Alguno puso a parir a Pablo Casado cuando tocaba. O sea, recién elegido, sin poderse escuchar otra cosa que el aplauso de la militancia y de unos medios afines entusiastas que apenas llevaron la contraria a Mariano Rajoy… salvo cuando tocó sustituirle, y decidieron que lo mejor era el candidato que menos se le pareciese.

Mariano Rajoy y Pablo Casado en el Congreso Nacional de julio de 2018.

Mariano Rajoy y Pablo Casado en el Congreso Nacional de julio de 2018. Efe

No es este el momento de detenerse en los defectos del líder saliente. Ya quedaron solitariamente expresados en esos días eufóricos de julio de 2018. Sí de poner un titular a sus menos de cuatro años de empeño. Un hombre acostumbrado a gustar y deslumbrar en las estructuras internas de un partido aprendiendo a reproducir ese atractivo ante el conjunto de la sociedad. Su trayectoria agitada durante este tiempo se explica en buena medida por esa condición de aprendiz.

La sensación en esta hora de la despedida es muy extraña. Cunde la sensación de que faltan muchas piezas por encajar sobre qué ha pasado realmente dentro del PP durante estos cuatro años. Seguro que leeremos buenos libros periodísticos al respecto. ¿Desde cuándo existía esa práctica unanimidad sobre un rumbo equivocado y la necesidad imperiosa de rectificarlo? ¿Hubiésemos terminado viendo el mismo cambio de guardia incluso si no se hubieran producido los acontecimientos que lo desencadenaron?

Quizá tengamos alguna pista este fin de semana en Sevilla. Los allí reunidos van a tener difícil ignorar al elefante en la habitación. Este congreso huele a Tipp-Ex mezclado con CTRL + Z. Corregir casi hasta llegar al punto de partida.

Y aquí se hace indispensable la autocrítica. Sin ella, el encuentro popular se va a quedar cojo. Un líder va y otro viene, pero, entremedias, los cuadros y las bases del partido tienen pendiente una reflexión profunda sobre la manera en que se gobiernan a sí mismos.

El PP tiene una asignatura pendiente en las carreras sucesorias. Las que funcionan en el fondo son poco estimulantes en las formas. Las que mejores formas presentan terminan resultando poco provechosas en el fondo. Recordar ahora el proceso de 2018 explica muchos de los problemas que se han sucedido después.

Sí, está bien. Pasaron de pensar que el rajoyismo tenía años por delante gracias al PNV a tener que hacer las maletas en cuestión de diez días, gracias a la inestimable ayuda de ese mismo partido. Podemos comprender que faltara algo de plan.

Pero el espectáculo ofrecido tras la dimisión de Rajoy, pocos días después de salir de la Moncloa, apunta a caso práctico de cómo (no) sobrellevar una crisis. En pocas palabras, podría decirse que el PP se movió durante aquellas semanas en torno a quién no debía presidir su estructura. Apenas se construyó alternativa sobre quién debía hacerlo. Hubo candidatos en el proceso que reconocieron presentarse sólo con el ánimo de restarle votos a la candidata que parecía mejor situada.

De modo que el gran aliciente de Pablo Casado resultó no ser Soraya Sáenz de Santamaría. El complejo sistema de elección, a dos vueltas y con la inmensa mayoría del cuerpo electoral evaporado de una a otra, facilitaba concitar los votos planteados a la contra. Y todos parecieron entonces darse por contentos. Perdió la que no querían.

Pero ¿qué querían del que ganó? No quedó claro. Hubo un cambio que casi podría calificarse de abrupto. Y ese es un adjetivo nada baladí en una formación política conservadora. El cambio en sí no tiene por qué ser bueno ni malo. Pero es una cuestión más adjetiva que sustantiva. De momento, Pedro Sánchez va ya por su tercer interlocutor en Génova 13.

Acostumbrada a liderazgos muy férreos, la base popular demostró no saber manejar muy bien la parcela de decisión que le daba la tímida apuesta por las "primarias así así" de 2018. Es una mala noticia que aprovecharán los que defienden que es mejor no pasar por esta clase de procesos. No se trata de cobrar facturas, tejer alianzas a la contra y apartar aquello que personalmente te viene peor.

Algún día, Alberto Núñez Feijóo dejará de ser el presidente del Partido Popular. En ese momento, sus miembros tendrán que demostrar si han aprendido la lección. Lo mismo, para entonces, el Tipp-Ex ha dejado de fabricarse.