Asegura China que, tras darle un giro radical a su estrategia sanitaria, tiene la pandemia bajo control. Sin embargo, la opacidad de Pekín y la falta de información rigurosa sobre la ola de Covid que azota el país genera importantes dudas sobre lo que está sucediendo realmente en el gigante asiático.

Los hospitales chinos, colapsados.

Los hospitales chinos, colapsados. Reuters

Para irritación del presidente Xi Jinping, los países europeos exigen ya que los viajeros procedentes de China acrediten que no padecen la enfermedad. Algo que ha generado un choque diplomático de notable envergadura.

Hace sólo unas semanas, los ciudadanos chinos consiguieron, por vez primera desde hace décadas, que el Gobierno girara el timón. Sus protestas no tienen más precedente que las que se produjeron entre el 15 de abril y el 4 de junio de 1989 y que terminaron con tanques en la plaza de Tiananmen y los soldados del Ejército Rojo disparando contra aquellos que sólo pretendían saborear un poco de la libertad que tenemos en Occidente.

Los chinos, acostumbrados a obedecer y a preferir el bien común al particular, se rebelaron después de tantos años de autoritarismo. Y, esta vez sí, consiguieron doblegar a un Gobierno que nunca antes había cambiado de estrategia por la presión popular, independientemente del volumen que tuviera esta.

En esta ocasión, y para sorpresa de medio mundo, los ciudadanos han salido a la calle y han logrado lo que pedían. Que el Gobierno dejara de martirizar a la población con medidas asfixiantes que aspiraban a un Covid cero, poco más que una quimera, y que convertían la vida diaria en algo parecido a un infierno en todo el país.

Sin embargo, lo que ha provocado el súbito cambio de Xi ha sido un efecto bien diferente al esperado. Porque la gente está muriendo por la brusca apertura sanitaria. 

Y lo está haciendo en un número alarmante

En gran medida, por la escasa inmunización de la población mayor. Pero también por la pobre calidad de la misma, ya que la capacidad de la vacuna china es, cuando menos, dudosa. Además, la población fue vacunada hace ya demasiado tiempo, lo que disminuye aún más la eficacia de las defensas ante el nuevo coronavirus.

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La aparición de la subvariante XBB.1.5 en Estados Unidos, que arroja unos datos de contagio notablemente superiores a los de sus predecesoras, junto a esta súbita apertura de las fronteras chinas, invitan a pensar en un 2023 en el que la pandemia saldrá del estado más o menos estable en el que se encuentra hoy. 

La OMS estudia ya el nuevo sublinaje del coronavirus, que afecta a 29 países. Las consecuencias de la Kranen, como también se llama esta variante, no parecen peores que las de ómicron. Pero su mayor capacidad de contagio aumenta las posibilidades de que el virus mute y escape al control de las vacunas.

La nueva tragedia sanitaria, en una China que ha sufrido mucho durante estos últimos tres años, suscita incertidumbres de considerable tamaño respecto a cómo puede afectar al resto del mundo. 

Los chinos representan casi el 20% de la población mundial. Si la propagación del virus es la que nos cuentan los informadores internacionales, y no la que sostiene el Gobierno chino, existe la posibilidad de que, más pronto que tarde, el problema de una nueva variante que escape a las vacunas golpee con contundencia nuestro planeta.

El mundo no puede limitarse a contemplar el tsunami sanitario. Estamos obligados a hacer todo lo que podamos para evitarlo. Porque no queremos vivir 2020 otra vez.