Los dados han dejado de ser propicios a Pedro Sánchez. Y eso que ha hecho milagros con ellos. Con 85 diputados en un Parlamento de 350 ganó una moción de censura. Con 120 ha venido gobernando a sus anchas. Pero cuando cambia la racha...

Hasta febrero era imbatible. Que vas a perder la votación de la reforma laboral, pues surge un Casero de la vida y te la vota a favor.

Confiado en su baraka, en marzo creyó jugar una carta ganadora con Marruecos y el Sáhara. Lo hizo con soberbia, en contra de una parte de su Gobierno y de todos sus socios parlamentarios.

Pero, curtido en la realpolitik, ¿qué podía fallar?

Sánchez se alineaba con los grandes: Estados Unidos, Alemania y Francia. Y si veinticinco años después de su asesinato, la mitad de los universitarios vascos no sabe quién fue Miguel Ángel Blanco, debió considerar muy probable que la mayoría piense en Vox o en la heineken del after si les hablan de la Marcha Verde.

Lo hizo también de una forma descuidada, impropiamente chapucera en quien gusta cuidar los detalles. El caso es que, de la noche a la mañana, los españoles supieron que la posición de su país sobre el Sáhara había cambiado gracias a un comunicado de la casa real de Marruecos. O sea, dudo que exista algún precedente en el mundo.

Por lo demás, parece cada día más claro que Sánchez no envió ninguna carta a Mohamed VI. Crece la sospecha de que los amanuenses de palacio, acomodados en sus cojines, trasladaron al papel lo acordado en una conversación telefónica entre Madrid y Rabat.

El escrito, que llama Ministerio de Asuntos Europeos al Ministerio de Asuntos Exteriores, es un despropósito. Si hasta el cándido Jon Iñarritu, el diputado de Bildu que aún no sabe que vive entre serpientes, se encoge de hombros cada vez que ve a Albares porque lleva la intemerata solicitando el original y sólo le dan largas.

Después de marzo llegó abril, y Feijóo pasó a ser un estorbo... en las encuestas. Y después mayo, con su Pegasus y su CNI. Y ahora junio, con el corte de mangas de Argel que amenaza el suministro de gas y un conflicto de padre y señor mío en el Magreb.

Sánchez, que en su natural ansia de supervivencia resolvió hace tiempo apostarlo todo a su imagen de líder internacional, decidió bajarse al moro y se ha escogorciao. No pierde su sonrisa de ganador. Pero a ver cómo sale de ésta.