Sí, influirá. Influirá mucho más de lo que se esperaba. Por más que exista quien se resista a reconocer la importancia de las elecciones andaluzas en el contexto español, el resultado que han arrojado las urnas trasciende a una fotografía fija regional.

El candidato a la Junta de Andalucía por Ciudadanos, Juan Marín, votando en su colegio electoral este 19-J.

El candidato a la Junta de Andalucía por Ciudadanos, Juan Marín, votando en su colegio electoral este 19-J.

Llegaron los comicios en un momento de tránsito político. Después del paseo de Isabel Ayuso por la Comunidad de Madrid, las dudas suscitadas por las regionales de Castilla y León, la sustitución de Pablo Casado por Alberto Núñez Feijóo en la cúpula del PP y las diferentes aritméticas de apoyo parlamentario del PSOE con sus apoyos independentistas de ERC, Andalucía tenía una trascendencia especial.

Hay un regreso al bipartidismo. Después de tiempos de agitación en los extremos, ni los herederos de la izquierda más radical ni tan siquiera la extrema derecha populista ha obtenido sus mejores resultados. Determinado buenismo izquierdista, sus incoherencias, alguna moralina impropia de ese espacio ideológico, se agotan casi antes de emerger. En ambos vértices, ni los podemitas, ni el proyecto de Yolanda Díaz, ni tampoco la operación Olona serán relevantes para la gobernabilidad de la comunidad autónoma. Habrá un gran partido encargado de hacerlo y otro que ejercerá el liderazgo de la oposición. Como antaño, con los papeles invertidos, pero con total cercanía a la alternancia parlamentaria histórica después de unas legislaturas de cámaras autonómicas muy atomizadas.

El proyecto de Ciudadanos abandona de forma definitiva del mapa. Era previsible, anunciado y solo quienes tenían su estómago vinculado al proyecto sostenían lo contrario. Se acabó el partido nacido en Barcelona, exportado al resto de España y pulverizado por la inutilidad de sus dirigentes. Todo ello en un tiempo récord y con un coste de oportunidad que podría haber cambiado la historia reciente de España. Adiós, pues, a una iniciativa que tenía sentido, pero que lo perdió cuando demostró incapacidad para ejercer su función y designar a los mejores encargados para ello.

De poco le sirve a Pedro Sánchez la gobernación de España en términos de rentabilidad electoral andaluza. Al contrario. El PSOE sigue fuera de su feudo histórico por segunda legislatura consecutiva. A la baja ha conseguido impedir un desastre numérico, pero está invisibilizado como alternativa. Empieza ahora sí una travesía del desierto en una autonomía donde partido e institución se confundieron durante años como si fueran un ente idéntico. Los andaluces han hecho prevalecer un discurso constructivo y transversal de centro derecha para encarar la situación de su administración pública y los retos que vendrán. Ni Juan Espadas ni los residuos susanistas enquistados en el mapa político pueden sentirse satisfechos del daguerrotipo que arrojan las votaciones de ayer.

Feijóo tampoco debería sentirse muy eufórico en lo personal. La victoria de Juan Manuel Moreno Bonilla tiene bastante de triunfo personal del dirigente andaluz. Ha sido un correcto presidente y un buen candidato, propositivo, templado, transversal y rejuvenecedor. Un tipo que usa términos como humildad en sus discursos no puede ser ignorado. El PP tiene un líder en el campo de juego y un político de reserva preparado para salir al terreno en cualquier momento. El dirigente gallego no debería tomar decisiones políticas en el futuro inmediato sin tener en consideración el mensaje subyacente de centralidad y ponderación que han depositado los electores en las urnas. El nuevo hombre fuerte del PP en España tiene la oportunidad de recuperar el rostro de derecha occidental, de conservadurismo moderno, que se ha perdido en las batallas mantenidas primero con Ciudadanos y más tarde con Vox. Andalucía le ha reafirmado esa necesidad.

A los seguidores de Santiago Abascal no les ha brillado la fortuna como preveían. Parecen haber acariciado el techo de sus expectativas electorales, que algunas encuestas situaban en cotas inalcanzadas. No mandarán, no serán necesarios y el ruido seguirá convirtiéndose en el principal activo del que dispondrán durante cuatro años. El populismo de sus tesis salobreñas actuará sobre todo como presión a Bonilla, pero arrinconados en un espacio pequeño del cuadrilátero. Vox ha comenzado a frenar.

Las elecciones fueron andaluzas y los ciudadanos de esa comunidad han adquirido un mensaje presente de proximidad, pero que encerraba un anhelo liberal. Las futuras actuaciones de sus líderes deben estar marcadas por una especie de regreso al futuro, vuelta a los esquemas clásicos para afrontar problemas y retos de estos tiempos. Tras años de ruido, experimentos secesionistas, extremismo, populismos incubados de forma peligrosa, algunas políticas y algunos políticos vienen y otros se van. Harán bien los dirigentes políticos, de uno u otro signo, si anotan en su bitácora que algo empieza a moverse en la percepción ciudadana. Sí, el ciclo político empieza un viraje lento.