Lo he intentado sin éxito. Quería que este texto apareciera sin firmar o bajo el nombre de un pseudónimo. Un equivalente escrito a esos testimonios televisivos que vemos en silueta y oímos con voz distorsionada. Hay cosas que es difícil decir a cara descubierta y nombre revelado. Ninguna genera un rechazo social tan inmediato como la confesión de que se disfrutan las campañas electorales. Negaré haberlo escrito. Alegaré toda clase de trampas y manipulaciones para simular ser ese periodista hastiado de seguir mítines y debates, quejoso por la larga duración de estos periodos en los que se puede pedir el voto.

Pedro Sánchez, en Gijón, junto a Adrián Barbón.

Pedro Sánchez, en Gijón, junto a Adrián Barbón. EFE

La perversión puede retorcerse aún un poquito más. Sí, las autonómicas y municipales ocupan un lugar destacado en esta filia. Esa multiplicidad de escenarios y protagonistas. Ese bajar de la alta política al adoquín que falta en la calle de una pedanía.

Estos comicios son una trampa mortal para las extrapolaciones. Da igual, se siguen haciendo con alegría. Los partidos necesitan vender escenarios para el día después, en el que empieza la cuenta atrás para las generales.

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Sí, claro, a veces anticipan cambios en la Moncloa. Pero otras ocasiones ofrecen una imagen distorsionada. Se atribuye a Pedro Arriola el consejo de no interpretar como unas únicas elecciones lo que en realidad son más de 8.000 distintas. Tantas como municipios. El PSOE pareció iniciar la recuperación en 1999 gracias al declive de IU y Aznar ganó por mayoría absoluta en 2000. El PP ganó esa dudosa suma de votos en 2007 y volvió a perder ante Zapatero en 2008.

El empeño de Feijóo por convertir la cita con las urnas en un plebiscito sobre Pedro Sánchez tenía todos los visos de ser un error de principiante. Pero justo es reconocer que la primera mitad de la campaña no ha podido encajar mejor en ese esquema. La composición de las candidaturas de EH Bildu (que sólo concurre a las municipales vascas y navarras y a las regionales de la comunidad foral) ha puesto el foco, desde lo local, en el punto más débil del partido que lidera el gobierno estatal: su muy dudosa política de alianzas.

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El lunes que viene estaremos sacando conclusiones sobre otros asuntos de interés no menor. ¿Será verdad que aguanta Podemos, como empiezan a decir las encuestas? De ser así, ¿qué cambiaría en la futura composición de Sumar? ¿En qué momento real se encuentra Vox? ¿Le quedará a Ciudadanos algún margen de maniobra?

Para Pedro Sánchez, la cita tiene un punto casi morboso. En condiciones normales, un mal resultado dejaría vista para sentencia su etapa presidencial. Si las urnas apuntan a un vuelco, el marco de la vieja política no dejaría margen para revertirlo en los meses que nos separan de diciembre. Pero todavía no hemos terminado de volver. Seguimos en los coletazos de la etapa ciclotímica que empezó hace casi una década. De modo que sepa Dios los giros de guion que nos aguardan.

Pero pongámonos en la hipótesis de ese vuelco. La materialización vendría en la caída de Castilla-La Mancha, Aragón o Extremadura. Una, dos o las tres. Vaya hombre: Page, Lambán y Fernández Vara apeados de repente en la posible carrera por la sucesión. El bruxismo tornado en sonrisilla malévola. Quizá a él también le gusten las campañas electorales.