El ataque de Hamás contra las poblaciones israelíes cercanas a la Franja de Gaza, el 7 de octubre, ha sido un auténtico pogromo. O desde luego tiene muchos de sus elementos.

En la década pasada recorrí lugares del Holocausto en Europa del Este como Bikernieki, en Riga, o Babi Yar, en Kiev, y estudié los pogromos alentados por los nazis. Las informaciones e imágenes que llegan de Sderot y otras poblaciones israelíes encajan con el patrón. Veámoslo.

1. Civiles aterrorizados y masacrados (algunos sádicamente) en sus casas, en la calle, en sus coches, o en el festival rave por la paz, junto a Re'im, esencialmente por ser judíos.

2. Alegaciones de violencia sexual.

3. Casos de profanación de cuerpos de víctimas.

4. Exhibición y humillación pública de las víctimas y rehenes, muchos de ellos mujeres y niños. 

5. Todo lo anterior viralizado con fines propagandísticos, en este caso al servicio del islamismo pro-Hamás, como en su día la filmografía in situ nazi. Son imágenes similares, por ejemplo, a las del pogromo en Leópolis (Ucrania), en 1941.

Imágenes distópicas de una masacre con tintes medievales. Más bien, varias masacres. Al menos la de Sderot y la rave, donde 260 personas fueron asesinadas (solo ésta supera las víctimas de los atentados de París, en noviembre 2015).

Que muchas víctimas de la rave encajaran con el perfil pacifista y anti-ocupación israelí es, si acaso, indicativo. Los terroristas tienden a priorizar víctimas en sectores moderados y favorables al diálogo, pues les suele interesar la guerra total, no el compromiso político. Escribo estas líneas mientras Adam, amigo del espectro progresista de Tel Aviv, me cuenta cómo muchos amigos y conocidos han perdido seres queridos allí.

[Hablan las víctimas de la cacería de Hamás en Israel: "Han ido casa por casa matando familias"]

¿Masacre indiscriminada? ¡Qué va! Perfectamente discriminada: Hamás quería sobre todo matar civiles, los más posibles.

Ante hechos así, no hay peros que valgan. Uno puede ser partidario de la causa palestina, criticar la ocupación israelí de Cisjordania y sus violaciones de derechos humanos (en mi caso, lo combino con el derecho a Israel a defenderse, sus fronteras de 1967 —algunos querrían echarles al mar—, y la preocupación por su futuro democrático).

A la vez, se puede tener altura ética suficiente para valorar la absoluta individualidad de las masacres de Hamás del 7 de octubre y no caer en "peros". Ya criticaremos sin falta la respuesta israelí. Pero no hay "contexto" posible que justifique el 7 de octubre.

Es más, estas masacres no tienen nada o casi nada que ver con la ocupación, sino con el fanatismo calculador de Hamás. (No hace falta ser un experto para intuir el terrible golpe a la causa palestina y a ninguna solución diplomática). 

La respuesta de gran parte de la mal llamada "izquierda verdadera" y su espectro mediático y tuitero ha sido la previsible. A nadie debe sorprender vista su ambigua (en el mejor de los casos) reacción ante la invasión rusa de Ucrania. Ni sus clamorosos silencios ante la grotesca lista de crímenes de guerra y contra la humanidad cometidos por Rusia, a los que ahora un informe ONU añade el posible crimen de incitación al genocidio.

La reacción ha sido tan notoria que no hace falta ni describirla. Sí quiero destacar algunas conclusiones:

1. Twitter o "X" es mayormente un lodazal donde el discurso terrorista, totalitario y extremista campa a sus anchas, alentado por su dueño (merece artículo aparte). ¿Mejor sería irse? Quiero pensar que no es tan representativo de nuestras sociedades democráticas.

2. A menudo, los rótulos de "izquierda" (o derecha, piensen en los extremistas pro-Trump que son partidarios de golpes de Estado en su país) no significan nada. Ello se debe tanto a la decadencia de muchas de sus élites y referencias, como al empobrecimiento de sus cuadros.

Toda gran causa, tarde o temprano, se enfrenta a su decadencia, que suelen acelerar oportunistas, cínicos y, disculpen el lenguaje, pagafantas y bocachanclas. Así, que figuras que hacen de la lucha contra la violencia sexual su bandera declarada no condenen sin tapujos violencia sexual extrema en Israel (o en Ucrania), no debería sorprender. Tampoco sus contradicciones. Por ejemplo, que Ucrania siga luchando, es un "mal para la "paz"; la lucha violenta palestina, terrorismo incluido, es la "única salida".

3. Las grandes causas en sí les importan poco, pero sí la dialéctica. Es su razón de ser, abandonada ya la idea de convencer a una mayoría democrática. No dejemos que la realidad de Ucrania o Sderot nos arruine un buen tuit. 

4. En ese espectro hay una evidente bancarrota moral y falta de compasión. Es imposible tener compasión y amor al ser humano sin sublevarse ante el 7 de octubre (o Bucha, Mariúpol, etcétera). Esta falta de compasión —pues si es selectiva, no es compasión sincera— y empatía es propia de figuras que a veces rozan la apología política del terrorismo y se encuadran más bien en el protototalitarismo. 

En Pasado imperfecto, Tony Judt describe cómo a intelectuales de la talla de Sartre o Simone de Beauvoir les eran cuanto menos indiferentes los crímenes soviéticos (Sartre admiraba la violencia política como fin en sí misma). Esta anestesia moral era "como si una larga noche de invierno hubiera caído sobre el alma intelectual, envolviendo en ambigüedad cualquier evidencia directa de sufrimiento humano". Hoy vemos reproducidos estos marcos y mensajes vacuos con la invasión rusa de Ucrania o ahora con las masacres de Hamás.

Personalmente, echo de menos en España un mayor liderazgo político. Y más pedagogía sobre valores humanistas, universales, muy necesarios en tiempos como los actuales. Si la claridad moral no siempre es posible, a veces es imperativa, como con el pogromo y las masacres del 7 de octubre (o, en su día, el 11-S). Visto lo visto, en España nos hace bastante falta.