En Madrid viven 3,2 millones de personas. Son medio millón más que en Roma. 1,1 millones más que en París. 1,7 millones más que en Múnich. En la UE sólo hay una ciudad con más habitantes que Madrid. Es Berlín, que tiene 3,6 millones.

Sol, en Madrid.

Sol, en Madrid. Reuters

El PIB de Madrid ronda los 216.000 millones de euros. Supera por tanto a países como Ucrania (203.000), Hungría (198.000), Catar (180.000), Kuwait (138.000) o Marruecos (132.000). Madrid es, sin duda alguna, la única ciudad española que sería viable como Estado independiente, como lo es en la actualidad la ciudad Estado de Singapur. 

Madrid es hoy una de las ciudades de moda en todo el mundo. Empresarial, cultural y gastronómicamente. Sobre todo en Hispanoamérica, donde clases medias y altas empiezan a verla como la nueva Miami y como destino de sus inversiones. 

Y de ahí actos como este de Isabel Díaz Ayuso, que demuestran una visión de país de más largo alcance que la de un Ejecutivo que empieza a actuar ya como esos gobiernos sudamericanos de los que huyen, precisamente, esas clases medias y altas hispanoamericanas. "Venimos del futuro y sabemos adónde lleva este camino", le decían a la presidenta los empresarios iberoamericanos del Foro Madrid. Bien lo saben ellos. 

Según la inmobiliaria de viviendas de lujo Engel & Volkers, mexicanos y venezolanos acaparan en Madrid la compra de viviendas de más de cuatro millones de euros. Entre uno y cuatro millones de euros los compradores son latinoamericanos, franceses, alemanes e ingleses. Los españoles aparecen por debajo de los 800.000 euros. Entre 300.000 y 500.000 euros, los compradores son familias jóvenes de clase media que buscan casa al norte de la ciudad: Pozuelo, Las Rozas, Majadahonda… 

Pretender que un joven que gana 1.700 euros brutos al mes viva solo en el centro de Madrid en un piso con luz y metros es exigirle a una ciudad del primer mundo precios del tercero. Porque todo lo que hace atractivo Madrid para esos jóvenes que ni siquiera se plantean vivir en Coslada, Móstoles o Parla depende, precisamente, de todo aquello que por otro lado les impide a ellos alquilar un piso en La Latina o Malasaña. 

Pretender que una ley de vivienda que desproteja al propietario o cape los precios de los alquileres logre que los ocho o nueve millones de españoles que quieren vivir dentro de la M-30 vivan donde ahora viven 847.000 es engañar a esos jóvenes. 2,3 millones de madrileños, de hecho, viven fuera de la M-30. 2,3 millones de madrileños con sueldos, en muchos casos, superiores a los de un joven recién aterrizado en el mercado laboral.

Esas leyes prácticamente expropiatorias son las que se han impuesto en Barcelona y los precios no sólo no han bajado, sino que han subido por encima de los de Madrid al mismo tiempo que la delincuencia alcanzaba cotas de país africano. Quizá en una década un joven logre alquilar un piso con luz y metros en Barcelona por 400 euros. Será cuando nadie quiera ya vivir en esa ciudad. Con total seguridad, ni siquiera ese joven. 

Lo que no parecen entender algunos jóvenes es que es precisamente su interés en vivir en una ciudad que no pueden permitirse lo que hace que suba el precio de la vivienda en Madrid, como esos que echan pestes del turismo mientras esquivan belgas sonrosados en la plaza San Marcos de Venecia y se quejan de lo caro que está todo, como si ellos no fueran precisamente los turistas culpables de esa masificación y de ese encarecimiento.

Lo que no parecen entender tampoco esos jóvenes es que la única forma de lograr que ellos puedan vivir solos en el centro de una gran ciudad es aumentar la oferta muy por encima de la demanda.

Pero para eso se ha de permitir la recalificación del suelo. Se ha de construir en altura. Se ha de blindar al propietario. Se ha de desahuciar a los morosos en horas, si no puede ser en minutos. Se han de eliminar trabas burocráticas y fiscales a la construcción. Y se ha de expulsar, literalmente, a esos jóvenes a las ciudades periféricas. También se ha de construir en todos los descampados existentes desde Sol hasta Ciempozuelos hasta que Madrid (604 km2) alcance la extensión de Los Angeles (1.299 km2) y absorba, si no administrativamente sí por la vía de los hechos, todos los municipios a su alrededor. 

Cuando el Ayuntamiento de Madrid le pregunta a los jóvenes qué le piden a su ciudad, estos responden que más carriles bici y zonas verdes (Madrid ya es una de las ciudades más verdes del mundo, pero supongo que piensan que hasta la Amazonia todavía queda margen). Es decir, caprichos de rico que doblarían el precio de la vivienda en Madrid al hacerla inaccesible para las clases medias y trabajadoras

Es decir, para ellos. 

Y eso teniendo en cuenta que la clave no es tanto la construcción de más viviendas como una red de transporte que permita llegar desde Parla a Sol en 30 minutos.

Algo de lo que Madrid, por cierto, ya dispone ahora (el problema no es por tanto el tiempo que se tarda en llegar desde Parla a Sol: el problema es que a todos nos parece más cuqui La Latina que Parla).  

Algunos jóvenes olvidan también que su problema no es la falta de vivienda. Su problema es que sus caprichos extienden cheques que su salario no puede pagar: "O el centro de Madrid o nada". Su derecho constitucional a la vivienda está, por tanto, garantizado con creces. Otra cosa es su derecho a una vivienda a tiro de piedra de Ponzano, la calle de moda en Madrid. Un derecho del que no dice nada la Constitución.

Algunos jóvenes olvidan, finalmente, que cualquier piso que puedan pagar en Móstoles con un sueldo de 1.700 euros será bastante más cómodo y estará en mejores condiciones que el de cualquier piso que se pudiera permitir en el centro de Madrid hace cuarenta años un español con un sueldo equivalente al suyo de hoy. 

El problema, lo repito, no es que el derecho a la vivienda no esté garantizado en España, porque lo está.

El problema es que se ha criado a una generación de jóvenes de clase trabajadora con gustos de clase alta. Son problemas que sólo ocurren en las sociedades muy prósperas. Deberían darse con un canto en los dientes por tener ese problema y no el contrario: poder permitirse un piso en el centro de Madrid. Porque ahí sí que estaríamos todos los españoles jodidos.