballos

Hernand explica que es comunicadora y que entretiene para que se rían con ella o de ella. Yo no consigo ninguna de las dos cosas, y eso me deja siempre con el gesto un poco helado, llenándome de ese tipo de incomodidad que se cocina entre la ternura y el pudor ajeno. 

Estaba a punto de lanzarme a defenderla cuando he leído una de sus reacciones a la infame cacería que quería verla de patitas en la calle: "Aprovecho el tráfico en mi perfil en el día de hoy para pedir un donativo y contribuir en la ayuda humanitaria en la Franja de Gaza: https://unrwa.es. Estamos asistiendo a un genocidio en directo".

Me ha parecido de un oportunismo sonrojante. He entendido que su enorme ego le impide hacer la mínima autocrítica, la mínima lectura útil de lo sucedido.

En vez de aprender algo de todo esto, Hernand ha decidido lanzar ese tuit, como diciendo: "Chiques, estáis criticando a una buena persona como yo, ¿entendéis? Sois basura. Chusmilla. Yo no. Yo estoy por encima. Estoy pidiendo ayuda para Gaza. ¿En qué os convierte eso a vosotros y en qué me convierte a mí?".

Y voló por encima de los sucios de espíritu como una paloma de la paz o una miss intentando articular un discurso del estilo "que paren las guerras".

No se dio cuenta de que esa era, de lejos, la mayor frivolidad que había dicho en su vida. El más pernicioso uso de la desgracia ajena para salvar el propio culo. Nadie respeta menos a las víctimas que quien las usa para santificarse.

Es de una simpleza discursiva del estilo: "Yo soy pura y lúcida y sé de lo importante. Estoy pidiendo dinero para los desgraciados. Fijaos en ellos y no en mí: señalo el problema y me miráis el dedo. Imbéciles. Soy tan buena que no puedo ser culpable de nada. No aceptaré ninguna crítica, nada que resquebraje mi autoridad moral". 

Es lo mismo que cuando se muestra en contra de la participación de Israel en Eurovisión pero cobra muy calentito por promocionar el evento. El paneque le duele más que las muertes.

No sé, mi vida: todo no se puede. 

El verdadero activismo genera problemas. Te hace perder dinero, amigos, tiempo. Te aparta de los focos principales. Te condena a ciertos márgenes. Pero ella, qué sorpresa, no para de ganar. Eso demuestra su gran estafa. El presidente del Gobierno, en un delirante tuit que casi me hace meterme dos años debajo de la mesa, la llama "icono". Dilo, amorch... o algo de eso.

También se justifica Inés contando en la SER que "alrededor de su factura [de RTVE] giran seis salarios". Qué mona. Ya habla como los empresarios. No se puede ser más sistema