Algunos caballeros de España andan medio contrariados con Rigoberta Bandini porque le canta a los pechos e invita a su propia madre -y a las nuestras- a parar la ciudad sacándose una mama "al puro estilo Delacroix": hizo lo propio en su concierto en Logroño y los tipos mosqueones dicen que por qué va a ser reivindicativo eso, que qué antiguas las modernas, que celebramos como estúpidas cualquier gesto con más años que un gnomo. Otra vez los chicos desviando el foco.

El problema, convendremos, no es que las tetas estén vetadas en un mundo infecto donde fotografiamos cadáveres en las orillas: de hecho, proliferan como auténticas setas, yo misma veo muchas más tetas de las que solicito, de las que procuro, digamos, de las que deseo. La cuestión es que siempre son el mismo tipo de tetas, tetas al aire con un fin muy exacto.

Tetas que se venden en Onlyfans, tetas como misiles soviéticos en repulsivos folletos de prostíbulos o tetas traviesas acampando en internet, prometiendo la cubana de todos los tiempos, tetas que te saltan al ojo ciego como la gota ácida del medio limón con el que una baña los calamares en un chiringuito de Málaga. Tetas en legión, al cabo. Ahí aún sonríen los chavales, no sabemos por cuánto tiempo: ya pasó la época en la que se excitaban viendo un tobillo y estamos a punto de clausurar la era en la que se excitan viendo unas tetillas, porque hay más tetas rulando que patinetes. Yo qué sé, a ver si vamos a tener que enseñarlas de forma intermitente antes de que en este delirio pornográfico los muchachos se nos vuelvan eunucos. Ideas, ideas. Consejillos.

La teta juguetona mola, eso claro. La teta que pide boca adulta se aclama; esa, pa’lante. Cómo les vino de bien a los varones la liberación sexual de las mujeres: de hecho, les vino mejor que a ellas mismas, que se vieron atropelladas por un mercado que cosificaba y vendía su desnudez mientras ellos se ponían las botas. Chollazo. Pero eso sí: la teta que molesta en este panorama chiflado es la que no da para recreo onanista, así, de entrada. La teta de una madre que amamanta a su bebé en una cafetería. La teta de una Femen que grita condenando violaciones. La teta de una mujer madura. La teta de una mujer enferma.

La teta de una hembra relajada, natural, que no anda contorsionando para seducir. La que se desprecia en verdad es la teta real, que es una teta que vive a su rollo, una teta con ánimo propio que no siempre tiene ganas de jaleo, una teta que duele a veces y que se endurece y que se ablanda, una teta de andar por casa, una teta a veces bélica, desafiante, una teta no disponible para las fantasías de cualquier fulano. ¿Qué tetas podemos enseñar? En realidad, sólo las que a ellos les excitan.

Es tan esquizofrénico el asunto que ya no sólo hay quien se aumenta los pechos, sino que hay quien se los reduce, como la propia Rigoberta a los veinte años, porque no soportaba la mirada de los hombres clavada en sus relieves. Eso la violentaba. Hay quien lo hace para sentirse menos voluptuosa, que en verdad quiere decir menos gorda: ágiles estrategias para la desaparición, para la mujer esfumada, invisible, al final, de tan flaca. Todo esto me entristece tanto. Pechos grandes para sentirse más mujer, pechos más pequeños para dejar de sentirse hembra. Como si eso tuviese algo que ver. 

Pienso en cómo me crecieron los pechos siendo aún demasiado niña y me pareció que mi cuerpo y mi cabeza iban por sitios distintos: qué espesa esa vergüenza por no se sabe bien qué, quizás por lo que intuyes que están pensando de ti. Pienso en aquellos tops deportivos apretados al extremo, dolorosos, para disimular las mamas crecientes haciendo deporte, al estilo andrógino de Mulán

Pienso también que si alguna vez he sentido algo parecido a la paz, si alguna vez he sido mansamente feliz, si acaso me he sentido protegida de verdad, pacífica pero invencible, amparada y niña para siempre, ha sido apoyando la cabeza en los pechos de una mujer amada; de la madre, de la abuela, de la amiga. Salvadoras en sus bustos, en sus brazos, en sus besos en el pelo. Sólo ahí descansé, sólo ahí me perdoné, sólo ahí se pausó un poco la guerra cerebral y el mundo fue mullido y suave y sabio un rato. A menudo, al final del día, sólo pienso en volver allá, en dormirme a salvo en los pechos de las mías, islas tiernas y gloriosas, insuperables, redentoras, por fin libres de hijos de puta.