Un nuevo deporte triunfa en internet. El escudriñamiento de las campañas de Balenciaga a la búsqueda de referencias satánicas y pedófilas ocultas. Y no se trata de un deporte como el fútbol, donde los goles se marcan de uvas a peras, sino de uno como el baloncesto, donde los partidos acaban 120 a 145. 

Dicho así, "referencias satánicas y pedófilas ocultas", esto parece una más de las chaladuras conspiranoicas que la extrema derecha americana disemina en las redes sociales. Y es que cualquier tesis rococó que abone el relato de un planeta gobernado por unas élites políticas, empresariales y periodísticas formadas por degenerados, pederastas y adoradores de Satán es bienvenida en esos círculos cuya gasolina es, precisamente, el empeño que suelen poner algunos medios progresistas americanos en ocultar tanto las noticias falsas como aquellas que luego resultan ser ciertas. 

Y el caso de Hunter Biden, hijo de Joe Biden, es paradigmático de ello.

Durante meses, diarios como el New York Times o el Washington Post negaron la veracidad de los emails de Hunter Biden que supuestamente demostraban su participación en negocios con empresas chinas y ucranianas entre 2009 y 2019, el periodo en que su padre fue vicepresidente. Tanto el Times como el Post atribuyeron una y otra vez dichas acusaciones a "desinformación rusa". Hasta que en marzo de este año, ambos se vieron obligados a reconocer que la información era verdadera.

Lo irónico es que fue un diario tachado por esas élites progresistas de "amarillista", el New York Post, el que destapó el escándalo en un primer momento. Y digo irónico porque, como se suele decir en Nueva York, el New York Post es el diario que se lee a pie de calle y el New York Times, el que se lee por encima de la planta 20 de los rascacielos de Wall Street. Es decir, el pueblo contra las élites. El núcleo del discurso trumpista. 

Como en el caso de Hunter Biden, las acusaciones contra Balenciaga han sido despreciadas como "chorradas" por la prensa progresista hasta el momento en que la propia marca ha pedido disculpas, retirado algunas imágenes de sus campañas y borrado todas sus publicaciones de Instagram. No ha ayudado que Balenciaga abandonara Twitter pocos días antes de que Elon Musk anunciara la erradicación de todo el contenido pedófilo de la app que la anterior dirección no había sido capaz de eliminar.

Balenciaga también ha demandado por una cantidad cercana a los 25 millones de dólares a la agencia responsable de una de las campañas señaladas.

Balenciaga no es un logo cualquiera. Pocas marcas han jugado con la estrategia del shock con tanta insistencia como ella. El mundo de la moda siempre ha tenido a gala el de haber forzado los límites de lo socialmente tolerable (y ahí están la estética heroin chic de los años 90: Bill Clinton llegó a decir que no hace falta convertir en glamourosa la heroína para vender ropa), pero lo de Balenciaga es un nivel superior desde hace años. 

Noticia del Evening Standard de 1997.

Noticia del Evening Standard de 1997.

Hace una semana, unos anuncios de Balenciaga que mostraban a niños con bolsos en forma de oso de peluche vestido con correajes sadomaso causaron revuelo. Pocos entendieron por qué Balenciaga utilizaba a niños para anunciar bolsos para adultos en anuncios en los que se juega con la mezcla de elementos infantiles y sexo extremo. 

En otra de las fotografías de la campaña, el nombre de la marca aparece en una cinta aislante con una A de más: Baalenciaga. Baal es un viejo dios cananeo que con el tiempo evolucionó hasta convertirse en Satán (Ba'al Zebub: Belcebú).

En uno de los dibujos "infantiles" colgados de la estantería a la derecha de la foto puede verse, precisamente, al demonio. Es otro de los guiños puestos ahí por los responsables de la campaña, obviamente de forma deliberada, para jugar con el contraste entre un escenario infantil y ese tipo de detalles que reconocerá cualquier aficionado a las películas de terror (y al sadomaso).  

Como era previsible, el pasado del fotógrafo de la campaña, Gabriele Galimberti, ha sido exhaustivamente investigado hasta dar con un mensaje en el que se preguntaba, en referencia a un artículo publicado en el Chicago Sun Times, por qué prohibir la pornografía infantil y no las armas. Galimberti, que no es la primera vez que fotografía a niños, se ha defendido diciendo que él sólo hizo lo que le pidió Balenciaga y que no escogió ni los objetos fotografiados, ni la escenografía, ni los modelos (que, por cierto, posaron para las fotos en presencia de sus padres). 

Una segunda campaña de Balenciaga que muestra la colección diseñada junto a la marca alemana Adidas le ha dado más argumentos a los conspiranoicos. En la campaña, protagonizada por Gigi Hadid y la actriz francesa Isabelle Huppert, puede verse una foto en la que esta última posa tras una mesa cubierta por una montaña de papeles. 

Algunos usuarios de las redes sociales se han tomado la molestia de leer esos papeles y han descubierto que uno de ellos es la transcripción de una sentencia del Tribunal Supremo americano relativa a un oscuro y complejo caso de pornografía infantil en la que los jueces determinaron que es ilegal traficar o intentar traficar con pornografía infantil incluso aunque esta no exista en realidad.

En una tercera campaña de Balenciaga (diferente a las dos anteriores), Isabelle Huppert posa junto a una mesa en la que pueden verse libros del pintor belga Michaël Borremans, conocido por sus pinturas de canibalismo, sacrificios rituales y niños desnudos devorando y jugando con miembros amputados.

Michaël Borremans.

Michaël Borremans.

Otro de los libros sobre la mesa es el del Ciclo Cremaster de Matthew Barney, otro artista rarito (expareja de Björk) que ha hecho de la provocación y de la casquería una de sus marcas de fábrica. El cremáster es la capa muscular que rodea el testículo y el cordón espermático.

En 1992, el libro Sex de Madonna escandalizó a medio planeta. Hoy, sus fotografías parecen de una inocencia rayana en la cursilería, por no decir una soberana horterada de bolera. Pero, explorados todos los terrenos de las perversiones y las parafilias legales, al mundo de la moda sólo le queda ya explorar las fronteras de las ilegales. Porque en los años 50 y 60, el sector de la moda competía con anuncios de lavadoras. Pero hoy debe competir con una oferta cultural infinitamente superior y con productos para los gustos más extremos. Y cancelada la belleza, por "conservadora", a la moda ya sólo le queda el camino del progreso. Es decir, del feísmo. 

Pero algo hay que reconocerle a Balenciaga. Ese detallismo neurótico que llevaba a Stanley Kubrick a escoger todos los detalles de sus películas para que hasta el aparentemente más banal de ellos (el color de unas luces navideñas, por ejemplo) transmitiera un mensaje sobre el significado profundo de estas. 

Y en ninguna de sus obras es eso más evidente que en Eyes Wide Shut, una película cuya tesis es la de que el matrimonio no es más que una forma de prostitución socialmente tolerada, y entre cuyos fotogramas se esconde un segundo mensaje. Que el mundo de la moda es la tapadera desde la que sus responsables nutren a la aristocracia moderna de prostitutas de lujo en rituales de estética satánica.

Uno no puede menos que maravillarse de la sintonía, por supuesto sólo estética, entre algunas élites y las peores leyendas negras que corren sobre ellas entre el pueblo llano. Casi como ver a Hunter Biden guiñándole el ojo a Donald Trump