El caso de la agresión sexual de Badalona nos ha recordado que hay mucha gente empeñada en encontrar la solución antes que el problema. Es el tipo de gente que busca siempre la razón oculta, la causa más profunda y misteriosa, del comportamiento ajeno. Y que, al hacerlo, sólo logra encontrar el más superficial de sus propios prejuicios.

Así supimos enseguida que el aumento de las agresiones sexuales grupales entre adolescentes se debe al creciente consumo de pornografía entre los más jóvenes.

Y lo supimos mucho antes de saber si las agresiones sexuales habían aumentado o si esos jóvenes en particular eran consumidores habituales o esporádicos de pornografía, ni de qué tipo, ni si suelen en otras parcelas de su vida confundir tan rápido y tan mal la realidad y la ficción. 

Dos mossos d'esquadra en una foto de archivo.

Dos mossos d'esquadra en una foto de archivo. EFE

Tampoco sabemos si a ese hermano que amenaza de muerte a los chivatos le pasa lo mismo, por ejemplo, con los videojuegos (¿es que ya nadie piensa en los videojuegos violentos?) o con las pelis o series o incluso con los libros de mafiosos.

Tampoco sabemos qué tendrá la pornografía que produzca ese efecto imitativo tan espontáneo, tan irreflexivo, que no parece que produzcan otras ficciones y que no han producido, por ejemplo, los discursos biempensantes de la sociedad y de los profesores, ni el ejemplo de los más modositos y estudiantes de sus compañeros de clase o de su propia familia

Y no lo sabemos porque hay cosas que no sirven como solución y que por eso tampoco sirven como problema.

No puede ser problema que el mal exista, como creían los antiguos, y no puede ser problema que algunos jóvenes tengan impulsos violentos y sexuales que no saben o no pueden controlar, como creían los psicólogos. Y tampoco puede ser problema y tampoco sirve, por lo tanto, saber nada de la raza o la cultura de los agresores y de sus familias.

Y de allí el empeño político y mediático en mantenernos en la ignorancia sobre el contexto racial, social y cultural de los agresores y de sus familiares. Un empeño que sería noble y que sería justo si no fuese una simple excusa para proponer e imponer falsas e inútiles soluciones. 

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Uno podría aceptar, por ejemplo, que no se informe de la raza o de la cultura de los agresores si todo el discurso sobre el caso se limitase a recordar que, sea cual sea su raza y sea cual sea su cultura, al agresor sexual hay que apartarlo de la sociedad para evitar que reincida y hay que castigarlo para dar ejemplo.

Pero es inaceptable, en cambio, insistir en que hablar de la raza o la cultura es racismo o xenofobia mientras se insiste en culpar al hombre blanco y a la cultura cisheteropatriarcal y se defiende la necesidad, e incluso la urgencia, de emprender una profunda reforma de transvaloración de todos los valores de nuestra civilización, desde el parvulario hasta la cúpula directiva de bancos y multinacionales, para diseñar una nueva masculinidad en el laboratorio de algún think tank afín al gobierno.

Hay que sospechar siempre de la ignorancia impuesta y deliberada, y no es tampoco extraño que en este caso, como en el caso de los atentados de las Ramblas, por ejemplo, las primeras reacciones oficiales y oficialistas fuesen para excusar a los jóvenes de sus actos. Unos actos que en otro entorno, en otro contexto, en otra ciudad quizás, serían simplemente un crimen inexcusable.

Porque al miedo a parecer racistas se le suma aquí, cuando los agresores son, antes que nada, adolescentes, casi niños, el profundo prejuicio rousseauniano de que los niños nacen como pura inocencia y que es la sociedad de los adultos la que los pervierte.

De ahí que debamos exculpar a los jóvenes de sus crímenes y repartir las culpas entre todos los demás hombres de la sociedad. Y de ahí también las mil revoluciones pedagógicas consistentes en ir apartando al maestro, su autoridad y su intervención de la inocente y feliz vida de nuestros jovenzuelos.

Es un prejuicio evidentemente estúpido y peligroso que si se mantiene contra toda evidencia no es, como demuestran los hechos, porque permita proteger mejor la inocencia de los niños, sino porque permite culpar y controlar mejor a los adultos.