Este texto va de cómo una asonada en el Perú a cargo de un majareta con sombrero de Speedy Gonzales retumbó de manera afortunada en la ciudad de Cádiz. Ya saben aquello del aleteo de la mariposa y el tornado. Un golpe de Estado en Perú, un golpe de suerte en Cádiz.

Así, el IX Congreso Internacional de la Lengua Española (una suerte de mundial de las palabras) se celebrará en Cádiz, en marzo de 2023, en vez de en Arequipa (Perú), tal y como estaba previsto, a causa de la inestabilidad política allí. Ya lo siento, don Mario, pero el Perú está bien jodido.

Pedro Castillo, en un discurso político durante la campaña electoral.

Pedro Castillo, en un discurso político durante la campaña electoral. Reuters

La capital gaditana, de hecho, aspiraba a acoger el Congreso en 2025, pero la buena nueva, por mor de una mala en el país andino, se adelantó. Fue el mismo día de la Lotería de Navidad, justo cinco minutos después de que los niños de San Ildefonso cantaran el último premio cuando cayó el gordo en Cádiz.

La Lotería que, por cierto, como las tandas de penaltis, las tapas, el toreo a pie o la Constitución se inventó en Cádiz en 1812, cómo no.

Millones de palabras que se repartieron en una ciudad que, aunque pobre, es rica en letras. "Se llevaron el oro y nos dejaron el oro", escribió Pablo Neruda en relación con el idioma español. Hay expresiones, ya saben, que valen más que un Potosí, más incluso que todo el oro del Perú.

Y si dicen que una imagen vale más que mil palabras, una palabra vale más que mil millones de euros.

Así es, tenía que ser La Tacita de Plata la anfitriona de la fiesta del español porque, como me dijo Felipe Benítez Reyes, "si hay una ciudad en España y en Europa que sea un puente con América, esa es Cádiz".

A menudo me acuerdo de aquello del Pericón que decía que en Cádiz se llegaba antes a tomar café a La Habana en el vapor que a Madrid en diligencia. O cuando iba el Beni paseando con el Cojo Peroche por la plaza de San Antonio y al pasar por la casa de Pemán leyeron una placa que decía: "Aquí vivió don José María Pemán". Y le dijo el Cojo al Beni:

‒Beni, cuando nosotros nos muramos, ¿qué pondrán en nuestro portal?

‒Se vende. Pondrá que se vende.

Esta ciudad, que es un enclave caribeño anclado a la Península, cogió un idioma apalancado y esclerótico, el castellano, y de tanto hablarlo y manosearlo lo resucitó (¡y le puso música!) exportándolo a América, en un viaje, como los cantes, de ida y vuelta: ahí nació el español.

Porque si hoy en Medellín, en La Guaira o en Santiago de Chile se habla un dialecto más próximo al andaluz (con el seseo) que a cualquier modalidad del castellano es porque los que se embarcaron en aquellos tiempos para allá fueron buscavidas y polizones de la Baja Andalucía y del sur de Badajoz, pobres como las ratas.

Contaba Carlos Cano, coautor de Las Habaneras ("La Habana es Cádiz con más negritos, / Cádiz, la Habana con más salero"), que paseando por Cuba escuchó hablar a unos chavales de la calle que estaban "jugando a boxeo" y que uno le dijo a otro: "¡Oye, chico, endíñale al menda!"; Cano relataba que si cerraba los ojos podía sentir que estaba oyendo a unos chiquillos del barrio de La Viña, como el Gabrielillo Araceli de Galdós.

Las Habaneras que, por cierto, las compuso el trovador granadino junto a Antonio Burgos cuando le escucharon unas declaraciones a Lola Flores (otra gaditana que revolucionó el lenguaje) a la vuelta de un viaje a La Habana, y esta dijo que aquello era como Cádiz pero con más negros.

Un ejemplo de cómo la gente de esta ciudad ha sabido ir ampliándole las costuras al idioma español son las adaptaciones sui géneris del inglés: ahí está la palabra guashisnai para referirse a los guiris: que como se deduce viene de "what is your name?".

Al hilo, una genialidad lingüística que poca gente conoce es el origen de chumino. En tiempos de esplendor marítimo de la ciudad, cuando llegaban al puerto los marineros ingleses sedientos de mujeres, se les arrimaban las prostitutas gaditanas con sus vestidos. Ellos les solicitaban impacientes que se levantasen la falda: "Show me now!".

Otro gaditanismo, que también tiene mucho que ver con las faenas portuarias y con la influencia inglesa, es la expresión estar al liquindoi. Se entiende como permanecer atento con la mirada, estar observando celosamente algo. Es también una deformación fonética de la expresión inglesa "look and do it", que era la orden que el capitán inglés daba al vigilante para que no sisaran la carga durante las operaciones portuarias.

Quiero decir con esto que Cádiz, como dijo Cañamaque, es un bastinazo. El bastinazo es quizás la palabra más gaditana de todas: un término hiperbólico que hace referencia a algo muy grande, muy bueno, sorpresivo, llamativo… Palabra que procede del nombre de un pescado feísimo de la familia del cazón: sí, ese que cuando vienen los madrileños y vascos se pirran por tomarlo en adobo.

En La Tacita, además, si nos quedamos sin palabras nos las inventamos. Así, hubo aquí un cantaor, Ignacio Espeleta que dicen que un día cantando por alegrías se le olvidó la letra y no tuvo otra salida que improvisar aquello de "tiriti tran tran tran, tiriti tran tran tero", una estrofa que hoy es paso obligado de cualquier composición por alegrías.

Mas si la ciudad del tanguillo y la convidá tiene una primavera, un florecer de las letras, una explosión de ingenio, eso ocurre en febrero y se llama carnaval. Cuenta Miguel Ángel García Argüéz que la gran diferencia y ventaja del carnaval de Cádiz respecto a cualquier otro del mundo es que es una fiesta cuyo núcleo es la copla: entendida esta como versos satíricos, críticos o emotivos cantados.

Siempre me emociona el relato de cómo empezaron las murgas en el carnaval de Montevideo. Cuentan que un grupo de obreros gaditanos marcharon a trabajar a Uruguay, pero que una vez allí les rompieron el contrato laboral prometido. Entonces tuvieron que buscarse la vida para pagarse el pasaje de vuelta en el barco.

Así que, sabiendo de la proximidad de los carnavales, decidieron formar una compañía musical y satírica (lo que hoy es una chirigota) y cantar en la calle para sacarse unas monedas: la llamaron La Gaditana. Tanto éxito tuvo en el país oriental que a raíz de esos carnavales a imagen y semejanza de aquellos españoles formaron sus propias murgas.

Lo recordaba Juan Carlos Aragón en su comparsa Araka la Kana: "Ay, pueblo que / sin ti jamás / hubiera nacido / la murga compañera: / la que nos da la vida / y nos libera / cuando llega febrero / y se aparca el tiempo / y sólo suena nuestra voz / que siempre grita / por el río de la Plata / como si fuera la Tacita… / ah, ah".

En fin, palabras como casapuerta inscrita en el capitel de esta columna: babeta, carajote, chapú, jartible, cursi (término parido en Cádiz, cuando aquí se chamuyaba lunfardo y que se originó al paso de las pretenciosas hermanas Sicour), saborío, sieso, tangai o aguaviva (una expresión tan poética para referirnos a algo tan puñetero como las medusas).

Prestidigitadores de las palabras paridos al sur del río Guadalete: Rafael Alberti, Pedro Muñoz-Seca, Carlos Edmundo de Ory o Fernando Quiñones. E inventores que escribieron con los pies como Mágico González: un hondureño que encontró aquí su hábitat al igual que Maradona lo hizo en Nápoles. Lugares donde el idioma se saquea de las academias para jugar con él en la calle y devolverlo multiplicado y vivo.

No se preocupen, nuestros hermanos del Perú, que aquí todo lo que va viene y todo lo que viene va. Festejaremos su congreso el próximo marzo y espero que ustedes festejen el nuestro en 2025.